María Magdalena en la pintura
- Por Miguel Ruffo
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Hoy, día en que la comunidad cristiana celebra la festividad de Santa María Magdalena, tras una introducción en la que reflexionamos sobre su figura, reseñamos obras que reflejan secuencias del relato evangélico en las que la amante y discípula de Jesús se hace presente.
¿Quién fue María Magdalena? ¿Acaso la pecadora arrepentida que ungió a Jesús? ¿Acaso la mujer de la que Jesús expulsó siete demonios? La Iglesia medieval, firmemente asentada en el patriarcalismo, estuvo interesada en convertir a María Magdalena en una prostituta. Era una forma de afianzar en la conciencia de los cristianos la concepción de Pedro y Pablo. Pero en los orígenes de este movimiento religioso hubo otros cristianismos y uno de ellos se articulaba en torno a María Magdalena.
Fue esta la más importante entre las mujeres que acompañaron a Jesús en su prédica. Más aún, fue la compañera de Jesús y su amante. Las mujeres se mantuvieron fieles a Jesús hasta el último momento cuando murió en la cruz. Cuando los discípulos varones, asustados ante el giro que tomaban los acontecimientos, abandonaron al Maestro, se dispersaron y Pedro lo negó, María Magdalena y las otras Marías se mantuvieron firmes al pie de la cruz. Más aún, cuando Jesús resucitó, se apareció primero ante María Magdalena y la convirtió en el principal testigo de la Resurrección y en la mujer que, al dar testimonio de tal acontecimiento, debía buscar y reunir a sus asustadísimos discípulos varones. Todo un desafío que Jesús dirigía a la sociedad de su época.
En efecto, en aquella sociedad la mujer no era creíble en, por ejemplo, un juicio, y por ello no podía testimoniar. El Maestro ya había desafiado a la sociedad en que vivió al hacer que varias mujeres lo acompañaran en su prédica por las tierras de Galilea. Nos hemos acostumbrado tanto a la distorsión patriarcalista del cristianismo que no recordamos el rol que Jesús les asignó a las mujeres en su movimiento. Ciertamente, los apóstoles eran varones, pero eso no quiere decir que Jesús discriminase a la mujer. Simplemente asignó a las mujeres otro rol, si se quiere más importante que el de los apóstoles, ya que les confió la administración de la economía. Y por la relevancia de lo económico para un movimiento, ya político, ya religioso, veremos que en torno a las mujeres se articuló la subsistencia, vale decir el esqueleto, las condiciones materiales que asegurasen la pervivencia del grupo.
Las primeras comunidades cristianas se basaron en la comunidad de bienes, estos eran de propiedad común y a las mujeres les correspondía la administración de esa propiedad. Ya dijimos que las mujeres que acompañaron a Jesús en su prédica fueron María Magdalena, María de Betania, María Cleofás, Juana y muchas más. Pero la relación de Jesús con María Magdalena fue muy particular. En los evangelios gnósticos, hasta Pedro se queja de que Jesús hubiese confiado a María Magdalena secretos de su doctrina que a ellos –los discípulos varones– les había ocultado, quizá porque consideraba que no lo iban a entender. Por ende, las mujeres –particularmente María Magdalena– no solo articulaban la economía del grupo, sino que conocían la dimensión secreta, si se quiere esotérica, del pensamiento y la acción de Jesús. En los evangelios gnósticos se dice que María Magdalena “conoció el todo”, es decir, que fue una iniciada en los misterios de Jesús y una inspirada. Más aún, en el evangelio de Felipe se dice: “La compañera del Salvador es María Magdalena y Cristo la amó más que a todos sus discípulos y acostumbraba a besarla a menudo en la boca. El resto de los discípulos se ofendía por ello y expresaban su desaprobación”.
¿Qué se quiere decir cuando se afirma que María Magdalena fue la compañera de Jesús? ¿Qué se quiere decir cuando se afirma que la besaba en la boca? María Magdalena vivió con Jesús una apasionada historia de amor. Fue la mujer que el Maestro eligió para depositar en sus manos la herencia de su doctrina revolucionaria. La compañera era la esposa y solo amantes se besan en la boca. Es sorprendente la libertad de trato de Jesús con las mujeres. Todo ello condujo a que en el cristianismo primitivo hubiese una corriente femenina que fue derrotada por el patriarcalismo de Pedro y Pablo y por ello la Iglesia convirtió a María Magdalena en una vulgar prostituta.
Después de Jesús y de su madre, la Virgen María, Magdalena fue el personaje más representado en tablas, óleos, esculturas. En el Renacimiento se destacó la belleza femenina de María Magdalena, que se convirtió en una de las figuras de Venus, toda una diosa del amor. Examinemos algunas pinturas.
Lamento por el Cristo muerto. Óleo sobre tabla de Andrea del Sarto, 1525.
La Virgen y las santas Marías, ante todo Magdalena, con sus cabellos rubios y sus manos apretadas contra su cuerpo y en posición de rodillas, lloran la muerte de Jesús, que ya ha sido descendido de la cruz.
Lamento por el Cristo muerto. Óleo sobre lienzo de Corregio, 1525.
