El filete porteño, del corralón al mundo
- Por Haydée Breslav
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Nació y creció en los carros que transportaban mercancías por Buenos Aires y se desarrolló en camiones y colectivos; fue prohibido, pero no extinguido, y se refugió en inmuebles y en toda clase de objetos, desde donde sus característicos motivos y sus vivos colores continúan desafiando la grisura e impersonalidad de la ciudad. Distinguido por la UNESCO, el filete porteño ya pertenece a la humanidad.
En diciembre último, el Comité Intergubernamental para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación y Diversificación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), en su décima reunión, efectuada en Namibia, dispuso inscribir al filete porteño en la Lista Representativa de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
En la página web de esa organización internacional se define al filete como “una técnica pictórica tradicional que combina los colores vivos con estilos tipográficos específicos”. Puede leerse además, entre otros conceptos, que “sus imágenes guardan relación con el patrimonio cultural de la ciudad, incorporan elementos de carácter social o religioso y constituyen una forma de memoria colectiva”.
Según informó el Gobierno de la Ciudad, la postulación correspondiente se realizó “a partir de un trabajo conjunto entre diversos integrantes de la comunidad involucrada y un equipo de antropólogos, sociólogos y realizadores audiovisuales de la Subsecretaría de Patrimonio Cultural”, que se fundamentó en “el reconocimiento de esta técnica pictórica como una expresión singular y representativa de la ciudad de Buenos Aires, también presente en otras ciudades de la Argentina, que la convierte en referente de la identidad porteña y nacional”.
Una historia contada por sus protagonistas
Como los del tango, los orígenes del filete son oscuros e inciertos y se sitúan en los últimos tramos del siglo XIX. Una excelente nota elaborada por Victoria Azurduy en 1987 para la Agencia Alemana de Prensa D.P.A. y titulada precisamente Los fileteadores: artistas típicos de Buenos Aires tiene entre sus muchos méritos el de recoger el testimonio del hoy mítico León Untroib, maestro de maestros, para quien el factor económico fue determinante en la creación de esta expresión de Buenos Aires.
“Cuando en las berlinas y demás carruajes se dejaron de hacer tallas por razones económicas, entraron a trabajar los fileteadores que dieron a sus pinturas un efecto sorprendente y a menor costo”, dijo, y consideró que los orígenes de esta práctica “pueden rastrearse en la ornamentación renacentista de varias ciudades de Sicilia y en Barcelona”.
El fileteador Carlos Santos también reconoce los orígenes inciertos de su métier. Entrevistado por Víctor Pais en su taller de Caballito, esto expresó: “De dónde viene el filete, o quién fue el primer fileteador, es algo que quedó en el cuento o en la fábula”.
Sin embargo, rescató una vieja tradición: “Dicen que en una fábrica de carrocerías de carros, que en la época eran negros o grises, trabajaban dos chicos de doce o trece años: uno era [Salvador] Venturo, y el otro [Vicente] Brunetti. Un día los mandaron a pintar de negro los laterales de un carro, y como no tenían pintura de ese color, los pintaron de rojo. Pensaron que los iban a matar, pero al dueño le encantó; de ahí que se atribuya a ellos la invención del filete porteño”.
Prosiguió su relato señalando que “después [Cecilio] Pascarella empezó con la letra gótica, después los Brunetti con las flores, y ahí se arma todo el filete porteño. No se sabe bien de dónde viene: unos dicen que de los carros florentinos, pero estos estaban tallados, y no pintados. Sí proviene, en parte, de las escenografías de unos viejos teatros de títeres italianos”.
En cuanto a los elementos del filete, no son muchos, y lo que el fileteador hace es ejecutar variaciones sobre ellos. El catálogo comprende hojas de acanto, volutas, flores, pájaros, cintas y moños, generalmente con los colores patrios, dragones y otros animales fantásticos.
El reconocido maestro Luis Zorz, quien fuera discípulo y amigo de Untroib –de quien dijo que “había nacido en Ostrov (Polonia) y era tan porteño como Gardel, que nació en Toulouse”–, entrevistado para un medio colega, nos manifestó acerca de esos elementos: “Fueron algo que los padres de este arte adquirieron y transmitieron; ellos decían que tomaban los elementos de las molduras de los edificios, y también de otras cosas que veían; don Carlos Carbone me contaba que él se inspiraba en las decoraciones de las fachadas y en las carpetas de dibujos de ornato que entonces había”.
