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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 11 de octubre de  2024
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Huertas urbanas: el fenómeno verde

Huertas urbanas: el fenómeno verde

La pandemia y el cambio en la mirada sobre la producción de alimentos y el espacio público dieron impulso a estas iniciativas que cada vez se ven más en los barrios porteños. En esta nota, testimonios de huerteros que cuentan sus experiencias.

Paulatinamente, el paisaje de las veredas porteñas va incorporando un nuevo elemento. Se trata de las huertas urbanas, que vecinos y vecinas montan en sus manzanas, representando un desafío al paradigma vigente sobre el uso del espacio público y la producción de alimentos. El impulso de las organizaciones huerteras, el impacto de la pandemia y el efecto contagio provocaron que cada vez se vean más de estas iniciativas en las calles de la ciudad, en una tendencia que crece a pasos agigantados.

“La pandemia mostró como nunca que muchas cosas no estaban funcionando bien. Muchos departamentos no tenían acceso a las terrazas, por decisión de los consorcios. Y el encierro provocaba que las y los vecinos se vieran felices de hacer actividades en las veredas, en el espacio público. Nosotros los vinculamos a ellos, los convocamos, formamos una interacción. Traemos un par de cubiertas, tierra y empezamos”, explica Carlos Briganti, integrante del colectivo Reciclador y creador del proyecto Acción Huerta Urbana, que impulsa estas iniciativas.

Para tener noción del auge de las huertas urbanas en el tiempo posterior al fin del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO), al comenzar el año había cerca de 16 emprendimientos de este tipo en los barrios, auspiciados por el Reciclador. Entrado marzo, los mismos ya son 25 y van en ascenso. Villa Ortúzar, Chacarita, Coghlan, Parque Chas, La Paternal, Floresta son algunas de las zonas que tienen desplegadas estas iniciativas en sus veredas.

Recreando el espacio público: toma 1

“Nuestro espacio funciona en Sanabria y Gaona. La huerta está conformada por vecinos y vecinas y algunos que estuvimos en ese movimiento cultural tan grande que fue El Corralón de Floresta. Nos organizamos de forma autónoma y horizontal, con las decisiones tomadas en asamblea”, explica Rocío, que participa de una huerta en Floresta.

“La huerta es demostrativa-experimental, no de producción, porque no disponemos del espacio para ello”, aclara. Y agrega: “El deseo de quienes participamos es que el espacio sea un lugar de encuentro entre las personas y se lleve allí la autoorganización”.

La idea de “experimentación”, para Rocío, es clave para pensar el dinamismo de estos proyectos. “La gente muchas veces no tiene idea de dónde sale lo que consume en su plato. Por eso viene la experimentación: poner las manos en la tierra, ver qué sucede con la semilla, la transformación. Lo sigue siendo incluso para quienes tenemos mucha experiencia en huertas”, explica. En relación a su espacio de Floresta, cuenta: “Tenemos frutales, medicinales, aromáticas y fundamentalmente nos concentramos en la plantación de hortalizas”. Y añade: “Nos organizamos de manera tal que cada participante arme plantines en su casa, como parte de una disciplina diaria. El cuidado es comunitario y la recolección de lo que se cosecha, también”.

En Villa Pueyrredón está la huerta La Unión, otro ejemplo en el mismo sentido. “Somos un grupo de vecinos que nos conocemos de huertear en distintos espacios y formamos una huerta en terrenos ferroviarios, en Larsen al 3200. Conformamos como un ‘taller eterno’, en el que enseñamos cómo compostar, cómo cuidar las plantas, y los vecinos y vecinas se acercan para cultivar alimentos en comunidad”, explica Kike, uno de sus integrantes.

“Ya tuvimos una gran cantidad de tomates, lechugas, ají picantes, morrones. Y a la vez hacemos jardín nativo, con plantas originales del Río de la Plata, exclusivamente de esta zona. La función es recuperar el paisaje original del barrio y la consecuencia inmediata es que empieza a aparecer fauna: mariposas, aves, insectos, que viven de estas plantas”, sigue.

La pandemia y el encierro forzado de los primeros meses fueron una de las causas para generar este auge. “Todos escuchamos y conocemos las partes negativas que dejó. Pero también hubo de las positivas que influyeron para que cada vez más gente se sume a estas iniciativas. Una es la disponibilidad de tiempo libre, no dedicado a las obligaciones, que generó algo muy interesante en las personas, una posibilidad de pensar cosas que no se venían pensando y estaban latentes, vinculadas al alimento y su calidad. Poder reflexionar acerca de quiénes producen el alimento y en qué condiciones están quienes producen”, expresa Rocío.

