Juana Azurduy y la guerra en el Alto Perú
- Por Miguel Ruffo
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Hoy se cumplen doscientos años de la batalla del cerro de Potosí en la que la heroína chuquisaqueña Juana Azurduy derrotó, con doscientos hombres, a las tropas realistas.
Así la evoca Juan Pablo Echagüe: “Vedles pasar, blancos, mestizos, indios, cabalgan a lado entre nubes de polvo; harapientos unos, malvestidos los otros, ostentando algunos de ellos los primeros uniformes de la independencia; pero todos con la mirada fiera y el ademán firme. Al frente de estos batallones de la guerra criolla, en el vasto sector de operaciones extendido entre los ríos Grande y Pilcomayo, un jefe singular, una mujer, guía de los paladines de la patria nueva. Cíñele el busto flexible y airoso una chaquetilla roja, y las riendas firmes en la pequeña mano, erguida y marcial en la montura, destácase la capitana como el más avezado jinete de su compañía. Bajo la frente sombreada por rizos oscuros, brillantes las enérgicas pupilas, y aquella mezcla de elegancia y de fuerza, de varonil impulso y femenina gracia, hace pensar en las Artemisas o Atalantas que artistas de Grecia esculpían otrora en los mármoles pentélicos. Orgulloso del caudillo parece el pequeño ejército. Bajo sus órdenes se ha batido por quebradas y llanuras, entre matorrales y colinas; sufriendo privaciones e inclemencias; gustando unas veces la embriaguez de las victorias y otra el regusto amargo de las derrotas. Un mismo ideal, un mismo amor, un mismo espíritu los impele. Libertad... Libertad. A conquistarla van indios, cholos y blancos conducidos por aquella mujer-soldado, cuyo ejemplo los electriza en la lid y cuya tierna solicitud femenina los ampara, los consuela y los conforta en la adversidad. Las campanas matinales de su Chuquisaca natal la prepararon para percibir a tiempo el rebato con que la patria ansiosa de independencia llamó después a sus hijos a la lucha. Juana acudió presurosa al reclamo. ¿Como hubiera podido dejar de hacerlo? Eran las cosas y los seres más amados de su suelo aborigen los que la solicitaban. La montaña maternal, la piedra esculpida de cicatrices biológicas, el cielo tutelar, la altiplanicie angustiosa, el manso valle, el matorral desmelenado, la choza indígena y las ciudades blancas, el viento aborrascado y la flor silvestre, la sangre criolla germen del mañana y el indio. Sobre todo el indio. A Juana el indio no le parece una raza sino un clima. Ella misma se considera plasmada por ese clima; por eso los llama hermanos, y amigos. Cuanto desea para sí: una existencia libre y digna, una patria propia, también ellos la merecen y la ansían”.
Con las derrotas de Belgrano en Vilcapugio y Ayohuma (1813) y la de Rondeau en Sipe-Sipe (1815), y mientras Martín Miguel de Güemes y sus gauchos defienden el frente norte, cubriéndole las espaldas a la campaña continental independentista del general José de San Martín, en el Alto Perú –y como parte de esta estrategia continental– se desarrolla la llamada “guerra de republiquetas”, de la que Juana Azurduy fue una de sus principales protagonistas.
Reseñando a Vicente Osvaldo Cutolo podemos decir que Juana Azurduy, heroína de sangre mestiza, luchó contra los realistas. Deseosa de participar en la guerra, acompañó a su esposo, Manuel Ascencio Padilla, después de reclutar 10.000 indios. Protegió la retirada a Potosí de las tropas de Díaz Vélez prestando grandes servicios a su gente y recursos. Tuvo varios hijos: Manuel, Mariano, Juliana y Mercedes, quienes murieron durante la guerra, y solamente sobrevivió Luisa, nacida al salir del combate de Presto.
La zona donde combatieron Juana Azurduy y Manuel Ascencio Padilla se extiende desde el norte de Chuquisaca hasta las selvas de Santa Cruz de la Sierra. Las republiquetas –así se llamó a la etapa de la lucha de guerrillas en el Alto Perú– eran centros autónomos de insurrección y resistencia. Poseían cada una un jefe que comandaba tropas integradas casi en su totalidad por indígenas y mestizos.
La guerra de republiquetas se caracterizó por el valor moral, la audacia y el coraje de los que en ella combatieron. La estrategia utilizada consistía en presentar múltiples frentes de batalla, casi simultáneamente, aprovechando el conocimiento del terreno, y atacar por sorpresa al enemigo. En cada cumbre de las montañas, una hoguera servía de abrigo y medio de comunicación entre los caudillos para informar sobre el paso y composición de las tropas enemigas.
En 1816 Juan Martín de Pueyrredón nombró Teniente Coronel a Juana Azurduy. Manuel Padilla, el esposo de Juana, cayó prisionero de las fuerzas realistas en Pomabamba. Condenado a muerte, se salvó dado el estado de beodez de sus enemigos. Nuevamente capturado y condenado a la pena de muerte, su esposa Juana Azurduy, con audacia, lo liberó de tan difícil situación, pero posteriormente fue asesinado y degollado por los realistas. Estos acontecimientos se desarrollaban sincrónicamente con el Congreso de Tucumán, precisamente cuando este trataba la cuestión de establecer una monarquía incaica. La cabeza de Manuel, rescatada por Juana, fue depositada en lugar sagrado con los honores correspondientes.
En suma, Juana Azurduy es una de las mujeres que lucharon por la libertad e independencia de América del Sur. Su horizonte era, al igual que el de Belgrano, San Martín, Güemes, O'Higgins, el de una sola patria americana.
Fuentes consultadas
Echagüe, J. P. “Juana Azurduy, la capitana”, en Luna, F. (director). Juana Azurduy, Buenos Aires, Planeta, 2000.
Cutolo, V. O. Nuevo Diccionario Biográfico Argentino. Tomos I y V, Buenos Aires, Elche, 1968.