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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 13 de mayo de  2024
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Presencia de la trabajadora en el tango

Presencia de la trabajadora en el tango

Se celebra hoy el Día Internacional de la Mujer (antes de la Mujer Trabajadora); según la tradición, fue instituido en homenaje a las 129 obreras costureras que murieron en Nueva York en 1908, durante el incendio provocado por la empresa textil Cotton Textile Factory, que las había encerrado en la fábrica que ocupaban en demanda de la jornada laboral de diez horas, descanso dominical e igual salario que los hombres. En memoria de ellas y de todas las que lucharon y creyeron, presentamos este trabajo. 

Los clásicos
En Buenos Aires, la lucha de las obreras costureras incluye un episodio íntimamente ligado al tango. En 1936, Agustín Magaldi fue la figura principal de un festival solidario organizado para recaudar fondos destinados a la fianza por la liberación de las trabajadoras de la empresa Gatry, detenidas durante una huelga en protesta por los bajos salarios y las pésimas condiciones de trabajo.
Sin embargo, el tango no registra en sus letras, por lo que sabemos, la gesta de las heroínas; en cambio, sí lo hace con el martirio de las víctimas. Así, en 1925, Gardel graba Caminito del taller, una de las primeras letras de Cátulo Castillo –a quien también pertenece la música– que en conmovedores versos se lamenta por el drama de las costureras, en este caso a destajo: “Caminito al conchabo, caminito a la muerte / bajo el fardo de ropas que llevas a coser / quién sabe si otro día como este podré verte / pobre costurerita, camino del taller”.
Ese mismo año, Azucena Maizani graba Fosforerita, con letra de Amaro Giura y música de Bartolomé Chapela, que en la década del 50 la orquesta de Héctor Varela, con la voz de Argentino Ledesma, remozó y convirtió en éxito. El tango refleja el acoso que, aun fuera de la fábrica, acompañaba a la explotación; los autores, oriundos de Avellaneda, ensayan una suerte de homenaje y desagravio a las obreras de la Compañía de Fósforos de esa ciudad, asediadas por “los piropos / de patotas embriagadas / que en alegres carcajadas / ofendían su virtud”.
Dos años después, Gardel graba Cotorrita de la suerte, cuyos autores son Alfredo de Grandis y José de Franco en letra y música, respectivamente. Aunque la primera es vulnerable en lo que a valores poéticos se refiere, tiene el acierto de indicar que la muchacha que agoniza víctima de la tuberculosis es una trabajadora: “Como tose la obrerita por las noches...”. El tango no lo dice, pero es fácil inferir que la enfermedad es una consecuencia de las condiciones de trabajo abusivas y de las privaciones por el escaso salario.
Hasta bien entrada la década del 40, la palabra “fabriquera” tenía una connotación despectiva; veinte años antes Celedonio Flores, en el tango Muchacho –con música de Edgardo Donato– había intentado dulcificarla, asimilando a la trabajadora al paisaje orillero: “la dulce policromía / de las tardes de arrabal / cuando van las fabriqueras / tentadoras y diqueras / bajo el sonoro percal”.
Y en 1939, Francisco García Jiménez, en Lunes, escrito sobre música de José Luis Padula, ironiza sobre la fugacidad de las alegrías del descanso dominical, cuando todavía no se habían inventado los fines de semana largos: “Rumbeando pa'l taller va Josefina / que en la milonga, ayer, la iba de fina. / La reina del salón / ella se oyó llamar... / Del trono se bajó / pa'ir a trabajar”.
Otros tangos hablan de las trabajadoras que hoy llamamos informales, como La violetera, del mismo autor, con música de Francisco García Jiménez.
El orgullo de pertenencia a la clase trabajadora no se manifiesta, precisamente, en estas piezas: se incorpora recién en 1950, cuando Cátulo Castillo y Sebastián Piana componen Arrabalera especialmente para Tita Merello, quien lo cantó en la película del mismo nombre. Significativamente, el orgullo de clase se identifica con el sentimiento de pertenencia a Buenos Aires; vale la pena transcribir un fragmento extenso, que permite apreciar los valores poéticos y testimoniales de esta letra: “Mi casa fue un corralón / de arrabal bien proletario, / papel de diario el pañal / del cajón en que me crié... / Para mostrar mi blasón, pedigree modesto y sano. / (...) / Si me gano el morfi diario / qué me importa el diccionario / ni el hablar con distinción. / Llevo un sello de nobleza, / soy porteña de una pieza, / tengo voz de bandoneón”.

