Armando Tagini y siete tangos fundamentales
- Por Haydée Breslav. Ilustración: Gerardo Bustos
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Hoy se cumplen 110 años del nacimiento de Armando Tagini. Letrista prolífico y original, digno exponente de un género en plena evolución, su ductilidad le permitió desarrollar con parejo nivel el tema social, el humorístico, el romántico, el dramático y el evocativo. Gardel le grabó siete tangos, que constituyen la parte fundamental de su obra.
Dicen los biógrafos, en los que confiamos porque son, y lo reconocemos, personas honorables, nació en el barrio porteño del Abasto donde, como se sabe, se crió Gardel. Dicen también que era muy joven cuando debutó como cantor en la orquesta de Anselmo Aieta.
En 1927 dio a conocer La gayola, con música de Rafael Tuegols, que el Zorzal grabó el 20 de agosto de ese mismo año, iniciando la serie de los siete tangos que le llevó al disco. En ellos se centrará este trabajo, por tratarse de los mejores y más conocidos de este autor.
Puede advertirse en estos tangos que Tagini exalta un feliz tiempo pasado (el de la infancia, adolescencia o juventud); felicidad muy frágil, pues bastan para quebrarla una decisión equivocada o una elección desafortunada, sin que haya vuelta atrás.
Así, en el primero y a nuestro juicio el mejor de los que le graba el Zorzal, el tiempo feliz que añora el protagonista es aquel en que “era un hombre honrado”, condición que perdió por haber confiado en una mujer que lo traicionó.
El planteamiento es similar al de muchas otras piezas del género: después de mucho andar, ese hombre encuentra a quien considera la causante de su desgracia. Lo que sigue es un intenso relato donde, más allá del patetismo de dudoso gusto que exhiben ciertos pasajes (como los dedicados a la madre), el autor describe ágil y concisamente las desventuras del protagonista, apelando no pocas veces a la vehemencia del lunfardo.
A pesar de su título y de estar entre los denominados caneros, el tango, en otro acierto del autor, elude detallar la estancia del protagonista en la cárcel para concentrarse en los episodios que lo conducen a ella, narrados sucintamente, y especialmente en los que siguen a su liberación, cuando se ve empujado a rodar sin tregua, amenazado por el hambre y sumido en el desamparo. (“Me encerraron muchos años en la sórdida gayola / y una tarde me largaron, pa´ mi bien o pa´ mi mal. / Fui vagando por las calles y rodé como una bola / pa’ comer un plato ‘e sopa, cuántas veces hice cola. / Las auroras me encontraron atorrando en un umbral”.)
El final no es previsible, sobre todo si se tienen en cuenta los tangos de la época; el protagonista se despide de la mujer diciéndole: “Solamente vine a verte pa’ dejarte mi perdón”. Esta manifestación, y no la cárcel, redime a ese hombre de su delito, pero no de sus penurias: solo y pobre, deberá ir “al campo a laburarla” y explica: “pa’ que no me falten flores cuando esté dentro’ el cajón”.
El segundo tango que le graba Gardel es Gloria, con música de Humberto Cánaro. En realidad, fue llevado al disco el mismo día que La gayola, pero en el orden de registro a este le correspondió el número inmediatamente inferior. Ambos tienen en común, por otra parte, el empleo de expresiones lunfardas.
Gloria es uno de los pocos tangos escritos por hombres donde la mujer asume la primera persona, y de los poquísimos en que no lo hace para protestar ni lamentarse. Llamativamente, el tiempo feliz es el presente, que la protagonista vive junto al hombre que quiere (“no hay gloria mayor / que la del amor”) y que, muy sensatamente, no se arriesga a perder cediendo a las pretensiones de un galán maduro y adinerado.
Dijo Oscar García que se trata de un tango feminista. Ironías aparte el tema, como el de tantos otros tangos, es una constante de la literatura universal: la joven humilde que rechaza los avances de un cortejante acaudalado al que no ama. Claro que la piba de barrio emplea un lenguaje más directo y agresivo que el de la vaquera de la Finojosa, y no duda en espetarle al experimentado bacán que la pretende: “Tenés vento, sos un gran señor / pero a mí no me vas a engrupir / con tus frases de mentido amor, / perdés tiempo, ya podés seguir”.