Y subrayó el carácter eminentemente porteño de esta disciplina: “Después, esos personajes tan creativos aplicaban su propia impronta; cada uno los adaptaba a su manera, pero los elementos estaban en Buenos Aires, donde todos ellos vivieron. No cruzaron los mares, no fueron a investigar en otros países, todo lo hicieron aquí; si algo extranjero había en sus trabajos, lo descubrieron en Buenos Aires”.
En ese sentido, el célebre Martiniano Arce le explicó a Victoria Azurduy cómo las ornamentaciones del fileteado nos representan claramente: “El dragón simboliza la virilidad; los pájaros y flores, los sentimientos, y las banderas el cariño por la tierra que el inmigrante habita o aquella que lo vio nacer”.
Para Santos, el filete sería una interpretación en dos dimensiones del paisaje urbano tradicional. “Si uno camina por la avenida de Mayo, la Boca o San Telmo, ve que son esas fachadas en yeso las que están expuestas en las tablas: dragones, hojas de acanto, volutas, banderas…”.
La temática suele incluir retratos de próceres y personajes populares e imágenes religiosas, por lo general enmarcados en óvalos; “la figura emblemática es la de Gardel, porque es el personaje más querido de Buenos Aires”, acotó Zorz.
“Pintar retratos de San Martín, de Carlos Gardel y de personajes populares, enmarcados con juegos de pincel, era cosa de todos los días”, refirió a Victoria su padre, el recordado maestro Mario Delpiero, quien supo ser artista plástico y fileteador.
Las imágenes pueden estar acompañadas de frases, extraídas por lo común del acervo popular. “No las inventa el fileteador, esas ocurrencias las trae siempre el propietario”, precisó Zorz, quien así describió el resultado de combinar todos esos elementos: “Basta pasear la vista por un carro fileteado para tener mucho que mirar: hay policromía, armonía de elementos, también un poco de psicología… y todo lo expuesto es de Buenos Aires”.
Recordamos por nuestra parte que a fines de la década del 50 se organizó un concurso para elegir la mejor frase pintada en un camión. Resultó ganadora la conocida “Si precisás una mano avisame, tengo dos”; entre las finalistas se destacó la leyenda que ostentaba un camioncito destartalado: “Eppur si muove”.
Formación y técnicas
Colega y amigo de Untroib, Delpiero fue uno de los pocos maestros de la especialidad que tuvo formación académica; trabajando como letrista y fileteador se costeó los estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes, de la que egresó con el título de profesor superior de dibujo y pintura. Pero allí no se enseñaban las técnicas del filete que se adquirían, refirió, “a la antigua usanza de los oficios: iniciándose de pequeño, tirando líneas con tizas y robando los secretos al maestro”. Los estudios le proporcionaron, a su vez, “un excelente pulso y un gran conocimiento de la perspectiva”, que consideraba fundamentales para el oficio.
En opinión de Zorz, “el arte de filetear requiere mucho dibujo: lo clásico es el diseño, y lo difícil, la armonía en la composición, que se adquiere con los años”. Cree también que “para filetear un carro, un vehículo cualquiera o un mueble, hay que dejar expresarse al corazón” porque el filete “es un sentimiento, y es de Buenos Aires, en ese sentido tiene mucho que ver con el tango”.
En cuanto a la formación, observó que “si bien algunos pasaron por Bellas Artes –y mencionó entre otros a Francisco Aguado, Miguel Venturo y Cecilio Pascarella– casi todos han sido autodidactas, no se desarrollaron como artistas plásticos”.
Y agregó: “Se hicieron trabajando; a mí me pasó lo mismo. Eran personajes de mucha humildad, que se sentían más obreros que artistas, e incluso se mostraban reacios a que así los llamaran porque no estaban convencidos de que lo fueran”.
No obstante, sabían hacer valer el oficio; Delpiero contó que “un fileteador ganaba muy bien, y los comerciantes ambulantes se daban el lujo de encargar decoraciones de laminillas de oro”.
Y destacó que sus maestros, Federico González y Pedro Unamuno, “iban a filetear los carros con levita y polainas, con un solo carro se ganaba para vivir un mes”.
