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 17 de febrero de  2025
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Bernardo Monteagudo: hombre de la revolución

Bernardo Monteagudo: hombre de la revolución

Se cumple hoy el bicentenario del asesinato de Bernardo Monteagudo, abogado, político, periodista, agitador en las jornadas de 1809 y 1811 en Chuquisaca y militar que participó en la guerra independentista en el Río de la Plata, Chile y Perú, pero sobre todo un hombre comprometido con el ideario revolucionario desde sus incursiones en el periodismo hasta en su condición de ministro del general José de San Martín en Perú.

Monteagudo, con su sueño de independencia y la unidad continental, se proyectó como un continuador de Mariano Moreno, numen de la Revolución de Mayo. Fue quien expresó de la manera más contundente su ideario. De espíritu democrático y republicano, se insertaba dentro de las tradiciones políticas de la Revolución Francesa.

En Buenos Aires fue redactor de La Gaceta, periódico fundado por Moreno para difundir el ideario de la revolución. Era necesario desarrollar la conciencia política del pueblo, educarlo cívicamente, imbuirlo de las ideas de libertad, igualdad y fraternidad. Un mundo nuevo exigía un pueblo nuevo y los periódicos debían ser los instrumentos que posibilitasen su formación. Solo así estaría garantizado a futuro el triunfo de los ideales de Mayo.

Monteagudo se convirtió para los jóvenes morenistas en el jefe que necesitaban después de la muerte de su líder. En sintonía con el periodismo revolucionario, la Sociedad Patriótica y Literaria, como forma de organización social, constituía la herramienta de acción política para enfrentar a los grupos conservadores que, desde un primer momento y en torno a Saavedra, quisieron limitar la revolución, castrarla, privarla de los ideales capaces de forjar un mundo nuevo.

Con la Sociedad Patriótica confluyó la Logia Lautaro, organizada por José de San Martín ni bien regresó a Buenos Aires en 1812. Juntas enfrentaron al secretario del Primer Triunvirato, Bernardino Rivadavia, quien, con sus políticas dilatorias en relación a la convocatoria a una asamblea, obstaculizaba, tal vez sin proponérselo, la emergencia del órgano de poder capaz de declarar la independencia y sancionar una constitución. A través del periódico Mártir o Libre, Monteagudo enfrentó esas políticas que, entre bambalinas, confiscaban a la revolución. Fue el jefe civil de la revolución que derrocó al Primer Triunvirato en octubre de 1812 y abrió el camino para la convocatoria de la Asamblea General reunida en 1813. Fue además el gran orador de esta última y el director de su periódico El Redactor de la Asamblea.

Por esos años, mientras en el Río de la Plata la revolución parecía avanzar con la legislación de la Asamblea, en Europa se iban creando las condiciones para una restauración de las monarquías con la derrota de Napoleón. En 1814 la Asamblea resolvió una mayor centralización del poder con la creación del Directorio y nombraba como su presidente al director supremo Gervasio Posadas, tío de Carlos María de Alvear. A la par de la nueva situación europea, la Asamblea moderó sus discursos y su legislación, y no declaró la independencia ni sancionó una constitución.

En 1815, Alvear se convierte en el nuevo director supremo. Monteagudo se dejó arrastrar por su política de componendas y cuando la revolución de 1815 derrocó a Alvear y a la Asamblea, debió marchar al exilio y, a mediados de 1816, llegó a una Europa que ya no era la de la llama revolucionaria de 1789, y menos aún la de 1793. En el viejo continente dominaba la Santa Alianza entre las monarquías restauradas y la propia Inglaterra burguesa apoyaba el legitimismo de las dinastías reinantes y se incorporaba a su sistema político para enfrentar a la hidra de la revolución. Difícil situación para la América hispana: solo el Río de la Plata, aislado, mantenía en los hechos la independencia y muy pronto también de derecho cuando el Congreso reunido en Tucumán declaró la independencia de las Provincias Unidas en Sudamérica.

En estos meses, las ideas republicanas de Monteagudo comenzaron a virar hacia ideas monárquicas, pero a las de una monarquía constitucional, acorde con la nueva situación internacional. Lo diría Manuel Belgrano en su informe al Congreso cuando declaró que en Europa se había producido un cambio en las ideas: mientras que hacia 1810 se trataba de republicanizarlo todo, ahora, en 1816, se trataba de monarquizarlo todo. Solo subsistía la república en Estados Unidos y, con su peculiar organización confederal, en Suiza.

En el Río de la Plata la independencia fundamentaba jurídica y políticamente la campaña libertadora del general José de San Martín. Con ella se iniciaría la marcha triunfal para la redención y la libertad de los pueblos de América. En ese marco, la Logia Lautaro decidió el regreso de Monteagudo. Era un fogoso revolucionario y podía prestar sus servicios a la campaña por la independencia. Y, efectivamente, volvió, se incorporó al ejército de San Martín, participó en la campaña libertadora al Perú y se convirtió en el Ministro de Guerra y Marina que auxilió a San Martín como Protector del Perú después de declararse la independencia de esa nueva nación. Virtualmente fue, en los hechos, un primer ministro. Era la mano derecha de San Martín. Un hombre consustanciado con el proyecto sanmartiniano de independencia y unidad continental. Si una había sido la dominación española, una debía ser la dominación americana.

En 1822 la situación del partido sanmartiniano en el Perú era extremadamente difícil. Desde 1820, cuando las montoneras federales derrocaron al Directorio y al Congreso, Buenos Aires se constituyó en provincia y se desentendió de la finalización de la guerra de la independencia. El gobierno sanmartiniano en el Perú no podía esperar ayuda de Buenos Aires, ni en fondos ni en hombres. Para complicar aún más la situación, en 1821, una incursión realista hirió de muerte a Güemes y no se podía esperar que desde Salta se avanzase sobre el Alto Perú (Bolivia). A estas dificultades se sumaba que el partido local y “nacionalista” peruano de José de la Riva Agüero se oponía al gobierno de San Martín y su proyecto continentalista. Para colmo, se había producido una anarquización del partido sanmartiniano. En estas circunstancias, San Martín marcha a entrevistarse con Bolívar en Guayaquil. Solo este podía salvaguardar la unidad del continente. Los “nacionalistas” peruanos, vale decir, el partido de Riva Agüero, multiplicaron sus ataques a Monteagudo, principal sostenedor de San Martín en el Perú, y provocaron su caída. No le perdonaban haber ideado el plan de abolición del tributo y del servicio personal de los indígenas, el valerse del término “peruanos” y no “indios”, la democratización de la justicia, la cruzada contra la ignorancia, el oscurantismo y la escolástica.

Dentro de los planes y realizaciones para la educación del pueblo cabe mencionar la fundación de la Biblioteca Nacional del Perú, el desarrollo de la Escuela Normal, la confiscación de los capitales de la Inquisición y el nuevo sistema de rentas. Continentalismo, liberación de la población indígena, educación del pueblo, confiscaciones… Eran medidas que la aristocracia peruana no estaba dispuesta a aceptar y aprovechó la ausencia de San Martín para dar por tierra con Monteagudo. Después de Guayaquil, San Martín dejó en manos de Bolívar la finalización de la campaña libertadora. En el momento de ser asesinado, seguramente por encargo de alguno de sus opositores, Monteagudo se relacionaba asiduamente con el libertador venezolano y respaldaba su proyecto de Congreso Panamericano a reunirse en Panamá. Son los últimos estertores del proyecto continental.

Fuente consultada

Luna, Félix (director) (2001). Bernardo Monteagudo, Buenos Aires, Planeta.   

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