Clemente Onelli: gran impulsor del zoo porteño
- Por Miguel Ruffo
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Se cumple hoy el centenario del fallecimiento de Clemente Onelli, destacado naturalista que dejó una marca indeleble en la historia del Jardín Zoológico Municipal de Buenos Aires, del que, tras ser designado por Julio Argentino Roca, fue director entre 1904 y 1924.
Clemente Onelli, que había nacido en Roma en 1864 y se había formado en la Facultad de Ciencias Naturales de esa ciudad, ya era un sabio naturalista cuando en 1889 se trasladó a Buenos Aires y merced a sus relaciones pudo trabajar en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata.
En 1904, al asumir como director del zoológico, cargo que iba a ejercer hasta su repentina muerte a causa de un síncope cardíaco, Onelli decía: “Se ha tenido en cuenta que un Jardín Zoológico no es tan solo una exposición de fieras, sino también una contribución al estudio de faunas, así autóctonas como exóticas, a su aclimatación, repoblamiento, crianzas, etcétera, a fin de llegar a las consecuencias prácticas de los estudios científicos”. En efecto, el Jardín Zoológico surgía no solo como un ámbito donde se exhibían los animales sino también como un centro de investigaciones científicas. Una expresión de esta orientación fue la creación de la Revista del Jardín Zoológico de Buenos Aires donde se difundían los más variados artículos sobre la vida animal.
Entre las muchas anécdotas que rodean la figura de Onelli, una de las más recordadas ocurrió en 1912, cuando una jirafa de cinco metros de altura llegó al puerto de Buenos Aires. Onelli decidió llevar al animal caminando hasta el Zoológico por las calles de la ciudad. La travesía despertó la curiosidad de numerosos porteños que, con una mezcla de admiración y de carácter risueño, observaban el insólito desfile. Buenos Aires entera comentaba la ocurrencia de Onelli de llevarse la jirafa caminando todo el trayecto entre el puerto y Palermo.
Otra historia pintoresca ocurrió en 1921, cuando el Zoológico recibió la visita del Infante Don Fernando de España. Durante su estancia, nació una cría de gnu, que es un antílope proveniente del sur del continente africano y el noble español quedó admirado. Onelli, según señala Diego del Pino, le dijo entonces al visitante: “Si su alteza no se ofende y lo permite, este animal que admira se llamará Fernandito”. La propuesta fue aceptada por el infante con sumo agrado.
Episodio de índole memorable fue el suscitado en 1922 por el caso del plesiosaurio en la Patagonia. En el lago Epuyen, en la provincia de Chubut, se decía que había un gigantesco animal, un reptil emparentado con los dinosaurios. “Tan propenso a las fantasías y a las aventuras, [Onelli] consideró que era urgente organizar una expedición para capturar al testigo de épocas pasadas y poder exponerlo a la curiosidad mundial en el Jardín Zoológico de Buenos Aires”, relata el ya citado Del Pino. Se hicieron entonces numerosos preparativos, tanto nacionales como extranjeros, para capturar al gran reptil. Pero todo resultó ser una invención y las expediciones programadas se derrumbaron. Cabe destacar que la ocurrencia de la existencia de un gran reptil en nuestro país, precedió a la del tan mentado monstruo del lago Nees, de Inglaterra, otro plesiosaurio antediluviano del que tanto se ha hablado a partir de 1933. Y esto nos lleva a preguntarnos si en las profundidades de los mares y de los lagos no subsisten animales que consideramos extintos.
Uno de los problemas del Zoológico era la falta de agua tan necesaria para los animales, plantas y hombres. Se excavaron pozos para dar con una capa subterránea rica y permanente. En 1917 se encontró una capa freática, de escaso caudal y de buena calidad. A diferentes profundidades se hallaron otras capas. Se consideró que el agua obtenida era pura y desprovista de bacterias, y se la difundió como “agua medicinal” que inicialmente se la distribuía en forma gratuita pero luego se la vendió a 20 centavos con el fin de obtener recursos para el Zoológico.
Otro proyecto ambicioso fue el diseño de un acuario subterráneo que conectaría el Jardín Zoológico con el Jardín Botánico, cruzando por debajo de la Avenida Las Heras. Sin embargo, la falta de fondos impidió su concreción. Además, Onelli también se preocupó por la arborización del Zoológico. Y a los niños que visitaban el predio solía sugerirles que cuando fueran adultos iban a poder decirle a sus hijos: “Este árbol que tú ves, tan grande, yo lo he visto plantar”.
En cuanto a la arquitectura, Onelli siguió la política iniciada por su predecesor, Eduardo Holmberg, de construir recintos para los animales inspirados en las culturas de sus países de origen. Mientras Holmberg se inclinaba por estilos orientales, como los templos indostánicos y pagodas japonesas, Onelli prefería el estilo greco-romano. Bajo su dirección, se construyó una réplica del Templo de Vesta, en Roma, destinada a ser una nursery, y que albergó una escultura de “La Loba” que amamantó a Rómulo y Remo, donada por aquella ciudad.
En bella prosa, en referencia al Pórtico Bizantino, uno de los recintos construidos bajo su dirección, escribía Onelli en 1909: “Allí donde el follaje sombrío bordea las aguas, se refleja todo entero, indeciso por la brisa que agita el lago Darwin, el ruinoso Propileo Bizantino, con su frente de tazas superpuestas que, entre algas y musgos, destilan chorros muertos entre la maleza que crece, adrede, para dar sabor y estilo al encantado paisaje. Se reúnen allí, en las horas meridianas, manchas albas y rosas, los flamencos, que estilizan aún más el paisaje, inmóviles ante las columnas derrumbadas y con sus cuellos violentamente flexibles, que tanto condicen con la arriesgada y fabulosa fauna de la rebuscada escultura de Bizancio”.
Fuentes consultadas:
Del Pino, Diego (1979). Historia del Jardín Zoológico Municipal. Buenos Aires, MCBA.