“Actuar es mi lugar para ser libre”
- Por Silvia Giser
- Tamaño disminuir el tamaño de la fuente aumentar tamaño de la fuente

Actor polifacético de teatro, cine, televisión y radio, conocido especialmente por su veta humorística, Peto Menahem, que es además habitante de nuestra barriada, nos brindó durante una hora de charla sustanciosa sus reflexiones y sentimientos acerca de su trabajo y otras yerbas. Actualmente actúa en la obra Perfectos desconocidos, dirigido por Guillermo Francella, y acaba de publicar su primera novela, La vida perfecta.
–Hablanos de tus inicios.
–Empecé como todos: estudiando. Primero hice un curso en el club Macabi, después hice cuatro años con Agustín Alezzo, y después otros cuatro años con Raúl Serrano. En los primeros años con Alezzo formé un grupo de compañeros de teatro e hicimos varias obras, giras; pasamos mucho tiempo juntos. Luego conocí a Guille Angelelli, otro de mis maestros, y me puse a entrenar con él, entonces yo les pasaba lo aprendido a mis compañeros y así hicimos giras por México y por la Patagonia; fue muy linda esa etapa, todo muy de autogestión, algunas obras las escribíamos nosotros y otras ya eran de texto. La primera obra que hicimos con ese grupo fue Juegos a la hora de la siesta, de Roma Mahieu, y luego Israfel, de Abelardo Castillo. Nos fue muy bien, fue una hermosa aventura, nos compramos un Dodge 1500 del año 74 para recorrer la Patagonia, que se quedaba cada doscientos kilómetros, teníamos veinte años, éramos muy jóvenes. Hacíamos de todo para juntar plata: desfiles de moda, bailes, rifas… Aparte pedíamos a la familia, poníamos nosotros, nos endeudábamos con mafiosos, con bancos, con un montón de gente que sí y gente que no… Y así después todo terminó explotando, pero me queda muy buen recuerdo de esa época, me dio mucha experiencia, me hizo mucho callo: tener un grupo de teatro, hacer diez obras, es mucho y en pocos años.
–¿Cuándo fue que te picó el bichito de la vocación para agarrarla y no soltarla más?
–La vocación no es algo que vos agarres, te agarra a vos, es una condena también, te quita libertad, no podés hacer otra cosa y si no la hacés te sentís frustrado y no estamos educados para lidiar con la frustración, que es algo cotidianísimo, entonces si no te va bien, es como un ancla. A mí me va bien por suerte y por ahora. No siempre fue así, tal vez no lo será, no sé. Cuando tenía trece años escuché que alguien decía que iba a estudiar teatro y se paró el mundo para mí porque era obvio que era lo que yo hacía siempre: jugar a personajes en mi casa, eso era lo que a mí más me gustaba hacer en la vida, jugar a los personajes que veía, que leía: El Zorro, Simbad, los cowboys… Eso y fabular en la cabeza…
–¿Jugabas solo?
–Jugaba con mi hermana, pobrecita, tengo un montón de fotos con ella vestida de cowboy [risas]; pero no sabía que se podía estudiar teatro y a partir de ahí se acabó todo, no me interesó más nada, solo estudiar teatro y estar con mis amigos. Igual por suerte mis padres me obligaron a terminar la secundaria y se lo agradezco, porque si era por mí la dejaba.
–¿Tuviste apoyo familiar?
– Siempre tuve mucho apoyo de mi familia, tengo padres maravillosos, mi hermana, sobrinos y cuñado que son un amor, un hijo de dieciocho años sensacional, que es un gran músico y estudia producción musical.
–¿Cómo llega el humor a tu vida?
–Cuando conocí a mi amigo Julio a los nueve años, que aún sigue siendo mi mejor amigo. Lo conocí en el club Macabi y me fascinó, él era muy gracioso y yo quería ser como él, no me daba cuenta que yo también era gracioso, aunque la gente me lo decía. El humor, para mí, es una manera de acercarme a las cosas sin que duelan, es como acercarse al fuego sin quemarse, riéndose de todo como una forma de sacarles a las cosas su poder atemorizante y poder entenderlas.
–¿Creés que hay distintos tipos de humor?
–Sí, claro. En Argentina, por suerte, tenemos una riqueza de inmigrantes, eso hace que tengamos grandes actores comediantes, esa mezcla italiana y judía tan poderosa, que el resto de América latina no tiene y que son dos humores tremendos: el judío se ríe de sí mismo y el italiano usa el cuerpo con una expresión muy particular, eso más lo criollo hace una mezcla tremenda, y no sabemos lo que ya había acá, el humor de los pueblos originarios, porque lo tapamos.
