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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 15 de octubre de  2025
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Osvaldo Piro, in memoriam

Osvaldo Piro, in memoriam

Ayer, a los 88 años, falleció Osvaldo Piro, leyenda del tango. Tuvimos el gusto de entrevistarlo hace ya más de 27 años para la edición impresa de Tras Cartón de diciembre de 1997. A modo de homenaje, reproducimos aquí completa esa charla que llevó como título “El tango está volviendo” y que incluye, como color local, un colofón en el que el gran músico recuerda su infancia y adolescencia paternalenses.

Compositor, arreglador y bandoneonista, ahijado artístico de Aníbal Troilo, quien le dejó en herencia un bandoneón, y del poeta Cátulo Castillo. Director de la Orquesta Nacional de Música Argentina, ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires y, como si fuera poco, nacido y criado en La Paternal. Osvaldo Piro, en emotiva entrevista, conversó sobre el tango y su viejo barrio con Tras Cartón.

–Hace poco regresaste de una exitosa gira por Japón, donde estuviste presentando tu último trabajo, Minón Tango. ¿Cómo te va en Argentina?

–El tango no cuenta aquí con gran difusión, entonces la gente tarda en aceptarlo. La programación en radio incluye casi todo el tiempo periodismo, política y música extranjera. Pasan tango solo aquellos que se dedican exclusivamente a eso. Sorpresivamente, “Minón Tango” y “Magia en Buenos Aires”, dos temas propios de mi último compacto, se están difundiendo muchísimo y andan muy bien. Es un trabajo que hice con total seriedad y mucha polenta. Hay cuatro temas míos nuevos: “Romance de Abril”, “Tiempo Compartido” y los dos ya mencionados. Y está el excelente aporte de los cantantes Raúl Lavié y Patricia Barone.

–Vos te habías radicado en París y no te iba nada mal. ¿Por qué volviste?

–Había ido contratado a Francia en 1982 y me fue excelente. Creí que era la oportunidad de probar fortuna. Me radiqué en 1984 y estuve unos años trabajando muy bien, pero no aguanté la nostalgia: yo ya no era un chico, tenía a mis hijos grandes acá, mi madre, mis afectos, mis colores, mis amigos, mi Buenos Aires. Era muy difícil estar partido así. Y volví.

¿Cómo llegaste al bandoneón?

–A mi viejo le gustaba mucho el tango. Era un violinista que no había llegado a ser profesional. A los nueve años le pido que me mande a estudiar bandoneón. Me fascinaba el sonido de ese instrumento. A los 14 comienzo a tocar en orquestas y el espaldarazo lo recibo a los 16 cuando entro en la orquesta profesional de Alfredo Gobbi, por el 52 o 53. Después estuve con Ángel D'Agostino y con Fulvio Salamanca. Más tarde volví con Gobbi hasta que formé mi propia orquesta a los 26 años.

–¿Quién fue tu maestro?

–Domingo Mattio, un músico que acompañó a Aníbal Troilo durante 30 años o más. Todavía tiene alumnos. Es un gran tipo, con una gran vocación para transvasar conocimientos.

–¿Es un instrumento difícil?

–Dificilísimo. Todos los bandoneonistas empezamos de pibes. Si no tenés el bocho abierto como los chicos, nunca llegás a dominarlo completamente. Abriendo es un sonido, cerrando es otro. Son cuatro teclados “ciegos” porque no podés verlos.

¿Tuviste suerte con tus padrinos?

–Aníbal Troilo me apadrina en mi primer disco por iniciativa propia. Yo nunca me habría animado a pedirle semejante cosa. El Gordo era un tipo increíble y una gran bondad. No tenía absolutamente nada de egoísmo. Y Cátulo Castillo me había conocido antes que Troilo; tal vez, él le habla a Troilo. Me apadrina cuando formé mi orquesta en Radio Belgrano. Era un poeta maravilloso, un talento. Tuve dos padrinos increíbles.

–¿Qué recordás de tus primeras orquestas?

–Una de las primeras orquestas donde toqué era del estilo Di Sarli. Milonga milonga. Trabajábamos en el Nobel de Suipacha y Lavalle, ahora una pizzería. Hacíamos vermut y noche. De cinco de la tarde a nueve de la noche y de nueve a una de la mañana. Era matador, pero ganaba más que mi viejo que era gerente en una casa de repuestos.

–¿Todo el tiempo tocando?

–No, era típica y jazz. Hacíamos seis temas y descansábamos porque entraba la orquesta de jazz. ¡Qué lugar! Los tipos, todos empilchados con la moda Divito. Saco cruzado, botamanga, patilla, pelo engominado, peinado a la cachetada y todos en langas con las minas. ¿Qué hacían esos tipos a las cinco de la tarde bailando? Se trabajaba con espectadores parados y ahora me pregunto: ¿no laburaba nadie en este país? Eran milongueros de verdad. ¡Cómo bailaban! Toda una cultura de bailarines.

En la década del 50 se produce un quiebre en esa tradición cultural. ¿Qué crees que pasó?

