William Turner: las acuarelas de un romántico
- Por Miguel Ruffo
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Hoy, a 250 años del nacimiento en Londres de Joseph Mallord William Turner, su obra sigue revelando las tensiones entre naturaleza y modernidad. Maestro del paisaje y la luz, el pintor romántico transformó la acuarela en un lenguaje sensible que interpela la mirada del mundo.
Joseph Mallord William Turner es uno de los principales referentes en la historia del arte universal. Su romanticismo se inscribe dentro de una nueva versión del pasado. La naturaleza se presenta en su obra como un paraíso perdido, como un lugar mítico añorado, como un legendario pasado que se torna presente en las visiones de un romántico.
A la vez, dado que Turner vivió los primeros decenios de la Revolución Industrial, cuando se afianzaba el poder económico de la burguesía y se formaba el proletariado moderno, la naturaleza devenía en un ámbito que demandaba un nuevo curso para la historia y era reducida cada vez más a la condición de objeto universal del trabajo por la nueva tecnología de las máquinas a vapor. Se gestaba una contradicción entre el mundo de la naturaleza, del cual proviene el hombre, y la nueva sociedad tecnológica que con su dominio se vuelve contra aquel mundo. En esa naturaleza olvidada y mancillada encuentra Turner la esencia del hombre, ahora alienado en tanto divorciado de lo natural. No se trata de afirmar la tecnología sino de buscar un nuevo encuentro con la naturaleza. En cierta medida es un volver a las fuentes, al mítico mundo del paraíso perdido por el deslumbrar de la tecnología. La tensión entre naturaleza e historia, propia de la modernidad, esa “soberanía humana por medio de la técnica” ¿hasta dónde puede llegar? ¿No se está llegando a un punto donde la naturaleza se vuelve contra el propio hombre técnico?
Sobre Turner, señala Andrés Duprat: “Locomotoras, barcos, puentes, ciudades y multitudes son sus personajes que, al ser tomados por las furias desatadas en los cielos y los mares, se vuelven juguetes del destino”. Es un mundo natural que, como en los mitos griegos, se torna avasallante, si se quiere vengativo, frente al hombre que abrió la caja de Pandora. “Turner puede investigar las razones del alma en la creación de escenas donde la naturaleza es el sujeto activo, el personaje central del devenir”, continúa analizando Duprat. Y en ese convertir a la naturaleza en el sujeto actuante se expresa la creciente sensibilidad del artista y esto hace del paisaje la condensación de sus sentimientos. Lagos, mares, cielos, montes son atravesados por escenas de vibrantes climas y baños de luz. El romanticismo plantea un retorno a la naturaleza, una revalorización de la Edad Media tan denostada por el iluminismo. Una edad donde, más allá de toda idealización y de toda crítica en cuanto a sus formas de explotación, había una unión del hombre, del campesino, con el universo de los bosques, los lagos, los ríos.
Turner trabajó con dibujo y acuarela, técnicas artísticas básicas y fundamentos del oficio de pintor cuyos lenguajes le aportaron elementos centrales para su concepción. Sus acuarelas fueron las obras de arte que lo tornaron famoso. Fue acuarelista durante toda su vida, como lo muestra su vasta gama de dibujos y estudios. Por otra parte, las acuarelas eran más “democráticas” que los óleos, en la medida en que sus costos y precios eran menores y estaban al alcance de un público mayor. Para Duprat las acuarelas estaban “en concordancia con el espíritu de la época y su ascendente clase media”.
Examinemos algunas de sus obras:
Vista del Río Avón Gorge, 1791, pluma y tinta y acuarela sobre papel.
El río Avón Gorge se interna, sinuoso, en un paisaje donde se destaca, en un primer plano, un árbol de florecidas ramas que se abren hacia el cielo y el agua. Unas nubes blanquecinas que se desplazan en el cielo, un diminuto barco que navega en las aguas del río, un camino tan sinuoso como el río que se contornea en la ladera de una montaña configuran este paisaje donde la presencia del hombre –el barquillo– es apenas un accidente en esa sustancia majestuosa que es la naturaleza.
Claro de Luna sobre el mar, con distantes acantilados, 1796-1797, Gouache y acuarela sobre papel.