–¿Qué te hace reír?
–Yo le encuentro humor a casi todo, no lo busco, lo encuentro, es mi manera de ver las cosas, le encuentro lo absurdo y lo ridículo antes que el sentido o lo importante, y así me parece todo gracioso, pero no lo manifiesto siempre, solo con algunos amigos, por ejemplo, con Sebastián Wainraich, porque sabemos que nos podemos reír de cualquier cosa por más desgraciada que sea y aunque le faltemos el respeto a algunos, no tenemos problema; además hay gente que no quiero respetar.
–Escribiste muchos monólogos sobre Dios, ¿por qué?
–Es que la religión me causa mucha gracia, es un sinsentido absoluto para mí, aunque tiene un sentido: el del poder. Esas creencias son para dominar a la gente y eso me causa también mucha bronca, pero con el humor aprendí a enojarme menos.
–¿Creés en Dios?
–Soy profundamente ateo, no creo en nada que ocupe ese lugar, porque hay gente que dice que es atea pero cambia el argumento y pone en vez de Dios al arte o la patria, o Marx o Cristina o Macri o el teatro o la verdad o la sabiduría, y para mí en ese lugar no hay nada.
–¿Y en qué creés?
–Creo en nosotros, en el otro, en mis semejantes, y claro que a veces me llevo desilusiones y menos mal, porque significa que tengo mucho que aprender todavía, si no ya estaría como muerto en vida. Tengo cuarenta y ocho años y soy, por suerte, un ignorante, y es lindo, porque de todo se puede aprender y también no aprender, como se ve claramente en la política: nadie cambia, todos siempre quieren tener la razón y no hay nada más necio que querer tener siempre razón, porque creo que las ideologías, en tanto dogmas, condenan a las personas y meten en el freezer a las ideas, y sería mucho mejor guiarse por ideas, pero muchos de los que nos gobiernan y gobernaron quieren tener la razón y no hay nada menos importante que eso, el único trabajo de ellos es hacer que la gente que los puso ahí circunstancialmente viva mejor.
–Volviendo a tu profesión de actor, ¿quiénes son tus referentes?
–Muchos actores me influenciaron de chico: Jerry Lewis, Danny Kaye, Groucho Marx y los italianos Marcello Mastroianni, Vittorio Gassman, Alberto Sordi, Ugo Tognazzi, son como mis maestros, los puedo ver una y otra vez y no me canso, desde chico que me resultan fascinantes. También Robert De Niro y Al Pacino, esa generación me parece increíble. De acá hay un montón también, tengo la enorme suerte de haber trabajado y ser amigo de gente que admiro mucho, que son como el Olimpo: Alfredo Alcón, Oscar Martínez, Carlos Belloso, Marilú Marini, Mercedes Morán, Elena Tasisto... Es gente que cuando sube o subía al escenario pasa algo más, ellos te llevan a otro lado, hacen algo aparte de actuar, me rompen la cabeza. Acá tenemos una tradición cultural increíble actoral, autoral y de directores excelentes, y haberme cruzado en la vida con alguno de ellos es más que suficiente.
–¿Qué es para vos ser actor?
–Ser actor es un oficio en el que tenés que interpretar lo que el autor escribió y lo que el director marca; es una profesión de mierda también porque tenés que tener mucha suerte, hay muchos compañeros que trabajan de otra cosa. Y es un trabajo que tiene sus virtudes y sus engaños, porque por el hecho de ser conocido la gente te trata de manera especial y corrés el riesgo de creértela.
–¿Qué influye en vos en el momento de salir a escena?
–Para actuar tenés que ponerte en función de algo muy concreto que es contar esa historia de la manera que la escribió el autor y la marcó el director, dentro de esos límites sos muy libre, y cuanto más repetís las funciones, más libertad encontrás, ese es el yeite del teatro: respetar los límites dados para que la técnica se pula, y entonces la repetición te da la posibilidad de hacerlo cada vez mejor.
–Hay niños actores que a veces conmueven más que un actor adulto. ¿Hay que estudiar actuación?
