"Debe decirse lo que se tiene que decir"
- Por Haydée Breslav
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Claudio Avruj, presidente del Museo del Holocausto de Buenos Aires, quien se desempeña asimismo como subsecretario de Derechos Humanos del Gobierno de la Ciudad, no eludió temas ríspidos, conceptos críticos ni definiciones contundentes, que formuló sin abandonar en ningún momento la palabra pausada y el tono mesurado.
La entrevista tuvo lugar en el museo, que se creó hace veintidós años para preservar y mantener vigente la memoria de la Shoá y sus repercusiones en la Argentina, a fines de concientizar a la sociedad acerca de las graves consecuencias del racismo, la discriminación, la xenofobia y el antisemitismo. Por sus instalaciones, ubicadas en el centenario edificio de la Recoleta donde supo funcionar una subusina de la Compañía Ítalo-Argentina de Electricidad, pasaron ya cientos de miles de personas; en la última edición de la Noche de los Museos fueron diez mil las que desfilaron durante cuatro horas.
–¿Qué incidencia tiene la propuesta del Museo sobre la sociedad argentina?
–Si bien es relativamente joven, el Museo del Holocausto ha logrado, a través de sus pocos años y de sus distintos presidentes, insertarse en la sociedad argentina: es parte del aporte cultural que a ella ha hecho la comunidad judía, y nosotros lo definimos como una herramienta educativa y una barrera contra el antisemitismo y la discriminación. Por aquí pasan anualmente cerca de treinta mil alumnos, que en su inmensa mayoría no son de la red escolar judía; nuestra preocupación es justamente que el Museo sea un insumo para la sociedad en general y no solamente para los judíos. Y lo hemos logrado: se ha convertido en un lugar permanente de consulta para intelectuales, periodistas y académicos; tenemos una de las mejores bibliotecas específicas, si no la mejor, en temas de nazismo, antisemitismo y Holocausto, y una Sala de Guarda donde hay numerosos elementos donados por sobrevivientes e hijos de sobrevivientes; desarrollamos ciclos anuales de conferencias con la participación de destacados especialistas; nuestro espacio es continuamente pedido para presentaciones de libros, debates y otras actividades similares. Además, llevamos realizado un muy buen trabajo en la formación de las fuerzas de seguridad en derechos humanos –Policía Metropolitana, Policía Federal, Gendarmería– y de docentes, no solamente en Buenos Aires sino a nivel nacional; hemos firmado convenios de cooperación con distintas universidades y otras reconocidas instituciones… Estamos muy contentos y muy abocados a ejercer esta atribución que nos tomamos, la de ser una entidad educativa al servicio de la sociedad en general.
–¿A qué se debió que el 27 de enero último el Museo y otras instituciones comunitarias no participaran del acto que para el Día Internacional de Conmemoración del Holocausto había organizado el Gobierno, si es que finalmente se hizo?
–Sí se hizo, el Gobierno hizo el acto como todos los años, esta vez en la Cancillería, y no ha contado con la participación de las organizaciones de la comunidad judía, la que por primera vez, con sus instituciones –AMIA, DAIA, Museo del Holocausto y otras– decidió hacer su propio acto del 27 de enero. Se ha dicho, primero, que nos correspondía un acto propio y segundo, en esta situación de tanto dolor y de tanto cuestionamiento al Gobierno nacional, que tiene que ver con la muerte del fiscal Nisman y donde volvía a instalarse la problemática del memorándum –que ya la Cámara Federal había declarado inconstitucional y no fue derogado por el Gobierno, como se está pidiendo– nosotros no podíamos ir a la Cancillería haciéndonos eco de este juego de doble cara. No se puede ir a homenajear a los sobrevivientes y recordar a las víctimas del Holocausto con aquellos que del otro lado aplauden, saludan y se asocian con Irán, un país que viola los derechos humanos, que no reconoce al Estado de Israel, que está acusado por la justicia argentina de atentar contra nuestra comunidad y contra nuestro país y que es el país emblemático de la negación del Holocausto. Hay un punto y un momento donde debe decirse lo que se tiene que decir, y la comunidad y las instituciones dijeron “este es el límite, a partir de acá reconstruyamos la relación, pero con sinceridad y sin hipocresía ni dobles discursos”.
–¿Participó de la marcha del 18F?
–Participé de la marcha con mi mujer, mi hijo y amigos. No fui en carácter de presidente del Museo ni tampoco de subsecretario, fui solamente en pleno ejercicio de mi derecho de ciudadano a homenajear y a peticionar. Me sentí muy bien y me siento orgulloso de haber sido parte de esa mancomunión de ciudadanos de todo tipo y de toda identificación ideológica, que fueron a rendir homenaje al fiscal muerto por lo que representa esa muerte que, sin entrar en juicio de valor sobre si fue suicidio o asesinato, trasciende la propia figura del fiscal. Es una muerte en la justicia, y cuando uno puede entender lo que representa para todos nosotros la justicia como valor supremo, debemos sentir que este es un agravio muy grande que constituye una amenaza para todo el conjunto de la sociedad. Esto es lo que fui a manifestar en absoluto silencio y en absoluta congoja.
–Desde sectores marginales y otros que no lo son tanto, se ha intentado descalificar al fiscal Nisman y a su denuncia diciendo que era sionista, o directamente judío.
