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 14 de diciembre de  2024
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Toulouse Lautrec: pintor de la noche parisina

Toulouse Lautrec: pintor de la noche parisina

Se cumplen hoy 160 años del nacimiento de Henri de Toulouse Lautrec, pintor y cartelista francés que encontró en la vida nocturna parisina de finales del siglo XIX la principal inspiración para su obra y en el arte una forma de resistir una cruel enfermedad hereditaria. Referenciado con el movimiento postimpresionista, falleció a la temprana edad de 36 años en la población de Saint-André-du-Bois.

Henri de Toulouse-Lautrec, único heredero de los condes de Toulouse, perteneció a una familia de la más rancia nobleza, cuyos títulos nobiliarios se remontaban a la Edad Media. Desde pequeño se aficionó al dibujo y la pintura. A los 18 años estudió en París en el taller del pintor realista Léon Bonnat y luego con el pintor de historia Fernand Cormon. Ni uno ni otro fueron los maestros más idóneos para la pintura que desarrollaría Toulouse.

En la segunda mitad del siglo XIX París se convierte en la nueva capital de las artes. El impresionismo modificó los cánones estéticos, representó la irrupción de la luz, el estudio de los colores y la representación de paisajes. Cuando dicho movimiento fue perdiendo su carácter revulsivo, cuando se agotaban sus iniciativas, la pintura practicada por Toulouse Lautrec propuso nuevas reglas y abrió nuevos caminos para el arte. Frente a la luz natural y diurna de los impresionistas, Toulouse Lautrec representó el lado oscuro de la noche de París. La ciudad, “que se había convertido en una ciudad mágica con los impresionistas, quedó desnuda y se mostró como un lugar cosido con trozos de suburbio, sueños rotos y adiciones de todo tipo”, graficó el historiado Javier Pérez Segura.

La modernidad buscó la belleza en la verdad, como si lo bello y lo verdadero, lo estético y lo gnoseológico, se fundiesen en un arte creativo. Gustave Courbert lo había buscado en el realismo. Edouard Manet y Edgar Degas en el impresionismo. Toulouse Lautrec, con líneas vibrantes y recargadas, continuó la búsqueda no tanto en el ballet y la música como Degas, sino en el espectáculo nocturno con toda su crudeza. No es la belleza de las bailarinas de Degas, sino coristas muy carnales donde la luz no es más que el instante efímero de un dolor sin brillo.

El teatro de variedades y revisteril fue el ámbito donde abrevó para el desarrollo de su pintura. Primero el Moulin de la Galette y luego el Moulin Rouge fueron como el hechizo que lo llevó a representar a las bailarinas del cancán. Y dentro de su producción adquirió relevancia el cartel publicitario como forma de difusión de los nuevos espectáculos.

Estamos en un París que comienza a exhibir las lacras de la sociedad capitalista industrial, de una ciudad que tiende a abandonar las ideas del progreso indefinido y donde surgen nuevas filosofías y estéticas, nihilistas, decadentistas e individualistas.  Y a ese París, que no solo era la ciudad de la luz, sino también la sórdida y oscura ciudad de las “noches del placer”, a ese París se dirigió Toulouse para ahogar sus penas entre el alcohol, las coristas y la pintura. Porque precisamente la pintura se convirtió en el “arma” que le permitió trascender las penas y dolores de su vida. “También él, como sus excéntricas modelos, estaba condenado a ser estrella fugaz”, escribió Pérez Segura.

Y así fue. A raíz del alcoholismo, la sífilis y un deterioro físico general fue internado en un sanatorio mental en 1899. Toulouse logró salir del psiquiátrico, pero al poco tiempo murió. “Mediante una inteligencia privilegiada, una gran sensibilidad artística y una admirable voluntad para superar sus deficiencias, compensó las espantosas fallas de su condición física y aprendió a hacer olvidar su ingrata apariencia a fuerza de vivacidad, de ingenio, de cordialidad, de buen humor y de talento”, expresó sobre el pintor francés el reconocido crítico de arte y pintor argentino Julio Payró.

Abordemos el análisis de algunas de sus obras:

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La Condesa de Toulouse Lautrec, desayunándose, 1883.