Y desdeña lo que aquel pueda ofrecerle: “Yo no quiero farras ni champán / ni vivir en un petit hotel / y a la voiturette que vos me das / yo prefiero un coche de alquiler”.
Cabe señalar que en otro tango, Se va la vida, la letra que pertenece a una mujer, María Luisa Carnelli, enarbola un mensaje totalmente opuesto: “Se va la vida / se va y no vuelve, / escuchá este consejo: / si un bacán te promete acomodar / entrá derecho viejo”.
El 22 de octubre del mismo año Gardel graba Perfume de mujer, que lleva música de Juan José Guichandut; este tango difiere notoriamente de los anteriores, pues exhibe un aura de romanticismo que muchos han comparado con el de obras de Francisco García Jiménez.
Aquí, el protagonista recuerda, sensiblero, el tiempo en que “lució como blasón su moño volador”; Tagini emplea el “tú”, así como metáforas ingenuas (“pan de plenilunio y vino de ilusión”) para contar una neblinosa historia de amores perdidos.
Siguiendo el viejo precepto según el cual es mejor sugerir que decir, elude precisiones: así, el protagonista no menciona las circunstancias que lo hicieron desdichado, sólo alude a una búsqueda de fama y fortuna y apunta que “en un recodo brusco del destino” se apartó “del camino de la felicidad”. El autor logra crear un clima evanescente, donde lo único corpóreo y perdurable es un perfume de mujer.
En contraste, Mano cruel, grabado por Gardel el 6 de septiembre de 1928, es un tango de ribetes dramáticos acentuados por la bella música de Orlando Mutarelli. La historia es, en esencia, la misma que la de tantos otros tangos: la piba de barrio (en este caso, Parque Patricios) que un día lo abandona para seguir a un hombre y va a parar a un cabaret.
La presentación de la protagonista, que ocupa toda la primera parte, está hecha con gracia e ingenio propios de la mejor tradición popular porteña; el autor supera además el autoimpuesto desafío de la rima aguda en í. (“Fuiste la piba mimada / de la calle Pepirí / (…) / y porque eras linda y buena / un muchacho medio loco / te hizo reina del piropo / en un verso muy fifí”.)
La segunda cuenta que la joven abandonó el barrio creyendo en las palabras de un rufián, en tanto que en la primera bis el relator refiere -como sucede también en tantos otros tangos- que la encontró a la salida de un cabaret; cabría preguntarle qué hacía él allí. Adivina que está angustiada y arrepentida pero, en lugar de compadecerse, le endilga que para ella ya no hay vuelta atrás y le niega toda posibilidad de liberación (“Yo sé que hasta el alma dieras / por volver a ser lo que eras. / No podrás, la primavera / de tu vida ya se fue”).
El autor resume el drama de la protagonista en la segunda bis, que remata con una alusión al poema La rosa del jardinero de los hermanos Álvarez Quintero, hoy olvidado y muy en boga entonces: “Mintió aquel hombre que riquezas te ofreció, / con mano cruel ajó tu gracia y tu virtud; / eras la rosa de fragante juventud / que hurtó al rosal el caballero que pasó”.
Marioneta, el tango más popular de Tagini, que lleva música de Guichandut, fue grabado por el Más Grande el 20 de octubre de 1928. Ya en el comienzo, los versos describen las imágenes, embellecidas por el recuerdo, del patio de una vieja casona y de una vecinita que asistía entusiasmada a las funciones que allí ofrecía un viejo titiritero (“Tenía aquella casa no sé qué suave encanto / en la belleza humilde del patio colonial / (…) // ¡Si me parece verte! La pollerita corta, / sobre un banco empinadas las puntas de tus pies, / los bucles despeinados y contemplando absorta / los títeres que hablaban inglés, ruso y francés”).
El tiempo difumina esas imágenes y coloca en su lugar otras menos gratas: el olvido se tragó a la infancia junto con los títeres y la niñita, hecha mujer, y al igual que la protagonista del tango anterior, prestó oídos a las falsas promesas de un hombre. En el relato brota insidioso el reproche, eco de la murmuración: “Te fuiste de tu casa, no se supo con quién”.
