El robo del sable de San Martín
- Por Miguel Ruffo
- Tamaño disminuir el tamaño de la fuente aumentar tamaño de la fuente
Se cumplen hoy 60 años del robo del sable corvo del general San Martín al Museo Histórico Nacional. La operación fue llevada a cabo a través de un asalto a la institución por un grupo comando. Tras otras peripecias que incluyeron su entrega a una unidad del Ejército, un segundo robo y una permanencia de casi medio siglo en el cuartel del Regimiento de Granaderos a Caballo, en 2015, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner decidió restituirlo al Museo con guardia permanente de dicho regimiento. A propósito del aniversario, reproducimos a continuación el trabajo publicado en la edición impresa de Tras Cartón de agosto de 2013 en ocasión de recordarse los cincuenta años de tal acontecimiento.
En agosto de 1963 un grupo comando asaltó el Museo Histórico Nacional y se llevó el sable corvo del general San Martín. Fue una de las tantas acciones promovidas por la llamada Resistencia Peronista en los largos años de proscripción de esta corriente política. La preciada pieza fue devuelta a los pocos días, pero su derrotero no terminó allí.
“El sable corvo del Libertador, General D. José de San Martín, fue robado del Museo Histórico Nacional, por primera vez, el día 12 de agosto de 1963. Al recuperárselo, fue entregado a las autoridades del Regimiento 10 de Tiradores de Caballería Blindado ‘Húsares de Pueyrredón’, en Campo de Mayo, el 28 de agosto de 1963. El arma fue trasladada ese mismo día a la Secretaría de Guerra. El 29 de agosto se dispuso que el sable fuese entregado al Jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín, ‘en custodia transitoria y hasta nueva orden’. El sable corvo se reintegró al Museo Histórico Nacional por disposición del señor Juez Federal que entendió en la causa, el día 17 de agosto de 1964, a las 16 horas”: así lo consigna el general Carlos A. Salas.
El sable corvo del general San Martín se encontraba en el Museo Histórico Nacional desde 1897. Su primer director y fundador, Adolfo Carranza, estableció relación epistolar con Manuela Rosas de Terrero y Máximo Terrero, en cuyas manos estaba el sable, a fin de gestionar su donación al Museo. El símbolo más contundente de la emancipación sudamericana debía encontrarse en la institución destinada a evocar los acontecimientos fundacionales de la nacionalidad argentina.
Carranza le escribía a Manuela Rosas el 5 de diciembre de 1896: “Y bien, señora, hoy cuando la República Argentina, constituida a través de casi un siglo de dolorosa anarquía, posee un Establecimiento donde se reúnen y guardan los recuerdos de épocas y hombres que pertenecen a la historia (...), me permito solicitar a V con destino al Museo que dirijo, aquella espada redentora de un mundo, para que aquí, en el seno de la patria que le dio el ser, pueda ser contemplada por los que la habitan y sea ella en todo tiempo la que les inspire para defender la soberanía nacional, como en la ocasión que originó se la obsequiara a su señor padre”.
Carranza se refería a la defensa que Juan Manuel de Rosas había hecho de la soberanía nacional contra Francia, que había bloqueado el Río de la Plata en 1838-1840, hecho que motivó que el general San Martín le legara el sable a Rosas. En efecto, el 23 de enero de 1844, San Martín dispuso en su testamento: “El sable que me ha acompañado en toda la Guerra de la Independencia de la América del Sud le será entregado al General de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de satisfacción que como Argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tratan de humillarla”.
Muerto San Martín, el sable pasó a manos de Rosas, quien en su testamento de fecha 22 de abril de 1876 dispuso: “A mi primer amigo el Señor Dn. Juan Nepomuceno Terrero, se entregará la espada que me dejó el Excelentísimo Señor Capitán General Dn. José de San Martín (...) Muerto mi dicho amigo, pasará a su esposa la Señora Da. Juana Rábago de Terrero, y por su muerte a cada uno de sus hijos (...)”.
En respuesta al mencionado pedido de Carranza, el sable ingresó al Museo el 1 de febrero de 1897, y lo hizo acompañado de una misiva firmada por Máximo Terrero, su donante, en la cual este manifestaba el deseo de que su donación fuera efectivamente “depositada en el Museo Histórico Nacional”.
