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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 26 de septiembre de  2025
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La Luna como objeto y madre

La Luna como objeto y madre

Hoy, 20 de julio, se conmemora el Día Internacional de la Luna. La fecha, elegida por ser la del aniversario del aterrizaje de la misión Apolo 11 en 1969, fue fijada en 2021 por una resolución de Naciones Unidas tras la aprobación de la solicitud presentada por la Moon Village Association, organización dedicada a fomentar la colaboración internacional para la exploración y utilización del espacio lunar. Proponemos acá pensar la luna a través de una mirada multifacética y no solo limitada a los campos de la astronomía y la cosmonáutica.  

La Luna es el satélite natural de la Tierra, pero dadas sus dimensiones de 3.473 kilómetros y la relación de esta medida con el diámetro de la Tierra, muchos científicos consideran el sistema Tierra-Luna como un planeta doble.

Si observamos a simple vista el contraste entre las zonas más brillantes y las más oscuras de la Luna y prestamos atención a sus figuras, comprenderemos por qué hombres de distintas culturas han visto en ellas diversas formas: la de un escarabajo o la de un conejo o la de una dama que lee un libro.

Si nos valemos de un telescopio –el primero en hacerlo fue Galileo– veremos que la superficie lunar está, en gran parte, cubierta de cráteres. Estos, que proceden mayormente de los impactos meteóricos, los podemos definir como formaciones más o menos circulares con paredes escarpadas, de diversas profundidades y diámetros, y que en algunos casos presentan en su interior una elevación o picacho. Asimismo, veremos cadenas montañosas con picos de diversas altitudes, entre las que se destaca el monte Huygens, que alcanza los 5.500 metros. Y veremos mares, que no son grandes extensiones de aguas saladas como los mares de la Tierra, aunque presenten una coloración similar a estos vistos desde la altura, sino zonas que, al estar cubiertas de lava, reflejan la luz solar en menor proporción que las zonas no cubiertas por ese material. Bahías, valles, grietas completan el panorama de la superficie de la cara visible de la Luna vista por medio de un telescopio.

En tanto cuerpo celeste más próximo a la Tierra, la Luna fue objeto de la cosmonáutica. La exploraron las sondas Luniks y Zond de la Unión Soviética y las naves Apolo de los Estados Unidos, entre 1959 y 1976. Y en los últimos años, las sondas Chang’e de la República Popular China.

Pero la relación del hombre con la Luna no se limita a la astronomía y la cosmonáutica, ya que fue abordada desde lo mítico, lo simbólico, lo religioso, lo astrológico...

Para Mircea Eliade, la Luna es el primer muerto, ya que las tres noches sin ella en cada mes equivalen a su muerte. Por eso, pensadores griegos consideraban que la Luna era el “hogar de las almas de los muertos”.

Desde el punto de vista de la Biblia, al igual que el Sol es el lucero del día, la Luna no es sino el lucero de la noche para la contabilidad o medición del tiempo.

Para los aztecas, la Luna no era sino el cuerpo celeste que se había formado a partir del momento en que un dios arrogante y temeroso se arrojó al fuego divino y fue consumido por las llamas.

Para los campesinos medievales, cuando se producía un eclipse de Luna, esta corría el peligro de ser devorada por un lobo y entonces arrojaban flechas encendidas hacia el cielo gritando “¡Vence, Luna!” para que la luz del satélite natural no fuese consumida por el animal.

Para el Tarot, donde el Arcano 18 es la Luna, esta representa el movimiento retrógrado, todo aquello que en el crecimiento espiritual del héroe lo empuja hacia atrás y obstaculiza su acceso a la sabiduría.

Para Robert Graves, la Luna es la Diosa Blanca que como diosa del Cielo está dada, en primer lugar, por la Luna Creciente, que representa el Nacimiento y Crecimiento y que equivale a la Primavera en la Tierra y a la mujer como Doncella o Virgen en el inframundo; en segundo lugar, por la Luna Llena, que representa el Amor y la Batalla y que equivale al Verano en la Tierra y a la mujer como Amante en el inframundo; y por último, por La Luna Menguante, que representa la Muerte y la Adivinación y que equivale al Invierno en la Tierra y a la mujer como Bruja en el inframundo.

De pensar la Luna como satélite natural, como cuerpo celeste destinado a ser investigado por la ciencia de la astronomía, como astro a dominar por medio de la cosmonáutica, a pensar la Luna como Dios o Diosa o, en todo caso, como manifestación celeste de una fuerza divina, hay todo un abismo, aquel que separa el pensar la naturaleza como objeto universal del trabajo de aquel otro que lleva a pensar la naturaleza como madre nutriente del hombre. Pensamos que la Luna es un signo, un signo que está puesto en los cielos para que construyamos los más diversos significados y en el consiguiente debate asumirnos como hijos del cosmos. La Luna está “puesta ahí” para conversar, para buscarnos a nosotros mismos, para encontrar en nuestra interioridad (lo micro) el resplandor de la exterioridad (lo macro). Si Carl Sagan, desde la astronomía, decía que éramos “polvo de estrellas” porque los elementos químicos que nos constituyen fueron sintetizados por antiguas estrellas, estaba descubriendo –insistimos, desde lo astronómico– lo que el esoterismo siempre predicó en cuanto a la relación entre el macrocosmos y el microcosmos.

La Luna ocupa un lugar central en esta condición y en esta búsqueda porque es desde lo astrológico la Madre y, como decía Sarmiento en Recuerdos de Provincia, la Madre es la fuerza, la tierra que alimenta, que forma, que educa al Hijo. Somos hijos del Padre Celestial en tanto “polvo de estrellas”, pero también somos hijos de la Madre Luna, de la Luna en su fase creciente, si se quiere verlo desde la perspectiva de Robert Graves. La Luna es la representación en los cielos de nuestra madre. El signo zodiacal en que se encuentra la Luna al momento de nuestro nacimiento, la fase en que se hallaba, las formas en que está aspectada… todo ello revela en la carta natal no solo la relación con la madre, sino con la mujer en general.

Y después de este mínimo recorrido por mitos y tradiciones, ¿qué queda de las “ciencias de la Luna” con las que comenzamos este artículo? No se trata de contraponer, sino de comprender que, en el conocimiento de la Luna, al igual que en el conocimiento en general, hay capas, como las de una cebolla, y de la misma manera que las internas están cubiertas por las externas, a medida que crecemos en espíritu, los nuevos niveles de consciencia no eliminan los anteriores porque estos siguen existiendo por lo bajo.

La Luna es pues tanto el satélite natural estudiado por la astronomía y la cosmonáutica como la Tierra Madre Celeste. No se trata de buscar una síntesis superadora. O tal vez la síntesis sea comprender simultáneamente a la Luna como objeto y madre, o saber y sobre todo poder renunciar a lo viejo para que la Luna nazca en cada uno en toda su dimensión polifacética.

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