Marc Chagall: un artista personalísimo
- Por Miguel Ruffo
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Se cumplen hoy cuarenta años de la muerte en Saint-Paul de Vence de Marc Chagall, pintor bielorruso y francés y uno de los más importantes artistas del vanguardismo.
Marc Chagall, el mayor de nueve hermanos de una familia judía, nació en 1887 en Liozna, municipio de la provincia de Vítebsk, una de las seis regiones que conforman la actual república de Bielorrusia. Pronto a cumplir los veinte años se trasladó a San Petersburgo para estudiar arte, primero con Nikolai Roerich y luego con Léon Bakts. Posteriormente, se trasladó a Montparnasse, barrio de los artistas de París para regresar a Rusia en 1914.
Chagall vivió con entusiasmo los años de la Revolución de Octubre a la que consideró como el suceso más importante de su vida. Eran tiempos en que el arte, liberado de las cadenas del zarismo, adquiría relevancia en la política cultural del nuevo Estado soviético. Designado Comisario de Arte para su natal región de Vitebsk, en 1919 fundó allí una escuela de arte, pero las desavenencias con los burócratas del partido comunista, adheridos a lo que sería el realismo socialista, más los enfrentamientos entre los propios vanguardistas y la terrible situación económica y social al finalizar la guerra civil, lo llevaron a emigrar. Se instaló en París, pero las sombras amenazantes, primero, y las realidades, después, del nazismo, lo condujeron a trasladarse a los Estados Unidos.
Inicialmente buscó los motivos de sus obras en el recuerdo de su infancia. Ella dio cierto matiz psicoanalista a sus creaciones, en particular en lo que hace a la búsqueda del padre. “Allí estaba la fuente inagotable de mis sueños: mi padre”, advirtió en su autobiografía. El pintor, así, convirtió sus representaciones en un universo donde los recuerdos del padre devienen en símbolos. “El arte me parece ser sobre todo un estado del alma. Comienza o se impone nuevamente la versión ingenua e infantil de la magia del mundo”, expresó a su vez en sus escritos.
Desde el punto de vista estilístico, la pintura de Chagall se vincula al cubismo, al fauvismo y al expresionismo, pero ante todo fue un arte personalísimo, donde las vanguardias, a las que adhirió en distintos períodos de su vida, eran rebasadas en sus principios por el sello individual, propio, íntimo de su personalidad. La perspectiva, el color, las formas, las líneas, nos hablan del sujeto Chagall, ya que fue durante toda su vida un individualista. De ahí su clamor contra el naturalismo, el impresionismo y el cubismo realista y la invitación a que “cedamos a nuestra locura” y a “un baño de sangre purificante, una revolución de lo hondo, no de la superficie”.
Empero esa “revolución en lo hondo”, en el interior mismo del alma, en la intimidad que constituye a una persona, no es mero individualismo. En Chagall, la intimidad es el impacto en su persona de vivencias muchas veces infantiles. Es el mundo de la aldea, de las tradiciones folklóricas de su Rusia natal, de la cultura judía mamada en su familia, pero también el clima intelectual de la capital, San Petersburgo, con sus vanguardias agitando el mundo de las artes.
Los colores deslumbran en su obra, animan el volumen de las formas, se proyectan como fantasías cromáticas, sugieren movimientos y ritmos. Todo ello potencia las imágenes y revela su concepción de la pintura fundamentada en la confianza en el poder de aquellas. La pintura es ante todo imagen. Es buscar en las formas y en los colores el espíritu emergente que comunica al pintor con el contemplador.
Examinemos algunas de sus obras:
En El nacimiento, óleo sobre tela de 1910, Chagall relaciona un recuerdo, el nacimiento de uno de sus hermanos, con el arquetipo de todo nacer, que es la Natividad. La madre, exhausta, está tendida y desnuda en la cama. La partera, de pie, como parada sobre la misma cama, tiene al niño en sus brazos. Un grupo de campesinos y pastores ingresan en la habitación para conocer al recién nacido. Un viejo judío con las barbas blancas lleva consigo una vaca, como símbolo de la leche de la vida. El padre, también hombre barbado, está como oculto debajo de la cama: como significando que la figura paterna deberá ser encontrada y descubierta por el niño. El baldaquino de la cama no solo resalta la importancia del nacer, sino que también le da dimensión teatral al acontecimiento: como si fuésemos los personajes de una obra que no escribimos pero que sí protagonizamos.
Dedicado a mi esposa, aguada, óleo y acuarela sobre papel de 1911, es parte de la serie de pinturas realizadas en París entre 1911 y 1914. Se advierten en esta obra las influencias del cubismo y los estudios del color introducidos por el impresionismo. El, con cabeza de cabra, se presenta como un Zeus rojo, cuya sangre vital fue alimentada por Amaltea. Ella, como Hera, la consorte de Zeus, se enrosca en su cuerpo, cual si fuese una serpiente que quiere mantener aprisionado a su marido. El, con la cabeza descansando en su palma izquierda y un ojo azul negruzco que mira resignado. Ella, con los ojos cerrados, mientras su cabeza cae plácidamente en el cuerpo de él.
