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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 7 de octubre de  2025

Teatro Colón: La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser

Por Haydée Breslav  

(Junio de 2009 ). Lo que ayer fuera grandeza / hoy mostraba sólo ruinas… No nos proponíamos empezar esta nota con un tango, como habitualmente hacemos, ni titularla con la memorable frase de Lepera; pero los versos de Enrique Cadícamo –pertenecientes a Vieja Recova, con música de Rodolfo Sciamarella y grabado magistralmente por Gardel en 1930– nos vinieron a la mente mientras pensábamos de qué otro modo darle inicio. En sus épocas de esplendor, cuando todavía se lo llamaba nuestro primer coliseo, al Teatro Colón se lo tildaba de elitista, europeizante y vaya a saber cuántas cosas más. Hoy en día lo encontramos tapado con trapos negros, herido en su interior, silencioso y olvidado por los que deciden. En los últimos días de mayo, el Gobierno de la Ciudad instaló en la esquina de Libertad y Viamonte, próxima al Teatro Colón, una carpa que ostenta, impresa en gruesos caracteres, la leyenda “pasá y enterate”. Eso intentamos hacer, pero el acceso no estaba habilitado; un agente de seguridad nos dijo que el viernes 5 de junio, de 10 a 12, se iba a desarrollar en ese lugar lo que entendimos como una especie de acto público en el que se informaría sobre el estado de las obras, y que incluiría la proyección de películas; el agente nos anunció asimismo que el Teatro se reinaugurará el año próximo.Días antes habíamos realizado reiteradas y vanas gestiones en procura de información: el jefe de prensa del actual director del Teatro nos respondía cortésmente que éste “no estaba dando entrevistas a nadie, ni siquiera a Clarín”; parecido resultado tuvieron las tratativas ante funcionarios del área de prensa del Ministerio de Cultura de la Ciudad. Pese a ello, y gracias a los datos que nuestros entrevistados aportan, se puede establecer, por un lado, que el edificio del Teatro ha sido objeto de una intervención agresiva y apartada de los criterios internacionales en lo que a conservación del patrimonio se refiere, y por el otro, que determinados hechos parecen señalar la existencia de un proyecto de achicamiento y tercerización del Teatro.De lo expuesto por ambos se desprende también que el actual estado de cosas no es un hecho aislado, sino la continuación y consecuencia de un proceso que empezó con el siglo en el que han participado, por acción u omisión, tanto el corporativismo vecinalista que hoy en día administra la ciudad como el populismo conservador que se le enfrenta desde el Ejecutivo nacional y el seudoprogresismo que lo precedió.

“Se trabajó en secreto”