El entonces presidente de la República, José Evaristo Uriburu, dispuso por decreto del 3 de marzo de 1897 que el sable corvo fuera depositado en esa institución, y allí permaneció hasta que, en 1963, en el contexto de las luchas políticas de ese decenio, el museo fue asaltado por un comando identificado como de la Juventud Peronista y el sable corvo fue robado.
La Juventud Peronista consideraba que la soberanía nacional estaba mancillada por los contratos con las empresas petroleras, los convenios con Segba y las proscripciones políticas vigentes, con sus secuelas de presos políticos y gremiales y otros derivados del plan Conintes. Así lo expresaba en su comunicado N° 2: “Al cumplirse el 113 aniversario de la muerte del general José de San Martín, la Juventud Peronista, custodio del glorioso sable libertador hasta que la Soberanía mancillada y la Justicia Social olvidada vuelvan a tener vigencia en la República Argentina, quiere volver a señalar los motivos por los que el intrépido Sable de la Soberanía dejó su santuario para convertirse en bandera inmaculada de la lucha por la liberación nacional (…) El sable del Padre de la Patria está brillando como siempre brilló y como siempre brillará, ayer, al frente de los granaderos de la Independencia, en las manos del Restaurador frente a las pretensiones de los invasores de mancillar la Patria. Hoy, nuevamente al frente de la lucha contra la mentira, la infamia, la entrega y la miseria que los cipayos se niegan a desterrar (...). Pueblo de la Patria: Una vez más, afirmamos que la espada de la Libertad está en buenas manos, guardada y custodiada por la Juventud Argentina representada por la Juventud Peronista (...)”.
Pocos días después, el ex capitán Adolfo Philippeaux, que había participado del levantamiento del 9 de junio de 1956 contra el gobierno de la autodenominada Revolución Libertadora, devolvió el sable en el Regimiento 10 de Tiradores de Caballería Blindada Húsares de Pueyrredón. Como ya dijimos, el sable corvo fue entregado primero en custodia transitoria al Regimiento de Granaderos a Caballo, pero gestiones realizadas por la Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos y el Museo Histórico Nacional permitieron que retornase a la institución que lo guardaba desde fines del siglo XIX.
¿Cuál era el mayor símbolo de la lucha por la independencia y la unidad continental? La respuesta es obvia: el sable corvo del general José de San Martín y es en el Museo Histórico Nacional donde debería haber permanecido. Pero el sable, recuerda el general Carlos A. Salas, “fue robado por segunda vez del recinto del Museo (...) el día 19 de agosto de 1965, y al recuperárselo de nuevo fue entregado en custodia definitiva al Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín, por decreto del Poder Ejecutivo Nacional N° 8756, de fecha 21 de noviembre de 1967”.
El general Juan Carlos Onganía, el dictador de la autodenominada “Revolución argentina”, dispuso: “Considerando: Que corresponde confiar el Sable Corvo del Libertador al Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín, por ser la unidad que creara y la que más íntimamente está ligada en el sentir popular a su vida gloriosa, el Presidente de la Nación Argentina Decreta: Artículo 1°.- Transfiérese al Regimiento de Granaderos a Caballo la guarda y custodia definitiva del Sable Corvo del General José de San Martín (…)”.
Como se sabe, el onganiato no tuvo nada de revolución ni de argentino, fue la expresión dictatorial de los intereses de la burguesía terrateniente, monopolista y extranjera; es una incongruencia que el sable corvo que simboliza la emancipación, la soberanía, la unidad continental y la libertad de América haya quedado en custodia en un regimiento que, por su conducta, no le hacía honor a su creador. Esperamos que algún día el sable retorne al lugar de donde nunca debió haber salido: el Museo Histórico Nacional.
Fuentes consultadas:
Salas, C. (1974). El sable del General San Martín. Buenos Aires, Instituto Nacional Sanmartiniano.
Ramallo, J. M. (1963). Historia del sable de San Martín. Buenos Aires, Ediciones Teoría.