Así las cosas, tampoco esta joven podrá eludir su “frívolo destino”, que la condenará a ser “frágil marioneta que baila sin cesar”. La alegoría no será muy sutil, pero el mensaje es claro: no hay redención para la mujer que transgrede la moral de turno.
El 14 de septiembre de 1929 es el turno de Misa de once, el tercero y último de los compuestos con Guichandut. De marcado carácter romántico, el tango cuenta la singular historia de amor de dos jóvenes feligreses que surge y prospera entre imágenes religiosas y al son de campanas de iglesia (“¡Cuántas promesas galanas / cantaron graves campanas / en las floridas mañanas / de mi dorada ilusión!”)
Para el protagonista, “lo cierto es que era el mundo sendero de venturas” y que de aquel sendero ese amor “era la luz”. Pero, joven y anheloso de pasión y trascendencia, desestima esos amenos días sin prever que los sueños pueden fracasar y los ideales, frustrarse (“Y eché a rodar por el mundo / mi afán de glorias y besos / y sólo traigo, al regreso, / cansancio en el corazón”).
En el final, expuesto en la primera bis, el protagonista evoca amargamente los buenos viejos tiempos mientras se atormenta imaginando a su antigua novia con otro. Para él tampoco hay vuelta atrás: sabe que tomó la decisión equivocada y debe pagar por ella.
Con Buey manso, grabado el 1° de diciembre de 1930, y cuya música pertenece a Carmelo Mutarelli, se cierra la serie de tangos que el gran cantor le grabó a Tagini. A juzgar por el título, por ciertos dichos del protagonista y por los trabajos que este ha realizado, se lo podría ubicar entre los tangos camperos; pero la falta de alusiones al paisaje y a episodios de la vida rural, así como el conflicto tan común, inclinan a considerar que se trata de un tango tradicional, que en este caso tiene por protagonista a un hombre de campo.
Un lenguaje por momentos tremendista es utilizado desde el principio, en que el protagonista acepta dócilmente su destino (“Atado al yugo de rudas penas / por los caminos sin rumbo voy / la desventura me ha atao con sus cadenas, / del infortunio sumiso esclavo soy”).
¿Cuál fue la culpa, o el error, que pudo haber merecido tan duro castigo? Lo cuenta en la segunda parte: “De sol a sol con mi sudor regué / los surcos que mi propia mano abrió”. Creemos que en nuestro país pueden contarse por centenares de miles aquellos que se cuestionan lo mucho que han trabajado; no está de más aclarar que esta ya es otra historia.
Porque el protagonista sudó la gota gorda, literalmente, por y para una mujer que finalmente lo engañó (“Por ella, amigos, todo fue / y así fue el premio a tanto amor”).
A diferencia del personaje de La gayola, que se redime perdonando a la que lo traicionó, el de Buey manso rumia la venganza e imagina que el suicidio lo liberará (“Quizás un día me cruce con aquella / y allí con sangre, mi sed se apagará / (…) / la misma daga me hará clavar las guampas / la misma daga será para los dos”).
La obra posterior del autor, si bien menos conocida, ostenta tangos notables como El cornetín del tranvía, encantadora evocación de situaciones y personajes de “la Buenos Aires baldía / de los románticos días”, y Menta y cedrón, con su añoranza de tangos y patios lejanos y perdidos; ambos llevan música de Osvaldo Arona.
También pueden citarse Pasaron los abriles, Abrojos y La marcha nupcial, con música de Alfonso Lacueva, Venancio Clauso y Rafael Tuegols, respectivamente; los tres fueron grabados por Ignacio Corsini.
Por último, y de entre los menos difundidos, cabe mencionar a dos tangos rescatados por José María Otero: Mosquetero de arrabal, con música del mismo Tagini, y Flor de ceibo que, con música de Eduardo Ponzio, cuenta una entrañable historia, mucho más bella y menos cruenta que la leyenda oficial.
Armando Tagini murió en San Andrés, provincia de Buenos Aires, el 12 de julio de 1962.

