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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 10 de septiembre de  2024
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Adolfo Pedro Carranza y su gran obra

Adolfo Pedro Carranza y su gran obra

Hoy se cumplen 110 años del fallecimiento en Buenos Aires de Adolfo Pedro Carranza, fundador y director del Museo Histórico Nacional (MHN) durante los primeros 25 años de existencia de la institución.

Nacido en Buenos Aires el 7 de agosto de 1857 en una familia del patriciado, Adolfo Pedro Carranza era hijo de Adolfo Esteban Carranza, verdadero pionero: precursor del telégrafo, caminos y ferrocarriles en el noroeste, donde poseía importantes yacimientos mineros. En 1848, Adolfo Esteban se había casado con María Eugenia del Mármol Demaría, nieta de María Eugenia de Escalada de Demaría, hermana de la esposa de José de San Martín. Los Carranza estaban emparentados no solo con el Libertador, sino también con la beata María de Paz y Figueroa, fundadora de la Santa Casa de Ejercicios Espirituales y, por el lado de los del Mármol, con Roque González de Santa Cruz, primer santo rioplatense.

En las tertulias que se organizaban en la casa de los Carranza, el joven Adolfo comenzó a desarrollar su vocación por los temas históricos y patrióticos. A los 16 años fundó la Sociedad de Ensayos Científico Literarios y en 1886, la Revista Nacional, uno de los órganos culturales más importantes de su tiempo, con artículos sobre historia argentina y americana, literatura y jurisprudencia.

Seis años antes, en 1880, se había casado con Carmen García Lara, con quien tuvo una hija que llamaron María Eugenia que falleció muy joven. Los trabajos en Revista Nacional lo llevaron a concebir la necesidad de crear un museo histórico que reuniese en su ámbito los millares de objetos, testimonios de la Revolución y la Independencia que, dispersos en distintas familias, corrían el peligro de perderse e incluso de salir fuera de las fronteras de la nación.

En 1889, al cumplirse el tercer año de Revista Nacional, ofreció una comida en el Café de París, a la que concurrieron Bartolomé Mitre, Andrés Lamas, Bernardo de Irigoyen, Ernesto Quesada, Manuel Mantilla, Carlos Guido y Spano, Martín García Merou y Joaquín Castellanos. A ellos les comunicó su deseo de fundar un museo histórico y les pidió colaboración para concretar esta empresa. Luego entrevistó a Francisco Seeber, intendente de Buenos Aires, quien apoyó la idea. Documenta Carranza: “El 25 de mayo de 1889 propuse al Intendente Francisco Seeber la fundación de un establecimiento donde se pudiese reunir, colocar y guardar los retratos originales y todos aquellos objetos que tuvieran algún mérito histórico de la época de la independencia y de la guerra del Brasil. El señor Seeber respetó con entusiasmo la idea y por resolución de fecha 24 de mayo de ese año, decretó la fundación del Museo Histórico, nombrando una comisión que proyectase la manera de organizarlo”.

El MHN nace pues con el objeto de recordar y evocar las tradiciones de la Revolución de Mayo y de las Guerras de la Independencia. Habían transcurrido casi ochenta años del primer evento y más de sesenta años desde la finalización del segundo; el país atravesaba por grandes transformaciones sociales, su población se incrementaba y modificaba con la gran inmigración europea y era necesario disponer de un establecimiento que conservase los objetos –retratos, muebles, armas, uniformes– que habían utilizado los hombres que forjaron la nacionalidad a fin de educar patrióticamente a las nuevas generaciones. Ya en su momento fundacional –1889-1914– y merced a la tesonera labor de Carranza, el MHN no solo se limitó a la Revolución y la Independencia, sino que en el proceso de formación de sus colecciones se proyectó también hacia el pasado hispano-colonial y hacia acontecimientos y etapas posteriores, como la guerra del Brasil, la época de Rosas y las guerras civiles, la organización nacional y el propio presente de Carranza, dado por la República Conservadora.