–Tuve la suerte de ser director ejecutivo de la DAIA durante catorce años, desde el comienzo de la investigación hasta el año 2007, y siempre estuve involucrado en la comunidad judía. Recuerdo perfectamente que el pedido y la exigencia de la comunidad judía organizada frente al poder político fue justamente que la causa judicial no se politizara, puesto que la única manera de garantizar su investigación y esclarecimiento era evitar la intromisión de la política. Se fracasó, y estas manifestaciones que usted me marca van absolutamente en ese sentido, y la táctica más facilista y más clara para desviar una investigación que tiene que ser objetiva y alejada de todo lineamiento ideológico es, obviamente, ensuciarla y presentar a la víctima como si fuese el victimario. No tiene ninguna importancia si Nisman era judío o no lo era, no tienen ningún asidero los argumentos de las influencias del Mossad y de la CIA por mera presión política, sino que los informes a los que se llegó, en una complementación que se hace permanentemente entre los servicios secretos, informes de los cuales la SIDE y el Gobierno nacional dieron fe, estaban muy bien fundamentados. Yo no tomo en cuenta estos comentarios marginales y de la alta política que quieren encasillar la investigación dándole un tinte político, y remarco que justamente esa decisión de politizar la causa fue la que mató a la investigación.
–¿De dónde vino esa decisión?
–En la última etapa, del Gobierno nacional: uno no puede ignorar que la decisión de la firma del memorándum de entendimiento con Irán, una decisión equivocada y perversa, incluso en sus resultados, es una decisión de alta política –más allá de que sea, en su sentido más intrínseco, muy floja en cuanto a contenido– porque fue tomada en las altas esferas del Gobierno. Esto, que no puede ignorarse, determinó, a mi entender y al de muchos, la sentencia de muerte de la causa de la AMIA. Y todo esto que venimos hablando de la intromisión del poder político para desviar y obstaculizar la investigación viene de las altas esferas y atraviesa estos 21 años de la investigación del atentado.
–¿Qué puede decirnos de los carteles que aparecieron en Villa Crespo con la leyenda “el judío bueno es el judío muerto el judío bueno es Nisman”?
–Que son totalmente repudiables, y constituyen un ejemplo más de la politización de la causa AMIA y sus derivados, como la causa de la muerte del fiscal. Esto no está armado por un loquito aislado, sino que responde a un sector del poder central o del poder marginal que tiene que ver con una disputa interna sobre quién es más valiente para ensuciar la cancha, y también con distraer la atención de lo que está pasando y a su vez incorporar sin éxito, porque no lo tuvo, alguna veta del antisemitismo vernáculo que sigue existiendo en la Argentina.
–¿Puede haber sido un intento de infundir temor?
–Absolutamente, y por suerte no tuvo eco; todas estas cosas están inspiradas en eso. Cuando uno ve pintadas o grafitis agresivos de cualquier índole tiene que interpretarlos, primero, como un modo de marcar territorio del grupo que lo hace –yo tengo agallas, yo existo– que están jugando una interna propia en un submundo, y segundo, como un intento de inspirar temor porque la gente común se asusta, se siente agraviada y humillada, empieza el corredero de comentarios, la prensa los toma y se genera un estado de confusión donde no se puede ver que realmente el hecho no tiene importancia ni incidencia, que es obra de un grupo marginal pero, obviamente, busca desviar la atención.
–Los medios hablan de un fuerte rebrote de antisemitismo en Europa. ¿Podemos temer una situación similar?
–No, la situación de antisemitismo que se vive en Europa no es en absoluto comparable con la que se vive en América latina, mucho menos en la Argentina y mucho menos en la ciudad de Buenos Aires. Lo que sí tenemos que reconocer es que en la Argentina la discriminación y el antisemitismo existen, que son flagelos sobre los que hay que seguir trabajando y a los que hay que combatir a través de las leyes y del cumplimiento de las normas pero, fundamentalmente, desde la educación y la decisión política de actuar contra ellos.
La tarea educativa
Acerca de la tarea educativa del Museo, la directora ejecutiva, Gabriela Scheyer, explica que reciben a “alumnos del nivel primario que están en los últimos grados, a estudiantes de los niveles secundario y terciario y también a muchos grupos universitarios, especialmente de las carreras de derecho de varias universidades”.
“Con muchos de ellos”, prosigue, “hacemos un recorrido didáctico, durante el que tienen a veces la posibilidad de escuchar testimonios de sobrevivientes con los que trabajamos constantemente, porque creemos que esos testimonios tienen que ser parte principal del proceso educativo. Con docentes y estudiantes también realizamos, aparte del recorrido histórico, capacitaciones más específicas trabajando sobre temáticas que consideramos importantes”.
Cuenta que “lamentablemente, para muchos de los alumnos que vienen este es el primer acercamiento a la temática”, y acota: “Digo ‘lamentablemente’ porque esto habla de una carencia en la educación en general; lo positivo es que por lo menos existe este acercamiento, y lo que nosotros intentamos es despertar el interés. Sabemos que muchas veces siguieron trabajando en ese sentido, tenemos la experiencia de docentes que vinieron a capacitaciones o que consultaron por material para saber cómo seguir”.
En cuanto a la reacción de los alumnos a la propuesta, refiere: “Si bien siempre sucede que a algunos les interesa más y a otros menos, por lo general los alumnos y también los docentes se interesan mucho, reciben muy bien la propuesta, preguntan… Además, las nuestras no son solamente visitas expositivas y explicativas, sino que intentamos con ellas poder generar interrogantes y hacer pensar a los alumnos; esta es también una forma de disparar el interés y hacer que quieran seguir conectados con la temática”.






