El primer triunfo electoral de Perón
- Por Miguel Ruffo
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Nada fue igual en la Argentina después del 17 de octubre de 1945. Hoy se cumplen 70 años de las elecciones del 24 de febrero de 1946 que consagraron a Juan Domingo Perón como presidente de la República. El proceso electoral abierto poco antes de esa fecha enfrentó a la Unión Democrática y a la alianza que postuló a Perón a la presidencia. Nos parece pertinente analizar las dos coaliciones enfrentadas.
En la Unión Democrática encontramos a la Unión Cívica Radical, el Partido Socialista, el Partido Comunista y el Partido Demócrata Progresista, con el apoyo de algunos grupos conservadores.
La Unión Cívica Radical tuvo su origen a fines del siglo XIX, poco después de la Revolución de 1890. Había alcanzado la presidencia con Hipólito Yrigoyen en 1916 y había sido desplazada del poder gubernamental por el golpe de Estado de 1930 contra el propio Yrigoyen en su segunda presidencia. Durante la Década Infame, después de haber sostenido la abstención electoral en 1932, progresivamente se fue integrando al sistema electoral de la llamada “república del fraude”. Hacia 1943-1945 se encontraba dividida en dos grupos: por un lado, los unionistas, herederos del alvearismo, y por el otro, los que conformaban el movimiento de intransigencia y renovación, nucleados en torno a Amadeo Sabattini, figura prominente en la provincia de Córdoba. Ambos grupos se opusieron a Perón (a pesar de que este, con anterioridad al 17 de octubre, les había ofrecido a los radicales la totalidad de las candidaturas, menos la de presidente).
El Partido Socialista tuvo su origen en 1896. Se había desarrollado como un partido social-reformista. Tenía una presencia relevante en Buenos Aires y había alcanzado, en 1932, la mayor cantidad de diputados nacionales en su historia, lo que se vio facilitado por la abstención electoral del radicalismo.
El Partido Comunista tuvo su origen en 1918 y hacia los años a los que nos estamos refiriendo, después del VII Congreso de la III Internacional, promovía la formación de frentes democráticos y populares para enfrentar al fascismo tanto interno como externo. Sin embargo, la alianza partidaria de los frentes populares tenía sentido solo si, desde el punto de vista socio-clasista, expresaba la alianza entre los obreros y campesinos con la pequeña y mediana burguesía democrática para enfrentar a los terratenientes y grandes burgueses, quienes expresaban sus intereses de clase a través del fascismo. Paradójicamente, la alianza de clases antifascista era la que estaba conformando el peronismo, con lo cual el Partido Comunista quedó girando en el “vacío de clase” y la Unión Democrática fue una expresión de las “clases medias” y de los grandes grupos y clases económicas.
En efecto, la Unión Democrática contaba con el respaldo de la Sociedad Rural Argentina, la Bolsa de Comercio y la Unión Industrial Argentina. Además de contar con el respaldo de toda la gran prensa: La Nación, La Prensa, Crítica.
En cuanto al Partido Demócrata Progresista, era un partido con raigambre en la provincia de Santa Fe, que a través de Lisandro de la Torre había expresado los intereses de los criadores dentro de la burguesía rural, enfrentados a los invernadores en el debate de las carnes, tras el pacto Roca-Runciman. Parecía una alianza formidable a la que “ningún coronel advenedizo podría vencer”.
A estos exponentes sociales se les sumaba el respaldo de quien había sido el embajador norteamericano en la Argentina: Spruille Braden (entonces jefe del Departamento de Estado de los Estados Unidos), quien publicó y difundió el llamado “Libro Azul”, donde denunciaba al gobierno de Farrell y al candidato Perón de connivencia con el nazifascismo.
La Unión Democrática se presentaba entonces como la alianza antifascista de la Argentina en un mundo que se caracterizaba como el de la derrota de los nazifascistas.
Los candidatos de la Unión Democrática para presidente y vice provenían del radicalismo: José Tamborini y Enrique Mosca.
Por su parte, Juan Domingo Perón, cuando el 9 de octubre de 1945 fue desplazado del gobierno de Farrel, consideraba concluida su trayectoria política y solo pensaba en casarse con María Eva Duarte y escribir sus memorias. Pero, rescatado por la clase trabajadora de su arresto el 17 de octubre, emprendió la construcción de una alianza partidaria para candidatearse a presidente de la República.