–Creo que cuando termina la segunda guerra mundial nos invadieron. Cuando estaban en guerra, nadie nos daba bola. Entonces fuimos lo que fuimos. Fuimos nosotros. Cuando termina la guerra, ponen los capitales, compran los espacios de radio e imponen lo que se les canta. Modifican los gustos. Vos le ponés a un pibe treinta veces el mismo tema por la radio y primero lo empieza a cantar, después va y lo compra. De golpe les empiezan a vender a los chicos que el tango es demodé. La invasión cultural que hemos sufrido en Latinoamérica es increíble.

–Sin embargo, ahora parece que el tango vuelve…

–Siempre pasó así. Siempre se vuelve al mismo lugar. La ópera era una música de viejos idiotas hace unos años atrás. ¿Vos te ibas a imaginar que Andrea Bocelli iba a tener tanto éxito e iba a ser tan popular como los tres tenores famosos? Ahora se pueden llenar canchas con la ópera. Es un fenómeno extraño. Los argentinos siempre miramos afuera. Vimos a Al Pacino y a Schwarzenegger bailando tango, a Carlos Saura que hace una película sobre el tango y decimos ¿qué pasa? El tango está volviendo y siempre un género se pone en órbita cuando vuelve por la danza. En todo el mundo se están enloqueciendo con el tango como danza y acá las academias de tango están colmadas de chicos jóvenes.

–¿Hay nuevos músicos?

–Surgen en la medida en que aparecen oportunidades. Hay muchos cantantes, pero no tienen dónde trabajar. Antes era tanta la demanda que las mismas radios les hacían contrato a los músicos para formar una orquesta. El trabajo provocaba la diversificación de música y de orquestas. Pero ahora no hay presupuesto que soporte las grandes bandas como en aquella época con veinticinco o treinta músicos. Las grandes orquestas son hoy organismos estables. Y algunos que taurean la cosa y la sostienen como pueden. Yo fui uno de ellos. Tuve orquesta siempre. Era numerosa y muy difícil hacerla trabajar continuamente.

–¿Qué podés decirnos de tu experiencia en la Orquesta Nacional de Música Argentina?

–Es un organismo de la Secretaría de Cultura de la Nación que funciona en el Teatro Cervantes. Tiene un plantel de cuarenta músicos. Es realmente una oportunidad excelente poder manejar esa cantidad de intérpretes. Uno se da el gusto de escribir. Recientemente hicimos un concurso en la orquesta y hemos logrado un nivel maravilloso. Tengo siete violinistas de unos veinte años de una polenta musical extraordinaria.

–¿Son tangueros?

–Son músicos, por sobre todas las cosas. El tango lo aprenden conmigo, pero con una voluntad y una disciplina brutal. Les falta aprender la flexibilidad de los sonidos, las respiraciones, las pausas, las formas que se usan en el tango que, por suerte, no son las académicas.

–Fuiste declarado Ciudadano Ilustre. Tenés el Premio Sadaic, el Martín Fierro y la esquina de Corrientes y Florida lleva tu nombre. ¿Qué se siente al cargar con tantos honores?

–Cuando te premian es un momento muy lindo, pero yo no vivo de eso. El mundo real pasa por otro lado. Mi mundo es el de los amigos. No se vive de los premios ni de los diplomas colgados.

El músico y La Paternal

–Yo nací en la calle Paysandú y viví después en la calle Fragata Sarmiento hasta los veinte años. Por cuestiones de nostalgia muy características de los argentinos, cuando estoy cerca, me meto. Paso por la calle donde nací, donde viví, la escuela donde iba. Una pasada con el auto, miro y sigo. Es increíble. La Paternal no cambió nada. Un montón de casas están iguales, pero por desgracia la casa de mis abuelos la tiraron abajo y la de mis padres la modificaron toda.

–¿Cómo era el barrio en tu niñez?

–Lo veía hermoso. He jugado tanto por sus calles. Mis amigos de la infancia eran todos del barrio. Pero la vida te va separando, te va abriendo. Un amigo, el más entrañable, vive en Rosario, otro en Estados Unidos.

–¿Dónde jugaban?

–En la calle, en la vereda, nos metíamos por todos lados. Una de nuestras plazas más concurridas era la de Gaona y Donato Álvarez. Nos gustaba porque era grande. También estaban los clubes. El Club Fulgor, el Club Añasco, el Club La Paternal.

–¿Y cuando crecieron?

–El lujo era la avenida San Martín. En San Martín y Donato Álvarez había dos o tres cafés que no cerraban en toda la noche. Estaba La Andaluza, donde aprendí a jugar al billar. Yo venía de tocar en un cabaret, llegaba al barrio a las cuatro de la mañana y no me iba a casa. Paraba en Juan B. Justo y San Martín porque sabía que mi barra estaba ahí. Se turnaban. Si no estaba uno, estaba el otro. Ahora está Torino, pero antes era un boliche con estaño, la cigüeña y un restaurante atrás. Había un mozo que era muy amigo nuestro. Vivía solo. Era muy cayorda y se jugaba toda la guita en las carreras. Se llamaba Valentín, pero le decíamos “El dedo en la sopa” porque le pedías un plato de sopa y venía trayéndolo con el dedo adentro. ¡Cómo no voy a tener recuerdos hermosos de La Paternal! La he visto triste últimamente, no sé por qué.

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