–Podés ser un gran actor sin estudiar, pero a la mayoría no nos pasa, hay que estudiar para tener las herramientas y hacer un buen par de zapatos cuando no tenés ganas de hacerlo, porque eso es lo que te da el estudio: herramientas y técnicas concretas. Se puede ser un intuitivo y tener los dones, puede ser, pero yo no creo en eso, hay actores que empezaron de chicos y ahora cada vez actúan mejor, como Pablo Rago o Gabriela Toscano, pero después estudiaron. El actor tiene su cuerpo, su voz, su memoria y es probable que un actor sin preparación a la función treinta se harte, entonces el estudio te da la técnica para renovarte. Mirá, con Le Prenom hicimos mil funciones, ¡es mucho! Y no es lo mismo que hacer una función por semana, por eso hay que estudiar y estar preparado, porque una obra es como en una pileta: una vez que te tiraste tenés que saber nadar, si no te hundís.
–¿Un actor tiene que tomar clases de actuación toda la vida?
–Yo hace mucho que no tomo clases pero porque actúo mucho, hace muchos años que tengo un gran entrenamiento y porque tengo la suerte de tener compañeros y directores que tienen lo que yo quisiera entrenar, los admiro, les pregunto y aprendo mucho de ellos. En Le Prenom hablamos mucho de actuación con Carlos Belloso, que además es íntimo amigo mío; el año pasado, me dirigió Ciro Zorzoli en La puerta de al lado, es un gran maestro y lo tenía para mí todos los días seis horas, lo exprimí todo lo que pude; y ahora Guillermo Francella, que es un genio, es uno de los mejores comediantes que dio un país de comediantes enormes, yo lo conocía ya, trabajé con él y Alfredo Alcón y nos hicimos amigos, y yo podría decirle que sé cómo hacer ese texto, pero lo tengo enfrente a él y sería necio de mi parte porque él lo sabe hacer mejor, entonces aprendo y voy puliendo mi herramienta con ellos, sobre todo con Oscar Martínez, Ciro Zorzoli y Guillermo Francella, son maestros para mí porque aprendí cosas muy concretas de las cuales ya no puedo volver atrás.
–¿Qué es para vos la cultura popular? ¿Te considerás un actor popular?
–La cultura popular es una definición de la cual todos nos quisiéramos apropiar, pero para cada uno es distinto el significado, y además no me importa porque eso sería pensar en cómo me ve el otro y no es mi tema. No tengo influencia en eso y prefiero hacer o pensar en otra cosa, la mirada del otro no me define tanto, está sobrevaluada, el otro son muchos y no podés gustarles a todos ni desagradarles a todos, así que lo mejor es hacer lo que te gusta y si te aceptan o no ya es subjetivo. Yo hago lo mío: actuar y escribir.
–En una época hacías stand up…
–El stand up fue algo que hice durante y mientras hacía teatro, lo que pasa es que tuvo éxito, no sé bien por qué, en muchas notas me dicen “vos que venís del stand up”, pero están borrando quince años de trabajo anterior. No reniego de eso, la pasé muy bien, pero en verdad lo que más me gustaba era trabajar con ese grupo de Comedy Central y tenía claro que cuando no estuviera más con ellos iba a dejarlo.
–Contanos sobre tu experiencia actual con Perfectos desconocidos…
–Francella es un excelente director, hago el personaje de Fede, que está en una meseta en su matrimonio. Es un personaje que me gusta mucho, estoy muy contento y es un gran éxito, es la obra más vista.
–¿Cómo te preparás para las funciones?
–En esta obra me preparo boludeando con mis compañeros, porque la obra da para eso, porque es un encuentro de amigos, y tengo la suerte de trabajar con gente con la que me llevo bien. El teatro es una convivencia y si trabajás con amigos es mejor, si no se da, se hace igual, pero si hay química entre los actores, tiene un plus, es más placentero de hacer.
–¿Y tus proyectos próximos?
–Tal vez volvamos a hacer De padres e hijos en el canal de La Nación, que es un programa que nos gusta mucho. Y hay una posible película para este año. Espero se concrete.
–¿Cuánto de ego hay en los actores?
–Hay grandes actores impulsados por la vanidad y que llegaron a lugares extraordinarios y conmovieron, pero para mí es un objetivo corto que me funcionó solo al principio, yo creo que hay que renovar los votos con la profesión, así como con el matrimonio, y preguntarse: ¿y ahora por qué? Y otra vez: ¿y ahora por qué? Quizás el mismo objetivo no sirve toda la vida.
–Última pregunta entonces: ¿Y ahora por qué?
–Porque no puedo dejar de actuar, lo disfruto mucho, actuar es mi lugar para ser libre y eso es lo que más me importa en la vida: ser libre. Y además porque vivo de eso, porque siempre quise vivir de la actuación, me rompí el culo para eso, la remé en gofio y me parece hermoso vivir de lo que me gusta.