El principal apoyo lo obtuvo del recientemente creado Partido Laborista. Este era una organización que nucleaba a sindicatos, organizaciones gremiales y afiliados individuales.
El Partido Laborista representaba un redescubrimiento de la política por una de las tendencias ideológicas del movimiento sindical argentino. Nos estamos refiriendo a los sindicalistas, quienes tras abandonar sus veleidades revolucionarias primigenias –cuando, como corriente interna del Partido Socialista, combatieron su política electoralista y reformista– fueron evolucionando hacia un reformismo gremial, hacia los acuerdos con las patronales, garantizados por el Estado, y sostenían la prescindencia de los gremios.
Los sindicalistas se politizaron con Perón, ya que encontraron en él la expresión ideológica de su lucha gremial: no solo en lo que hacía al mejoramiento de las condiciones de trabajo y de vida de los obreros, sino también a la garantía estatal de lo que serían los convenios colectivos de trabajo.
El Partido Laborista consideraba que, en la sociedad, a la minoría privilegiada de los latifundistas, grandes empresarios, comerciantes y financistas se le oponía la clase laboriosa, formada por los obreros, campesinos, empleados, pequeños y medianos industriales y comerciantes (lo que llamaríamos la “burguesía nacional”).
Los laboristas querían expresar la autonomía de la clase obrera en el peronismo. Sin embargo, después del triunfo electoral de Perón (acompañado por Quijano a la vicepresidencia), el denominado polo carismático del movimiento peronista llevaría a la supresión del Partido Laborista, el polo organizacional de ese movimiento.
El laborismo representaba el respaldo de fracciones de la vieja guardia sindical a Perón. A estos debemos agregar la Unión Cívica Radical-Junta Renovadora, formada en gran parte por unionistas del radicalismo, que se separaron del partido y apoyaron la candidatura de Perón. Los radicales-renovadores le aportaban al peronismo no solo cierta dimensión nacional, sino también una continuidad ideológica con Hipólito Yrigoyen, de la cual tanto se envanecía Perón. Paradójicamente, Hortensio Quijano, unionista y alvearista, sería el segundo componente de la fórmula presidencial.
A ellos debemos agregar dos grupos: los intelectuales que a mediados de los 30 habían constituido FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) y que habían surgido en el seno del radicalismo reivindicando la herencia de Yrigoyen, la denuncia del imperialismo inglés y la lucha contra las claudicaciones del alvearismo (entre sus miembros cabe mencionar a Arturo Jauretche, Homero Manzi, Scalabrini Ortiz, aunque no todos ellos confluyeron en el peronismo cuando FORJA se disolvió al considerar que con la formación del movimiento liderado por Perón sus objetivos estaban cumplidos); y los nacionalistas, que habían apoyado el golpe de Estado de 1943, simpatizaban con el Eje, apoyaron la política neutralista del gobierno, pero se distanciaron de este cuando rompió relaciones con las potencias del Eje y luego les declaró la guerra. A pesar de esto, hacia 1945 los nacionalistas decidieron apoyar a Perón, ya que el triunfo de la Unión Democrática hubiera sido para ellos el retorno al sistema partidocrático anterior a la denominada Revolución de 1943.
En cuanto a la prensa, el peronismo solo contó con el respaldo del periódico La Época y el nuevo semanario Política. Pero la campaña proselitista se hizo con “tiza y carbón”: donde los antiperonistas escribían “Perón Nazi”, sus partidarios escribían “peronazo”.
Se podría también hablar del respaldo, más o menos indirecto, de la mayor parte de la Iglesia católica a Perón, que también contribuyó a arrimar algunos votos. Y sobre todo la consigna de los peronistas: “Braden o Perón” (estos habían contestado con el libro “azul y blanco” a las diatribas del jefe del Departamento de Estado del país del norte, denunciando su injerencia en los asuntos internos de la Argentina).
Los resultados de las elecciones fueron: 1.487.866 (52,84%) para la alianza ganadora y 1.207.080 (42,87%) para la perdedora. Había nacido un nuevo país.