El dolor de María Magdalena, tan profundo como el de la Virgen, revela los lazos sentimentales que la unían a Jesús. Sus cabellos sueltos ya están como abandonados. Su rostro está desgarrado por el dolor, el desconsuelo es absoluto. Ha perdido al hombre que amaba. El Cristo yacente, sin vida, ya no podrá acariciar su cuerpo. Las manos de Cristo caen al suelo, mientras su cabeza se apoya en el regazo de la Virgen. Hacia atrás, las otras dos Marías. Es que mientras los discípulos varones han huido asustados, las santas mujeres han permanecido con Jesús hasta el final. En el fondo, una escalera, apoyada en el madero vertical, por la que desciende un hombre, nos habla de la cruz en que Jesús ha sido martirizado.
Lamento por el Cristo muerto. Óleo sobre tabla de Huber Wolf, 1524.
María Magdalena unge con una pluma las heridas de la mano izquierda de Jesús. Nicodemo, de pie, sostiene el frasco del ungüento. Un paisaje florido, tupido por una vegetación exuberante, expresa el poder de la vida, de una vida que ha triunfado sobre la muerte. Cristo ha muerto, pero la vida impera en el mundo cimentada en el sacrificio del Hijo de Dios. La contradicción entre la vida –el paisaje– y la muerte –el Cristo yacente– encuentra en el dolor que acompaña la muerte de Jesús la dramaticidad de una historia de redención.
Lamento por el Cristo muerto. Óleo sobre tabla de Pietro Perugino, 1495.
Una vez más nos encontramos frente a toda la gama de sentimientos que acompaña al lamento por el Cristo muerto. Están presentes el cariño maternal de la Virgen, su madre; el desconsuelo de María Magdalena y la desesperación de Nicodemo. En el fondo, un paisaje nos habla del Renacimiento como época en la que se realizó esta pintura.
Lamento por el Cristo muerto. Óleo sobre lienzo de Tintoretto, 1550-1560.
El Cristo muerto ha sido descendido de la cruz. La Virgen, atravesada por el dolor, se ha desmayado. María Magdalena, con sus brazos abiertos, intenta como proteger a Jesús. Otra María sostiene el cuerpo de la Virgen. Nicodemo sujeta el cuerpo sin vida de Jesús.
Las Tres Marías en el sepulcro. Óleo sobre lienzo de Annibale Carraci, 1600.
Nos encontramos frente a un episodio de la leyenda medieval de las Tres Marías: son María Magdalena, María de Betania y María Cleofás. Son las Marías que, con otras mujeres, acompañaron a Jesús. En este caso, es el episodio en que se dirigen al sepulcro. Allí un ángel les dice que el sepulcro está vacío, que Jesús ha resucitado, y con un dedo señala la dimensión vacía del sepulcro. Las Marías prestan atención a las palabras y gestos del ángel. Un paisaje tupido hace las veces de fondo de la escena.
Noli me Tangere. Óleo sobre tabla de Andrea del Sarto, 1510.
María Magdalena reconoce a Jesús cuando este la llama por su nombre. No se resiste y se arroja a sus brazos, no quiere soltar a su amado. Lo llama con el cariñoso nombre de “Rabbini”, es decir, Maestro. Está loca de alegría, hasta tal punto que Jesús le dice: “Deja de tocarme”, y le pide que acuda al lugar donde se ocultan sus discípulos y les diga que está vivo. María Magdalena, con los brazos extendidos hacia Jesús, devela que lo ha tocado, que se arrojó hacia su amado, pero como el cuerpo glorificado ha sido transformado, este se retira y le dice: “No me toques, que debo subir al Padre”.
Noli me Tangere. Temple sobre tabla de Martín Schongauer, 1475-1480.
María Magdalena y Jesús en el momento de separar sus cuerpos. Ella, cariñosamente, dirige su mirada y sus manos a un Jesús que se retira, que se aleja. Su cuerpo glorificado ya pertenece a otra dimensión.
Magdalena arrepentida. Óleo sobre lienzo de Artemisia Gentileschi, 1618.
María Magdalena, en posición sedente, con su mano derecha dirigida hacia el corazón, sus cabellos rubios revueltos y su mirada abstraída, medita, piensa, se arrepiente. Es el sentido purgativo en que la Iglesia medieval concibió la penitencia a la que se somete Magdalena para el perdón de sus pecados de sexo.
Santa María Magdalena, meditando ante una calavera. Óleo sobre lienzo de Georges de la Tour, 1644.
Una vela sobre una mesa, una calavera sobre una pierna de Magdalena y su mano derecha apoyada en la calavera. La otra mano la lleva al mentón. El rostro se dirige hacia la débil luz de la vela que simboliza a Cristo, la luz del mundo. Una oscuridad penetrante domina el conjunto de la composición. Todo ello enmarca la acción meditativa de Magdalena, donde la calavera revela la fugacidad de los bienes terrenales, entre ellos, la belleza femenina. La Magdalena penitente ha inspirado a más de un pintor.
La subida al cielo de María Magdalena. Temple sobre tabla de Antonio Pollaiuolo, 1465.
María Magdalena, con su larga cabellera rubia que le llega hasta los pies –signo de su abandono del mundo–, sus manos en actitud de oración, su mirada dirigida hacia lo alto, está rodeada de figuras angelicales que se acercaron para conducirla al cielo.
Fuente consultada
Arias, Juan (2007). La Magdalena. El último tabú del cristianismo, Madrid, Punto de Lectura.