Lenin, una memoria centenaria
- Escrito por Victor Pais
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Hoy se cumplen cien años de la muerte en la finca Gorki, en territorio ruso, de Vladimir Ilich Ulianov, alias Lenin, principal artífice de la Revolución de Octubre de 1917, primera experiencia socialista que dio lugar a la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y dejó un legado de unos primeros años de una notable frescura transformadora sin precedentes en la historia mundial.
Lenin, el gran constructor del partido bolchevique, el gran teórico que desarrolló creativamente el marxismo rescatándolo de quienes pretendían enterrarlo y de quienes se preciaban de defenderlo pero lo fosilizaban y le mellaban todo su filo con sus interpretaciones dogmáticas, tuvo la clarividencia para ver, y lograr que se desarrollara con éxito, el germen de la revolución socialista en el mismísimo proceso de la retardada y última de las revoluciones democráticas europeas: la revolución que derrocó al zarismo en febrero de 1917.
También, de acuerdo a su concepción internacionalista y a la importancia que le daba a la necesidad de que triunfara la revolución en los países capitalistas más avanzados de Europa, sobre todo en Alemania, donde el peso de las ideas socialistas en el movimiento obrero era de gran envergadura, Lenin era consciente de las limitaciones y los problemas superlativos con que se iba a encontrar el régimen soviético para echar los cimientos de un nuevo orden social en un país atrasado y semifeudal como Rusia, en caso de que la revolución en el resto de Europa fuera derrotada, como finalmente ocurrió. En los pocos años en los que guio los destinos del nuevo Estado, realizó aportes fundamentales para afrontar esa realidad tan novedosa y delicada, con una población flagelada por los efectos de una guerra civil que se prolongó durante tres años y que fue alentada y asistida por las burguesías de los países más poderosos de la tierra en su afán de abortar la experiencia soviética.
En el momento de su deceso, Lenin, que se encontraba relegado de la escena política por el grave estado de salud que presentaba, no sabemos en qué medida como consecuencia de un durísimo atentado sufrido en 1918, ya era una figura legendaria que despertaba devoción no solo entre el pueblo ruso, sino también entre las vanguardias de la clase trabajadora de los países más desarrollados. Como contrapartida, concitaba el odio de toda la reacción burguesa que veía con espanto la consolidación del primer Estado proletario.
Su funeral en la Plaza Roja de Moscú se extendió durante gran cantidad de días y fueron millones los que desfilaron ante su cadáver para despedirlo. Cabe destacar que el cuerpo, a pesar de que Lenin había manifestado el deseo de ser enterrado en San Petersburgo junto a su madre, había sido previamente embalsamado por orden de Iósif Stalin, quien ya se perfilaba como el dirigente máximo del régimen soviético y que, sobre la base de un fuerte proceso de burocratización del Estado, fue transformando gradualmente su poder en una autocracia. Pero eso es harina de otro costal.
Escribió Christopher Hill, célebre biógrafo del líder de la Revolución de Octubre: “Sensible a los problemas del hombre común, el pensamiento de Lenin era esencialmente democrático. Muchos, antes que él, habían expresado que la verdadera democracia es imposible sin el socialismo, pero Lenin insistía en la tesis complementaria de que el socialismo sin la democracia es imposible”. Sin duda, un presupuesto básico si queremos reconstruir una corriente política imprescindible para enfrentar los desafíos que tiene por delante la humanidad.