Paul Klee y el simbolismo de los colores
- Por Miguel Ruffo
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Se cumplen hoy 85 años del fallecimiento de Paul Klee, artista pintor que desarrolló su arte influenciado por la abstracción, el surrealismo y el expresionismo.
Paul Klee procedía de una familia cuyos padres eran músicos, por eso, como dice su biógrafa Paola Ciuferri, “la armonía y la estructura abstracta de los espacios musicales constituyen una constante en su obra”.
Su arte se desarrolló en una época de grandes transformaciones sociales, la mayoría de ellas signadas por la violencia. El desarrollo imperialista del capitalismo, la guerra de 1914 y la revolución rusa de 1917, la primera posguerra y el fascismo, Hitler y el origen de la segunda guerra mundial contextualizan sus creaciones. “Cuanto más horrendo es este mundo, como ahora, tanto más abstracto es el arte, mientras que un mundo feliz produce un arte inmanente”, son palabras que se le atribuyen haber dicho durante los años de la Gran Guerra.
Hacia 1918-1919, Paul Klee es uno de los artistas más relevantes de las vanguardias. En la Alemania caótica de la posguerra, que se debatía entre el socialismo o el fascismo, se incorpora a la Bauhaus. Allí enseñará pintura y se insertará en los debates sobre la función del artista y su relación con la sociedad.
Para Klee, en la obra del artista se sintetizaban el ensueño del arte y la razón pensante de la filosofía. El artista debía partir de una cosmogonía sobre el origen del universo, cuando todo era más pequeño y menos diversificado, y encontrar en el principio de la creación la clave para comprender el todo, el mundo en todas sus concatenaciones y diversidades. En lo micro originario descubrir lo macro del presente universal.
Ya en la República de Weimar, la Bauhaus se vio en serios problemas. En 1932 se resolvió su disolución y en 1933, con el nazismo en el poder, fue cerrada definitivamente. Los nazis organizaron una exposición del "arte degenerado" donde exhibieron diecisiete obras de Klee. 102 de sus obras fueron confiscadas y mal vendidas. Había sido acusado de judío y extranjero, ante lo cual expresó: “Aunque yo fuera un auténtico hebreo de Galilea, eso no cambiaría el valor de mi personalidad ni de mi obra”.
El arte necesita una libertad completa, absoluta; sin ella todo se pierde. Y en Alemania, todo estaba perdido. Emigrar, enfermar, morir es su destino. “No es por azar. Se me encaminó por la senda trágica”, sentenció poco antes de su muerte.
Examinemos algunas de sus obras.
El Rey de los caracoles de mar, 1933, acuarela y óleo.
Un caracol amarillo-rojizo. El amarillo como color lo asociamos al sol, al oro, al yo. El amarillo, en tanto símbolo de lo solar, se incuba en los poderes imperiales (Egipto, Roma, Perú, etc.). Las curvas del caracol son los vericuetos, las idas y venidas de esos poderes. El rojo es la vida, la sangre, la fuerza. El rojo oscila entre la muerte sacrificial de uno o la muerte del otro sembrada por la guerra. Es un caracol de mar. Y ello nos lleva a pensar en los imperios marítimos, como el cretense en la Antigüedad o el británico en la contemporaneidad. Lo amarillo-rojizo es la muerte del otro sembrada por las guerras de los imperios, porque estos no se suicidan, acumulan el oro y afirman su identidad, su yo (color amarillo).
La Noche de Valpurga, 1935, gouache.
Allí, como espectros esbozados por múltiples y curvilíneas líneas, con los ojos destacados en su composición, se levantan para asustar esos seres de la noche. El dominio del gris nos pone ante los matices y transiciones de la vida. No es la luz (color blanco), pero tampoco es la oscuridad (color negro), es el gris como situación intermedia. El gris nos está diciendo que aún lo oscuro cumple un rol en la condición de los hombres. Lo gris es no solo la tensión de los opuestos, sino que revela todas las dimensiones de la condición humana. Se trata de una realidad donde el hombre puede elevarse a la condición de los ángeles o caer en la realidad de los animales. Con otras palabras, si el blanco es Dios y el negro es el Diablo, el gris es el Hombre. En dicho color se debate su condición existencial. La noche de Valpurga es una noche de hechicerías, y estas son parte de la existencia humana, de las contradicciones en cada individuo, de la lucha entre lo angelical ascendente y lo animal decreciente. Es el dilema de la condición humana. La humanidad es gris y debe resolver si asciende a lo blanco o retrograda a lo negro.
Jardín botánico (sección árboles exóticos), 1939.
