Camille Pissarro, pionero del impresionismo
- Por Miguel Ruffo
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Se cumplen hoy 195 años del nacimiento de Camille Pissarro en Sant Thomas, en las Antillas francesas. “No es un poeta ni un filósofo sino, sencillamente, un naturalista, un pintor de cielos y de campiñas”, dijo de él Emile Zola.
Camille Pissarro, considerado uno de los pioneros de la pintura impresionista, comenzó a desarrollar en París, adonde se había trasladado siendo adolescente, el percibir emotivo de lo natural. Después de un breve regreso a las Antillas y de recorrer durante años América Latina pintando barcos en el puerto de su ciudad natal, retornó a París en 1855. Allí estudió dibujo en la Escuela de Bellas Artes y se relacionó con Monet y Cezanne. Asimiló el nuevo movimiento impresionista. Esto lo llevó a pintar al aire libre, a captar los colores de la naturaleza, a percibir los matices de un mismo color en los árboles y en las plantas, en los ríos y arroyos. Colores y matices que cambiaban al cambiar las formas en que incidía la luz solar con el pasar de las horas del día. En sus paisajes está presente el hombre. En sus praderas, bosques y villorrios aparece Su Majestad, el campesino, porque éste es el que por medio de su trabajo se “adueña” del paisaje.
Pissarro participó en todas las muestras del movimiento impresionista hasta la octava realizada en 1886. Ya en 1883, Paul Durand-Ruel había organizado en París la primera muestra individual de Pissarro, quien había adherido al puntillismo, la construcción de la imagen por medio de pequeñísimos puntos de color. Hacia 1890 abandonó esta búsqueda estética y retornó a una imagen más tradicional. Padecía de una enfermedad de la vista que al producirle una semi ceguera en 1894 lo llevó a escribir: “Debo trabajar fuerte. Ya no me quedan muchos años de vida, y es necesario que aproveche mientras vea claramente y sienta a la naturaleza, para poder concluir mi vida de manera honorable”.
Como ya dijimos, Emile Zola elogió a Pissarro, por la “verdad” y la “consciencia” o autenticidad de sus pinturas. Zola veía una “poética naturalista” en sus obras. Pissarro, alejado de las políticas artísticas de las academias y salones, desarrollaba su particular estética. Mientras las grandes pinturas académicas respondían a cánones o modelos estilísticos donde lo real tenía un tratamiento “esquemático” o, para ser más precisos, un representar desde un modelo ideal, la pintura de Pissarro y de los impresionistas, en general, aprehendía lo real desde lo real mismo por medio de una minuciosa observación al aire libre. Ese “real” era la naturaleza por la cual Pissarro tenía un sentimiento íntimo y profundo; todo su arte nace de un humilde y atento estudio de la naturaleza. Esta “religiosidad campestre”, para decirlo con palabras de Laura Malvano, lo llevaron a aprehender el mundo campesino con sus campos roturados y sus villorrios con las casitas de los labradores y sus callecitas franqueadas por árboles.
Examinaremos algunas de sus pinturas:
Pontoisse, 1868
El puente y el río, una gran chimenea que despide humo, la callecita por la que caminan hombres, mujeres y caballo, la animada conversación de una señora, su hija y un vecino. Las casas junto a la rivera, las ventanas abiertas al paisaje, las siluetas apenas esbozadas del gentío que cruza el puente, el hombre y la carretilla. Todo un animado mundo bajo un cielo celeste, con algunas nubes blanquecinas y otras apenas grisáceas. La cotidiana vida de una pequeña urbe. El sosiego y la tranquilidad que viene a ser alterada por el ritmo de una máquina a vapor denotada por el humo de la chimenea.
Calle de Louveciennes, 1870
Allí, una campesina, en medio del verdor de las plantas, los árboles que ascienden buscando la luz, el flamear de unas banderas agitadas por el viento, el pueblo que se recuesta en una especie de ladera y un cielo donde se alternan lo celeste, lo blanco y lo grisáceo. El verde con ciertos toques tenuemente amarillentos, lo blanco de las paredes posteriores de una casa, ese negro-violeta que adivinamos en la vestimenta de la campesina, lo amarronado de parte de la composición, son los colores de este paisaje.
