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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 8 de septiembre de  2024
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Eugène Delacroix: el auge del romanticismo

Eugène Delacroix: el auge del romanticismo

Hoy se cumplen 160 años de la muerte de Eugene Delacroix, uno de los principales exponentes del arte pictórico romántico. Este singular artista nacido en Saint-Maurice en 1798 no continuó con el arte neoclásico de la revolución francesa cuyo máximo exponente fue Jacques-Louis David David, sino que desarrolló un nuevo estilo, continuando en parte a Teodoro Gericault, ya inscripto en el romanticismo.

Para Immanuel Kant, uno de los pensadores más influyentes del siglo XVIII y precursor del idealismo alemán, la belleza no residía en los objetos externos sino en los propios observadores del objeto, con lo cual la belleza de la obra de arte no la encontraba en su adecuación a una idea ni en la imitación de las obras antiguas, sino en algo tan impalpable como el alma que habita en la naturaleza. Consecuentemente consideraba bella aquella obra que fuera capaz de aprehender la belleza que naturalmente existe pero que solamente era captada por las sensaciones de agrado o desagrado que la obra generaba en el espectador, ya que los juicios estéticos son juicios de naturaleza subjetiva, pero de validez universal dada su comunicabilidad que los vuelve trasmisibles y socializables. Encontramos pues resaltados a los individuos, tanto al artista que fue capaz de aprehender la belleza como al contemplador que fue capaz de experimentarla. Resaltar a los individuos y el individualismo es uno de los rasgos del romanticismo. El espíritu individualista del romanticismo se alejó de las normas tradicionales y llevó a los románticos a aislarse, para en soledad preguntarse por el destino de la humanidad y la relación del hombre con Dios.

Delacroix fue un individuo particular, vivió y murió célibe; su relación con las mujeres le preocuparon constantemente. Era absorbido por sus complejos sexuales. Le gustaba la soledad y la sobriedad, gozaba de la música, la cual, junto con la pintura, constituían los placeres de su vida. Admiraba a Frédéric Chopin, a quién llegó a retratar. Cultivó la pintura de historia en sus cuadros Batalla de Poitiers, de 1830 y Batalla de Nancy, de 1831, y si por un lado incursionó en la historia de Francia, por el otro, y siguiendo el sueño de los románticos, pensó en países lejanos y tuvo la oportunidad hacia la mitad de su vida de realizar viajes: fue a Marruecos y a otros países de África del Norte donde tomo conocimiento de la cultura islámica.

Veamos algunas de sus obras:

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En La Libertad guiando al pueblo, de 1830, la Libertad está encarnada en una mujer de Francia, tocada con el gorro frigio, que conduce al pueblo a la lucha en las barricadas haciendo flamear la bandera tricolor, la bandera de la gran revolución burguesa de 1789 (de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad) que vuelve a flamear en las calles de París en la revolución de 1830 que derrocó a la dinastía borbónica restaurada. Vemos en la obra el desnudo alegórico de la Libertad, con el elegante vestido del burgués, las ropas del obrero y del muchacho de las calles, todo en el marco de los humos de la contienda propia de las jornadas revolucionarias. Los cadáveres, en un primer plano, revelan el dramatismo de esas jornadas, donde al precio de la vida de los mejores hijos del pueblo se conquista la libertad. Sobre esta pintura dijo Lawrence Gowing: “No hay duda de que su alegoría, auténticamente moderna –aun cuando un tanto ambigua– celebrando la revolución de julio de 1830, fue cuidadosamente pensada para conservar el favor del nuevo régimen”.

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Mujeres de Argel en el harén, de 1834, fue realizada a partir de sus experiencias en el viaje a Marruecos y Argelia en 1832. Allí tuvo la oportunidad de conocer la situación de la mujer en los países islámicos. Vio a las mujeres recluidas, encerradas en el interior del harén. Sentadas sobre alfombras, estas mujeres no están en animadas conversaciones. Antes, al contrario, sus rostros parecen trasmitir abulias. Están como en un descanso soso, como si la vida hubiese perdido la sal que la condimenta. Hasta entonces, el islam no le había dado a un pintor moderno la oportunidad de expresar sus sugestiones e ideas, en relación a sus costumbres y tradiciones.