Las figuras vegetales, ascendentes y descendentes, expresan la fertilidad de la tierra. El verde, la vida, es el color de la creación. El arco iris, símbolo de la alianza entre Dios y la humanidad, lleva en su centro el color verde. Es el color de la sabiduría, del arte de saber comportarse en sociedad y del matrimonio. En este caso, la unión de Dios y el Hombre. Es el color de la naturaleza, de los bosques y las praderas. Es el renacimiento en cada primavera de la vegetación de las plantas y de los árboles, del verdor de los campos. Es, también, el color del amor, ya que Afrodita-Venus tiene por atributo el color verde y esto se vincula con el matrimonio. Estamos ante un “jardín botánico”, ante un jardín que es producto del pensamiento y la arquitectura paisajista del hombre. Es el ascenso y la espiritualización del hombre, es su triunfo sobre la corporeidad pecaminosa (es más la Afrodita Urania que la Afrodita Pandemos, lo que nos lleva a pensar el matrimonio-verde como unión con los espacios del cosmos). Es el triunfo del espíritu purificado porque el jardín es no solo una creación humana, sino, quizás ante todo, una creación divina (Adán y Eva fueron creados en el Jardín del Edén). Y así el verde también simboliza la esperanza, que es una de las tres virtudes teologales.
La muerte y el fuego, 1940.
Klee pintó esta obra el año de su muerte. Año de muertes en el mundo que se ha precipitado a la Segunda Guerra Mundial. El rojo-sangre es la vida mancillada, es el dominio de la muerte del otro, del enemigo; es que el hombre ha perdido el espíritu de la hermandad. El negro es el luto, el dolor, el llanto y la desesperación ante tantas muertes. Pero asoma una esperanza, una vitalidad, una reserva de la vida; todo ello nos está diciendo el blanco. Es la luz, quizás pequeña, que queda en el rostro de cada hombre, como diciéndonos: “¡Hombres, que hacéis!, ¡Recapacitad!”. Ver, en 1940, una luz blanca de esperanza, era todo un desafío frente a la crueldad de quienes precipitaron al mundo a la guerra y la muerte.
Cabeza de Mártir, 1933.
Un mártir puede ser el cristiano que moría por la defensa de su fe en el Bajo Imperio Romano. Pero un mártir puede ser también un hombre o una mujer que muere en defensa de sus ideales humanistas, en ese año de 1933, cuando el nazismo alcanzaba el poder en Alemania. El amarillo aquí nos habla no del oro metálico, sino del oro del espíritu, ese amarillo alcanzado por los alquimistas en una de las etapas de la transmutación de los metales. Se trata del amarillo de aquellos hombres que alcanzaron a preservar su espíritu frente a la noche del mundo. Las formas geométricas de las facciones del rostro nos hablan de una racionalidad todavía presente en algunos hombres frente a la irracionalidad que, con el nazismo, parece haber inundado el mundo. Los ojos carecen de pupilas. Solo miran hacia el interior, hacia la profundidad de la psique, preguntándose hasta qué punto nos conocemos a nosotros mismos.
Magia de los Peces, 1925.
En una masa acuática, de color verdoso, nadan peces de distintos colores: celestes, amarillos, rojos, grises. Son la diversidad de la vida, lo plural, los tantos otros que el yo de cada uno conoce. Es un llamado a respetar las diferencias, las individualidades. Las flores son como una ofrenda a lo diverso. Los círculos son la totalidad: un todo que en su desarrollo en el tiempo se diversificó. Los triángulos, que semejan relojes de arena, son el tiempo que transcurre y que se torna comprensible en la media luna celeste que envuelve al sol amarillo. El sol y la luna, como señales del tiempo, de los días y de las noches. Días que deben transcurrir para que el hombre comprenda el valor de la diferencia, a lo que llama la pluralidad de colores.
Muchacha con Jarras, 1910.
Adivinamos la presencia de una joven en una representación que desde lo cromático se caracteriza por el dominio del azul-celeste. Es el color del cielo, de un cielo que podemos identificar con el Padre Celestial. Pero la representación de una joven mujer nos habla de la dimensión andrógina del cielo. Las jarras, en tanto recipientes, en tanto contenedores, nos hablan del trasvasamiento de los líquidos. La muchacha mira como si estuviese vigilando el comportamiento de aquellos que son mirados. Y si la muchacha es la dimensión femenina de Dios, si estamos en presencia de un Padre que a un mismo tiempo es una Madre, entonces, el mirar de la muchacha, es el ver y el cuidar de los padres a los hijos.
Fuentes consultadas
Ciuferri, Paola (1979). Los genios de la pintura: Klee, Madrid, Ediciones Fernandez de la Hoz.
Portal, Frederic (2011). El simbolismo de los colores. En la Antigüedad, la Edad Media y los Tiempos Modernos, Barcelona, Sopha Perennis.