Una noche cerrada, cubierta por grandes nubarrones; un mar encrespado y oscuro; una vista que se pierde en la búsqueda de la luz; y allí, en el reino de la oscuridad, el claro de la luna. Porque la luz blanca de ésta no llega a ser ocultada plenamente por la dominante nubosidad. Es como si la luz de la Luna se abriera paso entre las “telarañas” de las nubes. Como si estas, en última instancia, no pudiesen impedir que la luz de la luminaria de la noche siempre acompañe al hombre en su derrotero por la vida.
Stourhead: Vista sobre el lago, 1798, grafito y acuarela sobre papel.
Naturaleza y “aldea”, árboles y campesinos: el mundo natural y el hombre, la tierra y su hijo. La primera, plana y rebosante, domina con su verdor el conjunto de la escena; el segundo, pequeño y laborioso, solo atina a desplazarse por los senderos del bosque. El lago torna presente el agua como condición básica de la vida; el cielo, con nubes grisáceas y blanquecinas, protege con su luz la animada vida de la tierra.
Castillo de Arundell, sobre el río Arum, 1824, Acuarela sobre papel.
Un paisaje montañoso y en una de sus montañas un castillo; un grupo de venados descansan –algunos echados– en el suave verdor de las hierbas que cubren las laderas de la montaña. Al fondo, un río azul totalmente despojado de presencia humana. Un cielo nuboso parece como abalanzarse sobre el paisaje. No es la única acuarela donde Turner haya representado un castillo. Estos son el emblema de la medievalidad y el romanticismo al que adhería Turner que, como ya señalamos, revalorizaba ese período en la historia de la humanidad.
Atardecer a través del parque desde la terraza de Petworth House, 1827, gouache y acuarela sobre papel.
El cielo cubre la mayor parte de este paisaje. Sus rayos de luz bañan la tierra. Árboles compactos, en grupos muy reducidos, son como manchas de color que se elevan de la superficie de la tierra. Vívidos amarillos, azules, verdes constituyen un universo de colores en los que se difuminan las formas de la naturaleza.
Paisaje idealizado de estilo italiano con árboles sobre un lago o bahía iluminado por un sol bajo
Tres árboles de troncos delgados con copas floridas en alturas que se funden con el cielo; un lago difuso, casi cubierto por una neblina, más precisamente por una mancha blanca que desciende del cielo; construcciones casi borradas, que casi desaparecen en medio del paisaje. Domina el verde, el color de los campos, la esperanza de la naturaleza. Todo el paisaje revela la sensibilidad de Turner frente al mundo de lo natural. Es como si la naturaleza lo hubiese embargado con su frescura, con su verdor, con su imponencia.
Mar y Cielo, 1845, acuarela sobre papel.
El mar y el cielo se confunden y se separan, se unen y desunen, porque sus colores, que no son los naturales, se superponen los unos a los otros, pero a un mismo tiempo se separan porque las altas tonalidades del cielo lo escinden de las bajas tonalidades del mar. Cielo y mar, el fuego y el agua, lo cálido y lo frío, las cualidades de dos de los elementos, y allí el círculo de la luna llena, el esplendor del blanco, de una pureza que llama a la transformación de un amor (tal lo que simboliza la fase lunar) que se abre paso en medio de la oscura nubosidad del cielo.
Terreno costero, 1830-1845, acuarela sobre papel.
El rey son los colores. Ya no hay costa terrestre reconocible por su forma o figura. Estamos en los límites de la abstracción. La costa ha sido reducida a una mancha oscura de color. La luminosidad crece a medida que nos alejamos de la mancha costera. Es nuevamente el mar, que envuelve la mancha costera, como si se tratase de la costa de una isla. Es nuevamente el cielo, ahora dado por vigorosos trazos de un color celeste que, hacia la derecha, se confunde con el blanco.
Lluvia cayendo sobre el mar cerca de Boulogne, 1845, acuarela sobre papel.
El mar azulado recibe las aguas lluviosas que caen como si fueran un peine que pretende peinar las masas acuáticas. Es el agua del cielo ahora fusionada con el agua de la tierra, como si la separación de las aguas del primer relato del Génesis, no hubiera acontecido. La lluvia fertiliza el mar. Es como si lo quisiera arañar (la forma peine de la lluvia), penetrarlo en su profundidad, amarlo, hacerlo suyo.
Fuente consultada:
AAVV (2018). J.M.W.Turner. Acuarelas Tate Collection. Buenos Aires, MNBA.