Por otra parte, es necesario rescatar el rol que en el desarrollo y promoción del filete desempeñaron los propietarios de carros, esos carreros mentados en tantos tangos. Así los caracterizó Zorz: “Me contaban León Untroib y don Carlos Carbone cómo esa gente amaba a su carro, quería que estuviera bien fileteado y valoraba realmente la pintura; no eran tan exigentes con el carrocero como con el pintor, y cada uno tenía preferencia por determinado fileteador. Me decía León que cuando iba a trabajar a las fábricas y venían estos propietarios de carros a hablar con él, demostraban una educación y un conocimiento de pintura que lo dejaban asombrado; muchas historias riquísimas pasaron por los corralones. Gracias a esos carreros, el filete transitó por Buenos Aires; luego pasó del carro al camión, con similares características”.
“Hasta los años 60, el filete se integraba al tránsito porteño, era su sello. La salida de un carro, un camión o un colectivo fileteado despertaba la misma admiración y envidia que la entrada de una novia a la Iglesia”, definió Delpiero.
En las décadas siguientes, la práctica comenzó a ser tenida en cuenta por los artistas plásticos, quienes, como señala Daniel Chiaravalle, secretario general de la institución que los agrupa, la histórica SAAP, “comenzaron a hacer que el fileteado se revalorizara y empezara a verse como un arte decorativo, a través de muestras y homenajes a los grandes maestros”.
En ese sentido, en 1970 se produjo un hecho fundamental: los artistas plásticos Nicolás Rubió y Esther Barujel organizaron en la galería Wildenstein la primera exposición de filetes, que llegó a tener repercusión internacional. “Los fileteadores estaban asombrados: jamás habían participado en una muestra ni se habían imaginado que llegarían a exponer en la calle Florida”, apuntó Zorz.
En reconocimiento a ese hecho, el 14 de septiembre, fecha de inauguración de la muestra, quedó consagrado como día del fileteador.
Además, Chiaravalle destaca “la iniciativa de nuestro querido colega y maestro Martiniano Arce, que llevó el arte del fileteado a la tela, revalorizándola a la categoría de arte de caballete”, y menciona también a Alfredo Genovese y a Jorge Muscia, “que han pasado por nuestra institución dejándonos un cálido recuerdo”.
Sin embargo, la década no fue propicia para el oficio. Zorz refirió que “a partir de los años 70 cambió esa modalidad de pintar los vehículos; en los 60 y pico los carros ya no existían, y tampoco se fileteaba en el transporte público”.
Esto último se debió a que en 1975, durante la intendencia de Jorge Embrioni y la presidencia de María Estela Martínez de Perón, se promulgó la ordenanza Nº 1606/75 –recientemente derogada– que prohibía el filete porteño en todo el transporte público de corta, media y larga distancia que circulara por el ámbito capitalino. “Decían que daba un aspecto sucio a la ciudad de Buenos Aires, y también entorpecía la visión del colectivo”, se indignó Santos.
No conformes con limitarse a ornamentar los camiones particulares, los fileteadores buscaron otras alternativas y apelaron a desarrollar su arte en ámbitos hasta entonces poco o nada frecuentados, y a valerse de nuevos soportes. “El filete pasó a tener un protagonismo muy importante en restaurantes, muebles y todo lo que fuera objeto. León Untroib inició esa modalidad, y yo con él”, contó Zorz, quien empezó por el restaurante Plaza Mayor, de San José y Venezuela. “Fue el primer bar fileteado”, acotó.
A su vez, Untroib comenzó a exponer sus trabajos los domingos, en la feria de San Telmo.
Hoy, el filete está presente en muestras y colecciones de arte, así como en murales, en varias estaciones de subterráneo, en carteles, marquesinas e interiores de negocios, en muebles y todo tipo de objetos decorativos, en portadas de libros y revistas, en instrumentos musicales, juguetes y prendas de vestir, en el diseño gráfico y publicitario y hasta en expresiones posmodernas como los tatuajes y la pintura corporal.
Entusiastas jóvenes, entre ellos muchas mujeres, consagran a su práctica imaginación, talento y esfuerzo. “Tienen que seguir el camino que seguimos nosotros, que es el del trabajo”, dice Zorz, y subraya: “Si bien ellos no cuentan con los maestros que tuvimos y no hay una escuela donde se pueda adquirir el dominio del oficio, están haciendo cosas hermosas porque el filete ya está instalado”.

