Lo cómico y lo siniestro
- Por Vanesa Kandel
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Maravillosa metáfora de la alienación capitalista: subyugadas por una máquina tan obsoleta como insaciable, Ben y Gus, dos trabajadoras agotadas, idiotizadas, incapaces de reflexionar, cumplen órdenes absurdas en el sótano de un restaurante abandonado. En ese espacio sórdido y subterráneo, esperan la llamada de su jefe para hacer lo que hacen siempre. ¿Lo que hacen siempre? Poco importa si es la pieza de un auto, la venta de un servicio de telefonía móvil, un plato de comida… o un asesinato. En cualquiera de los casos, intuimos, el sentimiento de ajenidad será el mismo.
También la espera parece una escena repetida. Ben, grave, ruda, henchida de autoridad, lee concentradamente un diario y comenta cada tanto, con severa grandilocuencia, alguna nota trivial (que ella convierte en excelsa). Gus, ligera, torpe, aniñada, lucha con el cordón de sus zapatos, va y viene por la habitación, a veces se queja, curiosea, y siempre calla ante la mirada amenazante de Ben. Al mejor estilo de Laurel y Hardy, los personajes de El montaplatos, de Harold Pinter, funcionan como un dispositivo. Conmueven con su endeblez, su humor físico, sus diálogos y sus silencios hilarantes, como los buenos payasos.
La excelente puesta dirigida por Alejandro Vizzotti e interpretada por Claudia Mac Auliffe y Sonia Novello actualiza un clásico de Harold Pinter escrito a fines de la década del 50 y explota con inteligencia y holgura ese rasgo ambivalente que la crítica especializada señaló más de una vez en esta obra del brillante dramaturgo inglés: la farsa y la amenaza, lo cómico y lo siniestro.
Con aforo reducido, distancia social y barbijo reglamentario, como lo indican los tiempos de pandemia, El montaplatos (The dumb waiter) se presenta los domingos a las 19 en El Extranjero: Valentín Gómez 3380. Reservas por Alternativa teatral.