 Fabio Grementieri, arquitecto por la UBA, especializado en patrimonio, coordinador del programa de Preservación del Patrimonio de la Universidad Torcuato di Tella y autor de numerosos textos sobre la especialidad, refiere que “el tema del Master Plan comenzó hacia el año 2001, apenas asumida la administración de [Aníbal] Ibarra”, y explica: “Se planteó allí una intervención muy grande sobre el Teatro Colón. Se decía que hacía falta, y así era; distintos tipos de intervención, de conservación y de renovación de estructura eran realmente necesarios. Lo que sucede es que la filosofía del Master Plan estuvo errada desde un principio, porque cuando se está frente a un edificio de tantos valores hay que ir con guantes de seda. Se trata de un teatro lírico que es probablemente el más importante del mundo, con la mejor acústica para espectáculos de ópera, como quedó demostrado en mediciones realizadas hace quince años por expertos internacionales”.Empero, el planteo del Master Plan lejos estuvo de ajustarse a estas consideraciones. Grementieri así lo describe: “Una intervención de cirugía mayor reñida, en muchos aspectos, con las recomendaciones internacionales en materia de conservación de patrimonio de la UNESCO; un proyecto también muy fragmentario, con muchas licitaciones; muy desordenado desde los puntos de vista económico, financiero y técnico; y sometido además a dictados privatistas en cuanto a modalidades de producción, como por ejemplo romper el escenario para permitir que ingresen fácilmente containers con las puestas de espectáculos importados ‘llave en mano’”. Y estima: “A mi juicio, hubiese sido mucho más factible, económico y mejor para el edificio llevar a cabo un proyecto general de conservación, mantenimiento y renovación sin cerrar el Teatro, utilizando los meses de verano en que no funciona; lamentablemente, no se eligió ese camino”.Destaca que los responsables del proyecto desecharon el asesoramiento de reconocidos especialistas italianos. “Los profesionales del Master Plan descartaron la ayuda del Istituto Centrale per il Restauro de Roma, el organismo más importante del mundo en materia de conservación de patrimonio. Estos expertos ya habían trabajado en 1998, en el marco de un acuerdo entre los gobiernos argentino e italiano, y la ciudad de Buenos Aires y este Istituto; ya se había hecho una serie de análisis y pruebas de restauración en interiores y exteriores, pero al pasar de la administración de De la Rúa y Olivera a la de Ibarra, se dejó toda la documentación en la Secretaría de Cultura, que no hizo nada con ella”.La pericia de los responsables del Master Plan también le inspira dudas. “Yo no sé sobre la base de qué antecedentes se convocó a los profesionales intervinientes; es curioso, porque buena parte de la primera etapa se financió con un préstamo del BID, entre cuyas condiciones se establecía que los profesionales a cargo del proyecto tuvieran antecedentes en la materia, y no tengo muy en claro cuáles son los antecedentes en la materia de los profesionales del Master Plan”.En cuanto a la realización del proyecto, cuestiona distintos aspectos: “Se trabajó en secreto, porque hasta el año 2006, aproximadamente, el equipo del Master Plan estuvo dentro del edificio sin ponerse en contacto con ninguna de las áreas del Teatro, ni siquiera con la de Arquitectura, ni mucho menos con la de Escenotécnica, con sus artesanos que llevan décadas trabajando. Por otra parte, a medida que cambiaban los directores administrativos, artísticos y generales del Teatro, el Master Plan adaptaba el proyecto a los caprichos de cada uno de aquéllos. Las licitaciones eran fragmentarias, y los planos estaban mal hechos: tuve oportunidad de ver varios de ellos en el año 2006, y no servían para un trabajo serio de restauración porque estaban abiertos a cualquier propuesta de las empresas constructoras”.En cierto sentido, esa fecha resultó significativa. “En ese año se abrió un poco el juego, porque comenzó a verse que el Master Plan no era lo que se decía que era, y en consecuencia empezó a hacer agua por todos lados a los ojos de la opinión pública. Apareció entonces la Comisión de Seguimiento de las Obras, a cargo de la Comisión de Patrimonio de la Legislatura, pero no sirvió de mucho porque no tiene poder vinculante”, señala.También le merece críticas la actuación al respecto de los organismos nacionales. “Si bien depende del Gobierno de la Ciudad, el Teatro Colón es un monumento histórico nacional, y la última palabra sobre lo que se puede y lo que no se puede hacer en los monumentos históricos nacionales la tiene la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos, que depende de la Secretaría de Cultura y de la Presidencia de la Nación. Y esa Comisión aprobó todos los planos, a pesar de los garrafales errores técnicos que tenían. Por mi parte, hice pedidos al ombudsman de la Nación y al de la Ciudad para que intervinieran, y no pasó absolutamente nada, de modo que todo siguió igual hasta la administración de Macri”.Y para la actual gestión Grementieri no tiene precisamente palabras de aprobación: “Fue y volvió, dijo y se contradijo. Cuando asumieron manifestaron que el Teatro Colón estaba en el peor momento de su historia, y después dijeron que no, que el problema era la falta de financiamiento; en algún momento señalaron que el Master Plan no había estado bien,  pero dejaron a toda la gente y siguieron adelante con el proyecto. El cambio más importante que hizo el macrismo consistió en trasladar la responsabilidad de las obras desde Infraestructura del Ministerio de Cultura al de Desarrollo Urbano y Obras Públicas, que licitó la contratación de una gerenciadora de obras, de modo que se empezó a gastar más dinero”.Observa que nuevos desaciertos se sumaron a los anteriores. “Aparentemente, en los últimos tiempos se volvió a plantear el funcionamiento del Teatro sobre la base de esa reestructuración que salió en todos los medios, con achicamiento de personal técnico y artístico, lo que constituye un nuevo descalabro que se agrega al caos en que venía manejándose el proyecto del Master Plan. Pero la solución no está en apresuradas recetas gerenciadoras o marquetineras, que no hacen sino sumar empuje a la espiral destructiva”. Y destaca: “Tuve oportunidad de señalarle al mismísimo Macri y a otras personas de su equipo la grave situación en que estaba el Teatro Colón; lamentablemente, a pesar de esas advertencias, la actual administración siguió con los mismos criterios y las mismas estrategias de las épocas de Ibarra y de [Jorge] Telerman”.Acerca de los posibles daños a la célebre acústica del teatro, Grementieri dice contar con escasa información: “Todo está muy clausurado y muy hermético, tengo mis dudas de que los distintos tipos de agresiones a la estructura de la sala no afecten seriamente la acústica. Por otro lado, me temo que nadie se va a hacer responsable, y van a salir a decir que cómo queríamos que con las marchas y contramarchas, la desfinanciación y los atrasos, y todos los problemas que hubo, tuviera la misma acústica”.      