Calle de Pontoisse en invierno, 1873
Nuevamente el villorrio en una jornada de invierno. La nieve blanca en la calle y las aceras y en los tejados; la tracción humana que representa el trabajador que impulsa y mueve un diminuto carro; la señora de la casa barriendo la nieve; el sobretodo del hombre que se encuentra junto a ella al caminar por la acera; los juegos de ventanas abiertas; el paso corto de la joven con vestido negruzco que avanza hacia la señora de la escoba; el hombre que camina con un paraguas… Todo ello conforma el trajín de un día de invierno.
Los techos rojos, 1877
Nos encontramos en una tarde de otoño observada bajo la luz de esas horas. Se trata de una sinfonía cromática dada por el rojo de los techos de las casas campesinas, por lo amarillento de los árboles que han perdido sus hojas, por la oscuridad en que se sumerge el matorral, por lo celeste de un cielo apenas coloreado, por el blanco de paredes y chimeneas que marcan un contrapunto con la riqueza cromática del conjunto de la pintura.
La ermita de Pontoisse, 1878
El villorrio con sus casas campesinas, el verdor de los árboles, el celeste de los techados, el blanco de las paredes, el cielo celeste-blanquecino y una ermita que debemos adivinar. Todo para enmarcar con este paisaje al labrador, con camisa blanca y pantalón grisáceo y la campesina que encorvada parece estar arreglando la ermita. Esta pintura, y en general todos los paisajes campestres de Pissarro, nos llevan a pensar en una naturaleza viviente: una vida dada por la danza de los colores.
La senda de la col, 1878
Los campesinos, hombre y mujer, junto a una oveja; la deslumbrante pradera con su verde florecer; el cielo con sus nubes blanquecinas que acompaña el florecer de la campiña; el celeste del río que fertiliza los campos. La conjunción de agua, tierra y cielo para dar a la vida campesina el marco de su labor. El día del campo, la presencia del labrador, el llamado sacrificial del cordero (la oveja), la luz que baña el paisaje… Todo llevó al escritor Joris-Karl Huysmans a decir que esta pintura “de cerca, es una sólida construcción” y que “a lo lejos, es aire en circulación, cielo sin confines, naturaleza palpitante, agua que se evapora, sol que irradia y tierra que fermenta y humea”.
La carretilla, 1884
¡Cuanto maravilloso verdor hay en esta pintura! Es un baño verde, de vitalidad y esperanza, de vida y laboriosidad, de naturaleza sublime y de trabajo campesino. Allí está la carretilla para que la campesina recoja la hierba. Allí está el trabajo como alegoría de la vida, porque allí se conjugan la naturaleza y lo social, lo que advino a la existencia por el acto creativo de Dios y lo que adviene al existir por el trabajo del hombre. La tierra y la mujer, la unión del principio fundante femenino con el cielo como padre. Un padre que al cubrir la tierra acompaña el trabajo creador. Todo se conjuga en esta pintura para hacer de ella un canto a la naturaleza y el trabajo.
El Sena en París, 1901
Aquí nos encontramos con uno de los temas impresionistas más visitados: el río. La silueta de París, atravesada por el Sena, se manifiesta por detrás de una atmósfera densa que se transparenta como aire no viciado que deja ver la ciudad de las luces. El río es el agua como principio de la vida; la ciudad es la luz que alumbra al mundo; el puente, en tanto une las orillas, nos lleva a pensar que los ríos no son los que separan las orillas, las naciones y países. Estamos frente a una alegoría de los puentes, o para ser más precisos, de los ríos, que unen las orillas, que permiten la comunicación de una con la otra. Tan acostumbrados estamos a decir que los ríos separan que no advertimos lo que los ríos en realidad hacen: unir las orillas. El puente que pinta Pissarro nos lleva a reflexionar sobre la unidad que ellos simbolizan. El casi primer plano del puente nos lleva a un ver más minucioso de la pintura. Si la observamos con detenimiento veremos que la ciudad (producto del trabajo del hombre) se concentra en una de las orillas. La otra orilla solo se insinúa pero se encuentra en un primerísimo primer plano. Allí encontramos unos árboles (productos del desarrollo de la naturaleza) y una especie de mirador donde se hallan personas. Es la unión de lo natural y lo social, de la naturaleza y del trabajo, de lo creado por Dios y lo creado por el hombre.
Fuente consultada:
Malvano, Laura (1979). Los Grandes Pintores: Camille Pissarro, Buenos Aires, Viscontea.