La familia y la pareja
En el mencionado tango La violetera, grabado por Gardel en 1926, el protagonista revela que la venta de las flores que ofrece la muchacha “dará pan para un nenito / y a una madre protección”.
En otros casos, la explotación familiar se suma a la patronal: así sucede en Dandy, de Irusta, Fugazot y Demare, grabado por el Zorzal en 1928; allí una muchacha trabaja para mantener a su madre y a su hermano, un lumpen que además es confidente de la policía: “Tu pobre hermana en el taller / su vida entrega con entero amor”.
En Buzón, con letra de Elisardo Martínez Vila y música de Mario Rafaelli, popularizado por Castillo en los 50, ya son dos las que hacen falta para sostener a un vago: “Tus dos hermanitas / cual dos hormiguitas / camino al taller”.
El problema se agrava cuando el vago es el marido. Haragán, que tiene por autores a Manuel Romero y Enrique Delfino en letra y música, respectivamente, y que Gardel grabó en 1929, es uno de los pocos tangos clásicos donde la mujer asume la primera persona: lo hace para reprocharle a su esposo la errada interpretación de los roles conyugales: “El día del casorio dijo el tipo 'e la sotana: / 'El coso debe siempre mantener a su fulana' / Y vos interpretás las cosas al revés / que yo te mantenga, es lo que querés”.
En Lloró como una mujer, de Celedonio Flores con música de José María Aguilar, grabado ese mismo año por el Morocho, “una mina ya sin chance por lo vieja, que sorprende a su garabo en el trance de partir”, esto le reprocha: “Te piantaron del laburo por marmota y por sebón / (...) / Como quedaste en la vía y tu viejo, un pobre tano / era chivo con los cosos pelandrunes como vos, / me pediste una ayuda, entonces te di una mano / alquilando un cotorrito en el centro pa' los dos. / Allá como a la semana, me pediste pa' cigarros / después, pa' cortarte el pelo y pa' ir un rato al café”.
En Dame tiempo, de Cristóbal Ramos, Francisco Silva y Alberto Podestá, se da la recíproca: es el hombre quien sorprende a la mujer dispuesta a abandonar la vivienda familiar e intenta retenerla. Le reitera su amor, reconoce su cuestionable comportamiento y le promete enmendarse: “Yo no niego que soy algo calavera / que desprecio por la calle, los encantos del hogar / que me juego todo el vento a las carreras / y he dejado de ser bueno desde mucho tiempo atrás. / Pero quiero que vos sepas pa'l futuro / que he resuelto conducirme como un hombre de verdad”.
En el tango, el milagro puede producirse; en la milonga también. Es lo que logra La fulana que compusieron Alberto Mastra y Luis Caruso en 1950, y grabó magistralmente Floreal Ruiz con la orquesta de José Basso: “Ya ven / que aquel mocito taura y rompedor / hoy es un convencido yugador, / bien calladito y conforme / con su uniforme de changador. / La pinta es puro grupo y nada más / hay que vivir en serio y trabajar, / y buscar a la fulana / que a uno lo haga cambiar”.

Los actuales
Nuestros tiempos no son propicios a los milagros. Así lo entiende Chico Novarro, quien en su Milonga del raje explicita en clave de farsa, acaso para alivianarlo del dramatismo que efectivamente tiene, el tema de la doble explotación; lo hace por boca de un hombre que recrimina a la ausente su abandono: “No sé qué es lo que ha pasado, / con vos yo no he sido duro / ¡Sabés que estando a mi lado / nunca te faltó laburo! / Tal vez por estar en casa / he sido un poco exigente / con la comida caliente / y la ropa almidonada”.
La corriente humorística en la que se inscriben no pocos autores de tango nos trae una suerte de revancha de género: quien la aporta es Alfredo Casero. En su chispeante Hechizo polaco, esto confiesa el protagonista: “Le juro amigo es divina / y no cocina ni friega / no sé dónde hay calzoncillos, por ejemplo / y a veces hasta me pega”.
Faltaría hablar de la madre explotada por los hijos; pero el tema ha sido bastante transitado, y además quien esto escribe quiere irse a descansar, porque ya dieron las doce y comenzó el Día Internacional de la Mujer.

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