“La cultura no da dinero”

“El Teatro Colón está destruido”, define José Piazza, músico y delegado general de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) del Teatro, y pasa a enumerar: “Han tocado el muro histórico; están haciendo refacciones que tienen que ver con un proyecto más privatista que cultural; han trasladado a 450 trabajadores al Instituto Superior de la Carrera y recontratado a otros 90 en distintos hospitales de la ciudad; han destinado como sede definitiva de la Orquesta Filarmónica a la denominada Usina de la Música, que no reúne las condiciones necesarias; han cancelado la programación y anulado las becas de la Orquesta Académica, según sus propios integrantes denuncian…”. Refiere asimismo que “por iniciativa del Pro, y con los votos de la Coalición Cívica y del kirchnerismo, la Legislatura aprobó una ley de autarquía del Teatro Colón, que otorga amplios poderes al director de turno”.No duda en señalar a quienes considera responsables: “Ibarra fue el iniciador, Telerman lo profundizó y ahora Macri está con el pie en el acelerador en los tramos finales de este proceso; el desguace del Colón obedece a un proyecto que trasciende a los funcionarios de turno”.Según relata, ese proyecto tiene fecha concreta de inicio: “A partir de 2001, se empezó a castigar al Colón, quitándole presupuesto, colocando a su frente a gente que no tiene nada que ver con la cultura de rédito social pero sí con la de rédito económico, de manera que el Teatro cerrara el circuito turístico internacional como parte de un gran negocio privado”.Y advierte, enfáticamente: “El Teatro Colón tiene un presupuesto anual muy importante, y la idea es tercerizarlo para que lo manejen empresas privadas. A eso están apuntando, porque el negocio que genera un teatro lírico de estas características es impresionante, siempre y cuando, claro está, el contribuyente de la ciudad siga manteniendo el edificio”.Piazza rescata la modalidad de producción propia que históricamente ha caracterizado al Colón. “Un teatro así es como una fábrica donde se elabora el espectáculo de manera integral, contrariamente a lo que sucede en otros en que se manda a una tercerizada a hacer el vestuario, a otra tercerizada la escenografía, y así sucesivamente. En estos casos, el costo de cualquier espectáculo va a ser siempre muy superior a lo que sería de hacerse con producción propia: en la Scala de Milán llevaron a cabo un gran achique y tercerización, y ahora resulta que todo les cuesta el doble o el triple de lo que gastaban antes”. Y agrega: “Un teatro con producción propia tiene que ver con la cultura en el sentido de transmitir conocimientos de generación en generación: un zapatero traspasa su oficio a otro, lo mismo el que confecciona ropa de época, y así el teatro es una escuela de formación de profesiones, incluyendo por supuesto las artísticas”.Para ilustrar sus conceptos, apela al ejemplo que mejor conoce: “Cuando un músico entra a una de las orquestas del Teatro, los que estaban antes le van transmitiendo su experiencia, y con el tiempo él, a su vez, la transmite a los que vienen. Para que una orquesta sea de primer nivel tiene que trabajar continuamente, todos los días y con los mismos músicos: por ejemplo, yo toco con un compañero, y cuando emite la nota nos acoplamos inmediatamente porque ya nos conocemos”. A mayor abundamiento, expresa: “Las grandes orquestas de Europa son en su mayoría estatales: ninguna empresa privada quiere hacerse cargo de una orquesta sinfónica porque eso significa tener a cien músicos trabajando, y con el precio de la entrada no se puede pagar a todos ellos. Los empresarios no van a arriesgarse, porque la cultura no da dinero; ellos ven el negocio con la fórmula ‘de este evento puedo hacer publicidad, lo puedo televisar’, pero no lo pueden sostener, y entonces, ¿qué hacen? Dejan que lo sostenga el Estado, y usufructúan la institución estatal para organizar un espectáculo con un artista de envergadura por una sola vez; pero si esa orquesta que lo va a acompañar no estuviera formada durante años, no podrían realizar el evento”.Aparece entonces el tema de los criterios de excelencia, sobre los que es terminante: “A la excelencia se llega a través de una cultura estatal de rédito social, que pueda mantener una orquesta durante años en los que se va haciendo, construyendo y afianzando, pero no de una empresa privada que en procura de la ganancia inmediata se vale de los contratos temporarios”.Esto lo lleva a una definición: “Los que estamos en ATE queremos un Teatro Colón que, insisto, genere rédito social, es decir, que devuelva a la comunidad lo que ésta aporta, contrariamente a la política de Macri y de quienes lo precedieron, de hacer negocios con el dinero de los contribuyentes”. Y prosigue: “Queremos un teatro popular, en el sentido de establecer la entrada a precios accesibles para todos, y no en el de presentar artistas de extracción popular con entradas que cuestan lo mismo que un abono”.El calificativo de “elitista” que suele endilgarse al Teatro le merece la siguiente reflexión: “La discusión entre popular sí y popular no ha sido establecida desde el poder político, y a veces la gente se maneja con términos que no se ajustan a la realidad. Hay que romper con ese mito de elitismo, porque el Teatro Colón es para toda la comunidad; ésta así debe asumirlo, y revertir el concepto de la aristocracia que creó el Colón, pero no pudo sostenerlo y se lo pasó al Estado”.

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