La condesa Adela, su madre, de aspecto severo y pensativo, ha sido representada en posición sedente frente a una mesa en la que se destaca una taza de café. Un fondo casi abocetado, con carga matérica, diverso en los colores, enmarca la figura de la madre. Una mujer que representa para Toulouse la seguridad ante las dificultades que le plantea la vida.

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La troupe de Mademoiselle Eglantine, 1895-1896.

Las siluetas de cuatro bailarinas del cancán. Líneas negras, precisas y contorneadas, con piernas abiertas y arqueadas, con medias negras que cubren esas piernas desde las rodillas hasta los zapatos taconeados; sus cabellos cortos y naranja, con sombreros de alas anchas, completan las figuras de estas cabareteras.

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Jane Avril bailando en el Moulin Rouge, 1892.

Jane Avril fue su única amiga entre las vedettes de los espectáculos de París. Su paso de baile revela sexualidad, equilibrio y sugestiones eróticas. Sus manos arremeten contra la falda que se sube para mostrar las piernas cubiertas por medias negras. Un rostro sereno transmite la decisión de desarrollar un baile a un mismo tiempo elegante y provocador. El fondo parece abocetado por medio de trazos fuertes, enérgicos y sueltos, que están como mandantes del ritmo del baile.

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El Moulin Rouge, 1892.

Aquí se representan a los habitués del cabaret, entre ellos, a la “Golosa”, una de sus estrellas, vista de espaldas ante un espejo. Damas y señores, unos sentados y otros de pie, alternan la conversación con bebidas dispuestas en la mesa. La negritud de los trajes y sombreros de los caballeros, el tinte rojizo o anaranjado de los cabellos recogidos de las mujeres, el rojo furioso de los labios de la mujer en el primer plano de la derecha y el tono verdoso del vestido de la “Golosa”, señalan el contrapunto cromático de la composición.

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Jane Avril en el Jardín de París, 1893.

Se trata de uno de sus numerosos carteles publicitarios. El dibujo revela el estudio de las estampas japonesas. Se destaca la riqueza cromática. Amarillos, rojos, blancos, negros, invitan desde la publicidad a asistir a una noche de música y baile, sensual y excitante. Los pasos de Jane Avril son los sugestivos movimientos de ese baile libidinoso y provocativo que era el cancán.

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En el salón de la rue des Moulins, 1894.

El más importante de los cuadros inspirado en las vidas de las prostitutas. Se disponen las mujeres, casi todas ellas sentadas, a la espera de un cliente. La atmósfera es densa, pesada, casi agobiante. Estamos frente al tenso clima de la mujer que vende su cuerpo. No hay sonrisas, no hay hombres, solo mujeres a la espera. La madama, sentada a la derecha, con su rostro enjuto, tiene una caracterización distinta, por sus gestos, por su manera de sentarse, por la posición de sus piernas. Y lo que ya se revela como una nota de la pintura de Toulouse: el casi boceto de los fondos. Líneas rectas, verticales y horizontales, se presentan casi como sombras que en esta obra podrán aludir al inconsciente mancillado de estas mujeres.

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Madame Poupoule en su tocador.

Esta composición se nos presenta como un estudio de las potencialidades expresivas de los colores. Los cabellos rojizos de la madame que caen a ambos lados de la cara; el blanco-grisáceo de la tela que cubre la mesada, el blanco transparente de uno de los frascos, las manchas de color hacia el fondo, señalan un estudio del color, más allá del impresionismo. No es el color revelado por la luz que ilumina los objetos del paisaje. Son los colores de un interior, son un pensamiento en colores, de una realidad contundente: la de la madama. Ella está observando su rostro, la cara de su negocio. No vemos el reflejo de su rostro. Tan solo puede tal vez ser sugerido por el punto oscuro de uno de sus ojos. Los colores expresan las tensiones de la privacidad, de una privacidad que está más allá del salón. El punto negro es el punto ciego de su visión.

Fuente consultada:

AAVV (1964). Pinacoteca de los Genios. Toulouse Lautrec, N° 1. Buenos Aires, Codex.

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