Yo y la Aldea, óleo sobre tela de 1911, exhibe dos rostros de perfil. Uno es humano; el otro, de un animal. El hombre y el animal dialogando en un paisaje aldeano. Allí, la campesina, ordeñando la vaca. El campesino llevando la hoz sobre su hombro derecho. La Iglesia Ortodoxa de la aldea con la cara de un pope. El árbol con sus frutos naturales. Son todas figuras reconocibles, pero la composición es esencialmente antinaturalista: el ordeñar, en el interior de la cabeza animal; la aldeana en posición invertida al igual que dos de las casas, como si estuviesen buscando en la tierra la fuerza nutriente.
Al centro de Homenaje a Apollinaire, óleo, oro y polvo de plata sobre tela de 1911-1912, Adán y Eva, al momento de constituirse como un solo HOMBRE, que es un andrógino porque tiene los dos sexos, siendo a un mismo tiempo varón y mujer. El andrógino se superpone a figuras circulares en las que se hallan números. Es un reloj que nos remite al tiempo de la creación relacionando ambos relatos del Génesis: el 2, acerca de Adán y Eva en el Paraíso, y el 1, cuando Dios crea al hombre a su imagen y semejanza, macho y hembra lo creó. Apollinaire, con quien Chagall mantuvo relaciones de amistad, es el creador del término surreal que daría origen al de surrealismo. Chagall lo homenajea con esta pintura.
Chagall había tomado clases de violín y canto. El tema de El violinista, óleo sobre tela, 1911-1914, se convertiría en un motivo más de una oportunidad representado. En esta imagen, el violinista, un viejo judío, acompañado por un niño que está pidiendo limosna, nos habla de la pobreza presente en las aldeas de Rusia. Completan el motivo central la isba; dos señoras, una de ellas con el torso desnudo; el camino curvado como alegoría de las vueltas de la vida; unos arbolillos raquíticos y un cielo oscurecido.
El Diario de Smolensk, óleo sobre papel y tela, 1914, nos habla de guerra, esa terrible realidad, la que leen y muy pronto vivirán estos dos hombres sentados a la mesa donde una lámpara con una débil lucecita no alcanza a iluminarla. Si la luz es la vida, la débil llamita nos está hablando del imperio de la muerte, la terrible realidad de la guerra. La noticia impacta las emociones de ambos hombres. Sus rostros preocupados, sobre todo del que tiene una tupida barba, revelan lo dramático de la nueva existencia. El hombre de la izquierda lleva una de sus manos a la frente, tapando uno de sus ojos, como si la vista no quisiese seguir el drama por venir. La ventana cerrada parece clausurar la comunicación con el exterior, como si la fuerza de la noticia fuese suficiente para fugarse del mundo.
Los Portones del Cementerio, óleo sobre tela de 1917, es una pintura sincrónica con la revolución. En el portón se lee: “Así ha dicho Jehová, el Señor: yo abriré vuestros sepulcros, y os traeré a la tierra de Israel”. Es un cementerio judío. Se ven las lápida con la estrella de David. Unos pocos árboles florecen. Se trata de un despertar, el de la igualdad finalmente conquistada entre rusos y judíos. Más aún, es el despertar de los muertos en la nueva tierra de Israel, identificada con la naciente Rusia de los Soviets. Un cielo con figuras geométricas de diversos colores expresa la influencia que aún ejercían los principios del cubismo en la pintura de Chagall.
En Crucifixión Blanca, óleo sobre tela de 1938, vemos al centro un Cristo crucificado. Hacia la derecha, un nazi está incendiando una sinagoga. Hacia la izquierda, revolucionarios con la bandera roja, incendian una aldea. Como si se hermanasen en los incendios nazis y stalinistas. Testigos del Antiguo Testamento no pueden dar crédito a lo que ven sus ojos. Hay que seguir caminando por el mundo, más allá de la cruda realidad de la nueva guerra que se avecina. Crucifixión Blanca denuncia a las dictaduras de Hitler y Stalin, al holocausto nazi y al gulag. Hay una luz, una luz blanca que atraviesa el centro de la composición.
En Éxodo, óleo sobre tela de 1952-1966, nos encontramos con numerosas figuras que están protagonizando un éxodo, lo que nos remite, por un lado, al momento en que el pueblo hebreo salió de Egipto, cruzó el Mar Rojo, atravesó el desierto y llegó a la Tierra Prometida. Por el otro, a un éxodo contemporáneo, cuando el pueblo hebreo procura encontrar los caminos para salir de una Europa dominada por Hitler y salvarse del Holocausto. Es interesante observar, hacia la derecha y abajo, a Moisés con las Tablas de la Ley; al centro y como protegiendo al pueblo, un Cristo lumínico; y en la parte anterior una mujer con un niño en brazos, como alegoría de la Virgen María.
Fuente consultada:
Walther, Ingo F. y Metzger, Rainer (2017). Marc Chagall. La pintura como poesía, Lima, Taschen.