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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 18 de mayo de  2025
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El Colón y la danza: una historia viva

El Colón y la danza: una historia viva

En el Día Internacional de la Danza, celebramos el profundo vínculo entre este arte y el Teatro Colón, cuyo escenario ha sido testigo de momentos clave que marcaron el devenir del ballet y la danza en la Argentina.

El Teatro Colón, inaugurado en 1908, nació como el gran teatro musical destinado a la ópera, el ballet y las sinfonías. Inicialmente dio una escasa atención a la danza, si bien es cierto que en los espectáculos operísticos había representaciones de escenas bailadas. Sin embargo, el público porteño ya mostraba una inclinación por el ballet, tal como lo demostraba su interés por ver las funciones de compañías que provenían de Francia, alguna de las cuales representaron clásicos como Giselle.

Si bien por esos años en el Teatro Coliseo se representaban espectáculos de danza como el que en 1916 protagonizó la bailarina Isadora Duncan, la gran historia del ballet en la Argentina se inició en 1913 cuando los Ballets Russes, dirigidos por Serguei Diaguilev y con la actuación de Vaslav Nijinsky y Tamara Karsavina, se presentaron en el Teatro Colón con el ya mencionado Giselle y una versión reducida de El Lago de los Cisnes. “Esta noche veremos en el Colón, como lo hemos anticipado, los grandes ballets llamados rusos, que han sido considerados en Europa, el espectáculo más novedoso y artístico de los últimos años”, decía La Nación, y al día siguiente de la función, sentenciaba “Un espectáculo de real prestigio estético”. A su vez, El Diario destacaba la opinión generalizada de que “Buenos Aires no ha visto jamás en el teatro cuadros de más deliciosa magnificencia ni artistas de Ballet más extraordinarios”. Y agregaba: “Cada cual expresaba en su lenguaje propio la impresión de encanto sentido ante aquellos cuadros de ensueño que se suceden con vertiginosa rapidez, ofuscan la mirada y despiertan la imaginación”. 

Consideremos como contexto de este fenómeno que mientras en Europa, y particularmente en Francia, se registraba una decadencia del ballet, en Rusia gracias a la formación rigurosa de los Teatros Imperiales de San Petersburgo y Moscú se contaba con los más grandes bailarines de la época. La escuela rusa de ballet se asentaba en la danza clásica como base no solo formativa de los bailarines sino también como estilo representativo en los espectáculos. Y Diaguilev supo amalgamar el ballet con la música y la pintura.

En 1925 el Teatro Colón comienza a tener sus cuerpos estables; entre ellos, el cuerpo estable de baile bajo la supervisión artística de Carlos López Buchardo, Floro Ugarte y Cirilo Grassi Díaz, quienes imprimieron al grupo la renovación estética de los Ballets Russes. El debut se dio con la ópera-ballet El Gallo de oro de Rimski-Korsakov. Se presentó también Las bodas con música de Stravinski donde el despliegue de una sonoridad excelsa ambientaba a una boda campesina en la Rusia de los zares. Así mismo, y dentro de las tradiciones campesinas, se estrenó Cuadro campestre, donde se utilizó música argentina para acompañar los movimientos de los trabajos del campo. Fueron adquiriendo cada vez mayor relevancia obras inspiradas en el “imaginario nacional”. Se inician los años 30 con el nacionalismo musical, que promovió danzas del folklore argentino y latinoamericano con los diseños formales del ballet clásico como base.

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El primer ballet argentino fue La flor del Irupé (1929) con música de Constantino Gaito y argumento de Víctor Mercante. Se trata de un recuerdo poético de las zonas rurales habitados por los guaraníes donde se destacan las imágenes de la naturaleza: el agua, el viento, la danza de los colibríes, los nenúfares y mariposas, todos los cuales dan el marco para la aparición de la flor del irupé. En lo que respecta a la música se dieron ritmos como el gato y el triste. Este ballet se introducía dentro del debate intelectual “nacionalismo o cosmopolitismo” que definía corrientes contrapuestas dentro del pensamiento argentino. La Leyenda del uirapurú continuaba con estas tendencias y relataba una leyenda de la selva brasileña, mientras que Amancay se basaba en una leyenda del norte argentino.