Los objetos eran solicitados a los descendientes con el propósito de recordar para la posteridad a los padres fundadores de la patria. Al salir el objeto del ámbito específicamente privado de la familia y trasladarse al ámbito del museo, dejaba de ser solo un recordatorio familiar y se convertía en objeto de veneración pública. El museo era el ámbito público del recuerdo nacional y de gratitud a los hombres que lucharon por la independencia y la defensa de la patria. “En todos los pueblos –decía Carranza- se venera con amor y gratitud las reliquias de sus grandes servidores, como se hace por recordar cuanto de simpático o notable puede reconocerse y que sirva de ejemplo para los que le suceden o de estudio para los hombres de pensamiento y reflexión”. Así fueron, a través de sus objetos, rescatados del olvido los hombres que protagonizaron nuestro pasado. Se los insertaba en lo que podríamos llamar el elogio de los antepasados. El MHN se convertía por su repertorio en una institución destinada a preservar la memoria, el recuerdo de las épocas pasadas. Al decir de Carranza, tanto las luminosas como las nefastas.

Carranza se instaló con su familia en el ala izquierda de la casona de la familia Lezama, donde funciona el museo desde 1897. Para el Centenario argentino, Carranza desempeñó un papel central como comitente de obras de arte, tanto pictóricas como escultóricas, destinadas a evocar la génesis de la nación. A él le debemos el desarrollo de la iconografía de la Revolución de Mayo, formada por pinturas tan importantes como Cabildo abierto del 22 de mayo de 1810, de Pedro Subercaseaux; Mariano Moreno en su Mesa de Trabajo, también de Subercaseaux; La Noche del 20 de mayo en casa de Nicolás Rodríguez Peña y La jura de la Junta Gubernativa del 25 de mayo de 1810, bocetos de Guillermo Da Re; y Últimos momentos del Dr. Mariano Moreno, óleo de Egidio Querciola. Las pinturas de estos artistas crearon las imágenes de la Revolución que fueron prolíficamente reproducidas en manuales escolares, periódicos y revistas infantiles. Son las imágenes que nos han acompañado desde niños cuando en la escuela primaria iniciamos nuestros estudios. Si estas pinturas nos transmiten imágenes de la génesis de la nación, se lo debemos a Carranza; si en la ciudad de Buenos Aires hay esculturas de los hombres de la Revolución, también se lo debemos a Carranza. Así, podemos ver, por citar tres ejemplos, la escultura de Nicolás Rodríguez Peña, hecha por Gustavo Eberlein, en la Plaza Rodríguez Peña; o la escultura de Mariano Moreno, de Miguel Blay, en la Plaza Lorea; o la escultura de Juan José Castelli, también de Gustavo Eberlein, en la Plaza Constitución.

Por Carranza sabemos cómo eran nuestros próceres. Podemos decir que nos dio los rostros de la patria. Fue un “sembrador de estatuas”. Basta leer su diario personal para conocer la meticulosidad con que asesoraba a pintores y escultores para el desarrollo de sus obras. Para Carranza era fundamental que el artista aprehendiese la fisonomía interior, la espiritualidad del hombre que debía ser representado en la escultura o pintura. Esto queda muy patente cuando dice que Eberlein había comprendido que Nicolás Rodríguez Peña era un carácter, un hombre que impulsaba a la acción.

Pero la gran obra de Carranza es el MHN. Ciertamente no pudo concretar su gran proyecto de que el museo tuviese un gran edificio especialmente pensado, desde el punto de vista arquitectónico, para ser museo histórico. La casona de José Gregorio Lezama, donde se había instalado desde 1897 y que para Carranza debía ser una sede transitoria, terminó por convertirse en su sede definitiva. Allí, gracias al sueño de Carranza, está el MHN, institución señera que marca el recuerdo que los argentinos debemos a quienes forjaron la nación.

Fuente consultada

AA.VV. (1997). Museo Histórico Nacional, Buenos Aires, Manrique Zago Ediciones S.R.L.

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