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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 24 de diciembre de  2025

Edición impresa enero 2010
EDITORIAL

Rumbos

Por Víctor Pais 

La antología de los gestos políticos que abren paso de manera desvergonzada al avasallamiento de nuestro patrimonio nacional acaba de encontrar una nueva pieza para su colección: la creación del Fondo del Bicentenario con una buena porción de las reservas del Banco Central para pagar la llamada “deuda pública”. Si este Decreto de Necesidad y Urgencia de la presidenta supera los hasta ahora poco difíciles obstáculos que le interpone la Justicia, y empero, aun pronunciándose ésta con firmeza en términos condenatorios, si no entran en juego otras instancias para frenar tal invitación al saqueo, lo que la realidad nos va a deparar será, más que un Fondo del Bicentenario, un bicentenario sin fondos.


La deuda externa es desde hace décadas la llaga más grande y profunda que exhibe nuestra maltratada Argentina. Una llaga que se ahonda y extiende día a día porque los gobiernos de turno apelan siempre a idéntica fórmula: por un lado, reconocer todo el paquete sin investigar primero y deslindar después la buena parte que constituye una estafa pergeñada por los mismos que ostentan el título de acreedores y, por otro, volver a someter al país una y otra vez a los viejos juegos especulativos de nuevos endeudamientos.
Bien advertía Néstor Kirchner, cuando en sus discursos electorales de 2003 prometía que no iba a pagar la deuda con el hambre del pueblo, la relación existente entre esas grandes sumas de dinero que se intercambian por bonos o directamente fugan al exterior y la vida cotidiana de millones de argentinos. Pero su perspicacia no sustentaba un programa de acción sino que era tan sólo un golpe de efecto, como otros tantos que nos fueron propinando él, su esposa y el séquito de ambos durante todos estos años que vienen gobernando el país. Ellos pagaron y continúan pagando cada vez más –se desendeudan, dicen hipócritamente– y, aunque no lo reconozcan, el “honrar los compromisos del Estado” –léase, sin eufemismos, el rendirse a las exigencias de los usureros que conforman el llamado “sistema financiero internacional” – constituye una piedra angular de su política.
Pero si bien el hambre es una razón más que suficiente para redireccionar hacia la “deuda interna” las divisas que drenan hacia los vencimientos e intereses de la deuda externa, un gobierno que ha levantado como un estandarte la investigación y el juicio a los responsables directos de las violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura no debería ignorar que, precisamente, en los albores de ésta, tuvo su origen el espiral de hipertrófico endeudamiento, y que los recursos que obtuvieron los militares para desplegarse a sus anchas se los proporcionaron, sabiendo muy bien para qué propósitos, varios de los países que conforman el “honorable” Club de París, el mismo Club de París que hoy nos exige con descaro que le devolvamos ese dinero manchado con la sangre de tantos compatriotas. Para los que apretaron el gatillo y torturaron, se procura, en cierta medida, castigo. Premio, en cambio, para los que garantizaron con una buena parva de dólares el sostenimiento de tal régimen.
Repasemos: hace doscientos años nos encontrábamos en vísperas de una revolución que iba a conmover los corazones y las conciencias de las poblaciones de vastas regiones de América. Las circunstancias quisieron que el epicentro fuera esta ciudad de los Buenos Aires en la que se nos va la vida. Pero había que salir de ella, echar a los españoles de todas partes, propagar las ideas libertarias y terminar con la opresión de siglos.  Algunos de aquellos hombres que integraban la junta de gobierno se pusieron a la cabeza de las expediciones emancipadoras y hasta renunciaron a percibir sus sueldos de funcionarios para que éstos fueran destinados a la financiación de la campaña. La tarea era ambiciosa y no se pudo llegar tan lejos como pretendían quienes propiciaban una completa independencia y profundos cambios sociales. En el frente anticolonial terminaron prevaleciendo los elementos criollos más retrógados y menos anticoloniales, grandes hacendados y  mercaderes sin escrúpulos que se recostaron sobre el vigoroso capital inglés para consolidarse como elite dominante. ¿Con quién identificar a nuestra casta política actual, tanto a los que eventualmente nos gobiernan como a los que eventualmente juegan de opositores para no cambiar en esencia nada? ¿Hace falta que seamos más explícitos?
No queremos un bicentenario desfondado por causa del saqueo de nuestras reservas y menos por causa del vaciamiento de su contenido patriótico. Queremos, por el contrario, un bicentenario en el que los mejores gestos e ideas de aquella promisoria Revolución de Mayo nos inspiren para encontrar un rumbo que nos conduzca por fin a una Argentina auténticamente libre y soberana.

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