En 1940 se estrenó el ballet Panambí de Alberto Ginastera, con coreografía de Margarita Wallmann. Esta última aparecía como figura recurrente en las crónicas que hacen referencia a los ballets estables del Teatro Colón. Había llegado de Alemania para asumir como directora del ballet en 1937 y luego se desempeñó como coreógrafa, enriqueciendo el repertorio de estas danzas con sus propias creaciones. En los años 40, y continuando con las tendencias que hemos comentado, surgieron composiciones basadas en temas autóctonos. Así, Panambí está inspirado en una leyenda guaraní, Apurimac nos transporta al imperio de los Incas, Chasca-Nahui narra una leyenda del altiplano con bailes norteños y El malón hace referencia a un casamiento campesino interrumpido por un malón indígena.

Años más tarde, en 1961, se creó el Grupo de Danzas Modernas del Teatro Argentino de La Plata presentando los ballets Cadena de Fugas y La Idea. Se trata de años donde ejerció su influencia la renovación expresionista, caracterizada por una danza donde las motivaciones emocionales se relacionan con el movimiento de los cuerpos y dan origen a ademanes exacerbados y violentos. La danza ya había adquirido una tradición muy viva en Buenos Aires: el público era curioso, ávido por conocer los espectáculos que se ofrecían y todo ello era un desafío para los bailarines.

Este repaso cronológico nos obliga a detenernos en un momento trágico que marcó la historia de la danza argentina y del Colón: fue el accidente aéreo del 10 de octubre de 1970, en el que murieron nueve integrantes del Ballet Estable de nuestro gran teatro musical. Entre ellos estaban José Neglia y Norma Fontenla, primeras figuras del ballet nacional. Ambos habían llevado la danza más allá de los límites del teatro, con funciones al aire libre y presentaciones en el interior del país. La pérdida fue devastadora y la recuperación del ballet llevó casi una década.

En abril de 1975 se presentó en el Colón la célebre bailarina soviética Maia Plisetskaia: bailó La muerte del cisne y El Bolero. Representante de la tradición más acendrada del ballet soviético en el Colón representó sus dos más célebres roles: la Odile y la Odette de El Lago de los cisnes.

A fines de los 80 y en los 90 una nueva realidad se fue configurando en el mundo de la danza: por un lado, se acercó un nuevo público y por el otro el Colón fue vaciándose de los antiguos aficionados a dicho arte. Tendremos bailarines como Julio Bocca, que obtuvo el Primer Premio en el Concurso de Ballet de Moscú, y Maximiliano Guerra, quien también obtuvo un Primer Premio en Varna en 1988. Se trataba de dos bailarines jóvenes formados en el Instituto del Teatro Colón que saltaron a la fama internacional.

En 2005, casi simultáneamente al momento en que ingresaba en un período que se extiende hasta hoy y que se caracteriza por un estado de zozobra, de anarquía directiva, con conflictos y golpes de dirección, el Teatro Colón celebró los ochenta años del Ballet Estable con una gala de alto nivel que reunió a figuras destacadas y repasó momentos clave de su historia. Se presentaron fragmentos de La bella durmiente, Boccatango, Carmen, entre otros títulos que mostraron la diversidad del repertorio y la potencia expresiva de sus intérpretes.

Hoy, en el Día Internacional de la Danza, el Teatro Colón se presenta no solo como un símbolo arquitectónico y musical, sino también como un espacio donde la danza ha echado raíces, ha florecido, ha sufrido pérdidas irreparables y ha sabido reinventarse. Su historia con la danza es la historia misma del ballet argentino.

Fuente consultada:

AAVV (2010). El gran libro del Teatro Colón. Su música, su historia, su esplendor. Buenos Aires, Clarín. Tomos 1 a 7.

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