Palacios, a cincuenta años
- Por Haydée Breslav
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Se cumplen hoy cincuenta años de la muerte de Alfredo L. Palacios, el primer diputado socialista de América.
Cuando de mencionar políticos argentinos de trayectoria ejemplar se trata, son pocos los nombres que acuden a la memoria: el suyo suele estar entre los primeros.
Una reseña biográfica publicada en vida de Palacios informa que nació el 10 de agosto de 1880; sus biógrafos precisan que fue en una vieja casona del centro porteño. Estudió en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires: son célebres las anécdotas sobre su tesis (se titulaba La miseria, y fue rechazada por “escandalosa”) y su flamante chapa de abogado (“Atiendo gratis a los pobres”, decía).
En los fundamentos de un proyecto de resolución para que la Legislatura homenajeara a Palacios -y que no pudo tratarse porque el jueves último ese cuerpo no sesionó- el diputado de la Ciudad por el Partido Socialista Auténtico Adrián Camps cuenta que “el 1° de septiembre de 1901, Alfredo decide afiliarse al Partido Socialista Argentino (PSA), fundado en 1896 por el doctor Juan B. Justo” y que “el 14 de agosto de 1903, la asamblea extraordinaria del Centro Socialista de La Boca, proclama como candidato a diputado nacional al joven Dr. Alfredo L. Palacios, quien es electo como primer diputado socialista de América Latina el 13 de marzo de 1904, bajo la ley electoral 4161”.
Florencio Sánchez, que era su amigo, dijo entonces: “La Boca ya tiene dientes”.
Si bien él mismo contó que llegó al socialismo por el ejemplo de Jesús, lo cierto es que, como relata Camps, no quiso jurar por Dios y los Santos Evangelios, “lo que generó un arduo debate, y sólo jura desempeñar fielmente su cargo ‘por la Patria’”.
Ese fue el comienzo de una larga y muy fecunda trayectoria parlamentaria que sentó las bases del Nuevo Derecho, el de los trabajadores. Así, uno de sus primeros proyectos apuntó a derogar la temible Ley 4144, de Residencia. A iniciativa suya surgieron también, entre muchísimas otras, las leyes de la jornada laboral de ocho horas; del trabajo de mujeres y niños; de represión de la trata; de indemnización por accidentes de trabajo; de los derechos civiles de la mujer; del descanso hebdomadario; de la inembargabilidad de sueldos, salarios, jubilaciones y pensiones; de protección de la maternidad; de sueldos y jubilación del magisterio; de licencia de obreras y empleadas del Estado antes y después del parto; de pensiones a la vejez y de creación del Instituto Nacional de la Vivienda. Sus últimos aportes fueron la ley del salario mínimo, vital y móvil y la de organización del Instituto Nacional de Previsión Social.
Para Camps, “fue el iniciador de la legislación social en nuestro país; a él se deben la mayor parte de las leyes del trabajo, de protección de la mujer y el niño y, en general, de defensa de los intereses populares. Pero no se aplicaban: se sancionaban y quedaban como letra muerta. Cuando llegó el peronismo, encontró toda esa base ya redactada y la puso en práctica, con los resultados que todos conocemos, en cuanto a la tremenda influencia que ejerció ese movimiento sobre la masa trabajadora en la Argentina”.
En 1907 presentó un proyecto para establecer el divorcio vincular; Camps acota que “allá por 1933, fue el primero en plantear en el Congreso de la Nación el tema de las islas Malvinas, que hasta ese momento no era tenido en cuenta; al respecto escribió un libro que se titula Las Islas Malvinas, archipiélago argentino”.
A pesar de haber estado prohibido y encarcelado durante el primer peronismo, cuando ese partido y el comunista estuvieron proscriptos, Palacios presentó un proyecto de ley de “cesación de toda proscripción que afecte a los partidos políticos”.
Es necesario consignar asimismo que, como señala Camps en los fundamentos de su proyecto, “tres veces fue candidato a presidente por el Socialismo Argentino”, en 1951, en 1958 y en1963, oportunidad en que resultó elegido diputado nacional por última vez.
También se destacó como académico –fue decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, presidente de la de La Plata, profesor honorario de la de San Marcos, de Lima, y doctor honoris causa por las de Río de Janeiro, Cuzco, Arequipa y México- y autor -su obra escrita consta de más de treinta títulos-. Camps puntualiza que “Palacios fue designado Maestro de América por el Congreso de Estudiantes Latinoamericanos, reunido en Lima”.
Incansable lector, la biblioteca de su vieja casona de la calle Charcas 4741 -que nunca fue suya- reunía más de treinta mil volúmenes. En una de las paredes lucía enmarcado el poema Si, de Rudyard Kipling, creemos que en la traducción de Antonio de Tomaso.
¡Cuántas veces debió afrontar, y superar, los amargos desafíos que esos versos enumeran! Y pudo soñar, sin que los sueños lo dominaran; no caer en la mentira, siendo blanco de falsedades, y soportar que la verdad que había expuesto fuera retorcida por los pícaros para convertirla en lazo de los tontos.
Murió pobre, como siempre había vivido.
Como al poeta de Tuñón, “algunos, los más viejos, lo negaron de entrada; otros, los más jóvenes, lo negaron [cruelmente] después”. Nadie recuerda los nombres de unos ni de otros; en cambio, el de Palacios se agiganta cada día.
En su biblioteca ocupaba un lugar de honor una magnífica cabeza en bronce con que lo había homenajeado el gran Rogelio Yrurtia. Hace pocos años se instaló en la Plaza del Congreso otra cabeza en bronce que pretende homenajearlo, y que bien puede considerarse síntesis y culminación de la estética del adefesio que hoy pulula en la ciudad. Pero esa ya es otra historia.





