El vuelo inmortal de Mariano Moreno
- Por Miguel Ruffo
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Se cumplen hoy 115 años del acto de inauguración en Plaza Lorea del Monumento a Mariano Moreno en el marco del Centenario de la Revolución de Mayo. De autoría del artista español Miguel Blay y Fábrega, el conjunto escultórico presenta la figura de Moreno y detrás de ella a un cóndor que nos permite introducirnos en la dimensión simbólica de las culturas andinas.
Adolfo Pedro Carranza, fundador del Museo Histórico Nacional y alma de la Comisión Municipal para encargar las estatuas destinadas a recordar a los hombres de Mayo, dejó en su diario detalles de la ceremonia destinada a la inauguración del monumento a Mariano Moreno y también su malestar por la escasa solemnidad con que fue tratada: “Indigna esta conducta, tratándose del más grande hombre civil de nuestro país. Debió inaugurarla el presidente, debieron ir las escuelas públicas, ser día feriado, tener por decreto honores de teniente general, etc., etc., etc. Lo que se decreta a cualquier cachafaz que ocupa un puesto público no ha merecido el gran Moreno”.
Carranza, que asesoraba y aconsejaba a los artistas sobre la forma de representar a los “Padres”, cuando Blay ya estaba trabajando en la realización de la base para el pedestal, le manifestó su disgusto con lo que estaba diseñando y le indicó que hiciese “un símbolo del ‘Genio de la Revolución’ o algo semejante”. Blay, entonces, le presentó un nuevo proyecto de base del monumento. “Me ha pedido que le deje llevar las ‘Arengas’ de Moreno en edición de 1836”, dejó escrito Carranza. Esto evidenciaba la necesidad de Blay de conocer más puntualmente y con mayor detenimiento el pensamiento de Moreno. Y ello se correspondía con las concepciones que Carranza tenía de las esculturas y pinturas. Unas y otras debían transmitir, a través de la representación, el espíritu que animaba al hombre evocado. En otros términos, el artista, ya sea escultor, ya sea pintor, debía compenetrarse de las ideas, los pensamientos, los sentimientos, el universo íntimo del hombre que sería evocado por la escultura o la pintura. Así tendríamos esculturas vivaces donde la piedra, el mármol, el bronce –en tanto materias– serían atravesadas por el espíritu y la dimensión sensible de la escultura y proyectarían al contemplador hacia el mundo espiritual del homenajeado. De esa manera, se generaba una empatía entre el “Padre”, el hombre de la Revolución, y los “Hijos”, nosotros, como ciudadanos y herederos de los fastos protagonizados por nuestros ancestros.
En su crónica del acto inaugural, La Nación decía que “el monumento, contrariamente a la práctica de casos análogos, estaba descubierto desde muy temprano, lo que permitió al público admirar la obra del escultor Blay y contemplarla a su gusto antes de la ceremonia”. Durante esta, José Matías Zapiola, miembro de la Comisión Municipal, había destacado la “severa e inquebrantable energía” del carácter de Moreno, mientras que el intendente Manuel Güiraldes había definido al fundador de La Gaceta de Buenos Aires como “genio superior de la Revolución de Mayo, exponente supremo de las ideas redentoras”.
En cuanto a la trayectoria de Blay, el escultor, contamos con que había iniciado su formación artística en la Escuela de Dibujo y Pintura de Olot, su ciudad natal. Luego estudió en Italia y finalmente en Francia, donde acudió al taller del escultor Henri Chapu. Obtuvo medallas como premio a su trabajo y fue nombrado Caballero de la Legión de Honor en 1901. Años más tarde, en 1909, fue nombrado Académico de la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y en 1925 fue director de la Academia Española de Bellas Artes en Roma. Gran parte de su producción escultórica se inscribe dentro de los cánones del modernismo artístico.
Análisis de la escultura
La relación entre el cóndor y Moreno encierra las claves para la interpretación de esta obra. El cóndor, ave del vuelo sublime, de lo alto, de las cumbres andinas, vuela más bajo que el pensamiento de Moreno, porque Moreno mismo es lo alto y sublime. El ave de la inmortalidad vuela más bajo que Moreno porque el pensamiento de Moreno es lo verdaderamente inmortal.
Para comprender esto es necesario introducirnos en el simbolismo del cóndor en las culturas andinas. Pensaban los andinos que cuando el cóndor sentía próxima su muerte ascendía a las cumbres y se dejaba caer con las alas plegadas para luego reaparecer en las alturas, venciendo a la muerte y convirtiéndose en inmortal. Y es esta inmortalidad uno de los significados que podemos construir en la interpretación de esta escultura. El alto vuelo de Moreno está dado por la inmortalidad de sus ideas. Ideas que nos llaman desde el “más allá” para continuar en la brega por ellas iniciadas: la Revolución y la Independencia.
Pero aún hay más: el cielo es morada de dioses y de antepasados y el cóndor, por su vuelo de altura, se relaciona con el cielo. Por ende, es mensajero de los dioses y de los muertos. Moreno nos está llamando, se está comunicando con nosotros. Su cóndor es su vehículo como mensajero, sus ideas son el mensaje transmitido desde el “más allá”. Moreno y el cóndor, el pensamiento y el ave, el sujeto y el símbolo se conjugan para hacer del “Moreno-Cóndor” la expresión de un numen que convoca a la nueva nación a volar tan alto como el majestuoso vuelo del cóndor de los Andes. Moreno y el cóndor son una unidad, son el elixir de un mundo que está naciendo, el de la América independiente. Si el pensamiento de Moreno alcanza un vuelo superior al del cóndor es no solo para simbolizar lo elevado de sus ideas, sino también para dar cuenta, a partir del simbolismo andino reseñado, que esas ideas de los antepasados son inmortales. Si el pensamiento asciende a las más altas cumbres, entonces no habrá obstáculo que no pueda ser vencido por el filo de la pluma que vuelca en los escritos la vibrante fuerza del pensar. El “Moreno-Cóndor” está allí en Plaza Lorea para recordarnos el mensaje de los antepasados y para que alcancemos la inmortalidad propia de los dioses.
Fuentes consultadas
Carranza, Adolfo P. Diario Personal (Inédito).
Memorandum sobre las Estatuas inauguradas en 1910 (1912). Buenos Aires, Rinaldi Hnos.