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La historiografía romántica desarrolló el concepto de nación, por eso no nos debe resultar extraño que este óleo, titulado La matanza de Quios, remita a un acontecimiento de la lucha de los griegos por su independencia del Imperio Otomano. La joven madre caída que figura a la derecha de la composición es patética: la madre muerta, mientras su pequeño hijo quiere succionar su pecho para alimentarse con la leche materna. No hay piedad en los soldados turcos. Uno de ellos, montado a caballo, arremete contra indefensos griegos. Allí están con sus armas avasallando a los griegos. La mujer que aparece sentada junto a la joven madre muerta tiene sus ojos muy abiertos, mirando con espanto la escena de la matanza de la que ella también es víctima. Un pueblo extenuado por la lucha, allí está como agotado y martirizado, lo que nos lleva a pensar en el sufrimiento de los pueblos balcánicos durante la dominación turca. Un cielo encapotado, subraya y acentúa el dramatismo de la escena. Es el drama de la lucha por la libertad.

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Las exequias de Sardanápolo, óleo de entre 1827 y 1828, está inspirado en Sardanápolo, drama de Lord Byron que refiere al asedio del palacio del rey de Nínive que, en su inminente caída, se dispone a morir y ordena matar a sus mujeres y al caballo favorito. Sobre la obra de Delacroix, dijo Francese Navarro: “Es una gran pintura. En especial las dos grandes manchas luminosas que forman los dos principales cuerpos femeninos ofrecen el mismo esplendor de las grandes realizaciones de Rubens. Aunque el cuadro despertó pareceres opuestos, valió a su autor enorme forma por su potente estilo, y el vizconde de La Roche Foucauld, que en aquel momento desempeñaba el cargo de Intendente de las Bellas Artes, prometió a Delacroix encargos oficiales si cambiaba de modo de pintar, a lo que el artista se negó”. Si observamos nítidamente la imagen y desconocemos la historia de Sardanápolo, parecería que nos encontramos frente a un rey que plácidamente está observando el instante final de danzas báquicas sacrificando a algunas de sus mujeres. Es de destacar el dinamismo de la representación, el agitado movimiento de los cuerpos extenuados que caen agotados por el frenesí anterior. ¿O es que acaso al rey de Nínive se le presentaban las muertes ordenadas como un bello espectáculo al que asistía sobre su lecho? En todo caso, los desnudos, la copa de vino, la oscuridad de la habitación como mentando la noche, nos invita a pensar la relación entre muerte y sexualidad, entre muerte y vida.

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La Barca de Dante, de 1824, es la obra que obtuvo el título de “Manifiesto de la Estética Nueva”. Vemos a Dante y Virgilio, como si fuesen Platón y Aristóteles en la Escuela de Atenas de Rafael, con Dante, dirigiendo la mano derecha hacia lo alto, hacia el cielo, y la mano izquierda, llevada por la derecha de Virgilio, hacia lo bajo, hacia el inframundo, que será el infierno en la tradición cristiana. Virgilio, que es el lazarillo de Dante en el infierno y el purgatorio, al llevar la mano izquierda de Dante hacia abajo, está indicando que el camino hacia arriba, hacia el cielo, pasa por el camino hacia abajo, hacia el infierno. Y es en ese mundo infernal cubierto por las aguas, en los que cuerpos desnudos de hombres se contornean y en donde Dante y Virgilio están como hundiéndose. El ya citado Gowing dijo sobre esta pintura: “Al mismo tiempo, la reacción cada vez más intensa, frente a los cambios, que se produjo tras la revolución francesa estimuló una visión nostálgica de la ‘Edad de la Fe’ y sus objetos de arte”. Recordemos que la Divina Comedia de Dante es el más grande de los poemas medievales, tal vez el más grande de todos los tiempos, y son Dante y Virgilio, dos de los protagonistas del poema, los personajes de esta pintura.

Fuentes consultadas:

AAVV (2004). Suma Artis. Historia General del Arte. Arte Europeo y Norteamericano del siglo XIX. Madrid, Espasa Calpe S.A. Cabañas Bravo, Miguel (Selección de Textos)

Gowing, Lawrence (Director) (2006). Historia del Arte. Del Neoclasicismo al Post-Impresionismo. Barcelona, Ediciones Folio, 2006.

Navarro, Francese (director) (2000). Historia del Arte. Arte Neoclásico y Romántico. Barcelona, Salvat Editores S.A. Tomo 22.

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