Y argumenta luego: “Y otra cosa que sucedió es que, geográficamente, el espacio para recorrer estaba limitado. Y ahí se empezó a conocer un poco más el barrio, el lugar que se habita, en un reencuentro con los espacios públicos. Todo esto hizo que la gente tuviera ánimo de participar en experiencias como huertas comunitarias e inclusive formarlas”.

A su turno, el Reciclador manifiesta que una huerta urbana de este tipo “te abre la cabeza”. Y dice: “Hay una toma de conciencia de que el alimento está envenenado, y surgen espontáneamente las ganas de plantar y producir el propio alimento. Los vecinos y vecinas van aprendiendo. Primero no saben cómo cuidar las plantas, preguntan, van viendo los resultados. Y finalmente se da un fenómeno muy común, que es que ellos mismos van trayendo sus plantines, deseosos de incorporarlos al espacio”. 

Recreando el espacio público: toma 2

La Legislatura porteña aprobó a fines de 2020 un proyecto de ley que lleva la firma del diputado Roy Cortina, de Juntos por el Cambio. Su objetivo es darle impulso a la agricultura urbana, fomentando el desarrollo de las huertas en la ciudad, a la vez que abre la puerta a la intervención de empresas privadas. Desde el espacio de Briganti ponen sus reparos: “Solo el Estado debería asumir el financiamiento. Las huertas tienen una función pedagógica, y hay que evitar que muchas compañías multinacionales que no son precisamente amigas del ‘buen vivir’ las utilicen de manera hipócrita para mostrarse cercanas a la mirada ambiental”, explicita. Él mismo había colaborado en la redacción de otro proyecto, presentado previamente en la Legislatura, llamado Ley de Huertas Públicas Agroecológicas, que fue frenado y reemplazado por el de Roy Cortina.

La incursión de las empresas privadas en las huertas de Buenos Aires ya se está plasmando en la Comuna 14 y la experiencia suscitó una fuerte polémica entre los defensores del modelo de las huertas urbanas autogestionadas y el modelo del padrinazgo privado, que en este caso asume el restaurante Don Julio, de Palermo, en acuerdo con las autoridades comunales.

La tienda gastronómica, considerada la mejor de Latinoamérica, presentó un proyecto de padrinazgo para conformar una huerta urbana, llamada Luna de Enfrente, en la plazoleta situada en Soler y Gurruchaga, frente al restaurante. Así, instaló amplios cajones de madera en los que sembró frutas, verduras y aromáticas de una treintena de especies.

El Gobierno de la Ciudad celebró la novedad y destacó que los vecinos del barrio contarán con más de 55 m2 de superficie verde y podrán participar del cultivo y los talleres de capacitación ambiental. Pero organizaciones como el Observatorio por el Derecho a la Ciudad presentaron una denuncia y una acción de amparo para impedir que se avance con la conformación. ¿Por qué? Desde el Observatorio, hablan de una “apropiación del espacio público” por parte de la firma y sostienen que no es competencia de la Junta Comunal sino de la Legislatura, previa aprobación en doble lectura y audiencia pública, disponer del dominio público del bien.

En respuesta, desde Don Julio destacan que la iniciativa es “una contribución al barrio” y un “acto de responsabilidad ciudadana” del comercio, que lleva 21 años instalado en Palermo. “La huerta aporta una situación de trabajo comunitario. La idea es congregar a los vecinos para vincularse con la naturaleza, trabajar la tierra y tomar conciencia del ciclo de vida de los cultivos”, expresa Pablo Rivero, su propietario. “Hoy la plaza tiene más circulación que antes, por lo que su carácter público aumentó”, detalla en relación a las críticas, y agrega que la huerta permitirá que se amplíe el horario de apertura de la plaza, que entonces cerrará recién a las 20 horas. “El corazón del proyecto es que los vecinos sean el centro y los protagonistas. Ya están participando en todo el ciclo: sembrado, laboreo, cultivo y cosecha. Lo producido será destinado a comedores escolares y sociales seleccionados por la Comuna 14”, añade Rivero.

Con autoorganización o con padrinazgo privado, la discusión sobre la administración de las huertas urbanas amaga con convertirse en tema de debate en la ciudad, y todo parece indicar que casos como estos habrá decenas. Lo cierto es que, amén de ello, el fenómeno que tiñe de verde a Buenos Aires llegó para quedarse, y las plantas, la tierra y sus frutos ganan cada vez más adeptos.

*www.trascarton.com.ar es miembro de la Cooperativa EBC

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