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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 7 de octubre de  2025

Edición impresa noviembre 2009

LA PRESENCIA ITALIANA EN LA CULTURA PORTEÑA

Cercana Buenos Aires

Por Vanesa Kandel
En octubre pasado salió a la luz el libro Buenos Aires Italiana, editado por la Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, organismo dependiente del gobierno porteño. El volumen constituye el N° 25 de la serie Temas de Patrimonio Cultural y reúne las 34 ponencias presentadas en las Jornadas Buenos Aires Italiana, celebradas en octubre de 2008 en La Manzana de las Luces.


Como podemos adivinar desde el título, a lo largo de sus más de 400 páginas y desde distintos enfoques, los autores –entre los que se encuentra Miguel Ruffo, historiador, amigo y asiduo colaborador de este periódico– recorren las múltiples marcas que la inmigración italiana ha dejado en nuestra ciudad, algunas de las cuales, de tan omnipresentes, resultan casi invisibles: desde la arquitectura, el paisaje urbano y los platos típicos hasta, por supuesto, la particular “tonada” porteña; desde los inicios del teatro hasta el cine, pasando por el tango.
A propósito de este último, destacamos el interesante trabajo de Ricardo Ostuni dedicado a la influencia de la inmigración italiana en la gestación y el nacimiento de nuestra música ciudadana: “(...) los italianos y sus hijos han gravitado de modo decisivo en su instrumentación, en su difusión, en su ejecución, en su versificación, en su decantación”, recuerda Ostuni, citando al investigador Daniel Vidart, y subraya tanto la presencia de instrumentos “de prosapia italiana” –flauta, violín y, sobre todo, mandolín y clarinete– como de formas melódicas propias de la península. Para ilustrar esta idea, reproducimos unas líneas de El bandoneón (1926), sainete de José Antonio Saldías citado por Ostuni, donde el simpático don Crispín recomienda: “Cuando quiera hacerse un tango linde, de éxite, me dice a me. Yo le toco al acordeone una canzonetta napoletana, vieja, vieja, que nadie se acuerda. Osté la hace ma depacito, le pone tre o cuatro ferulete e es una cosa creolla”.   
En el mismo capítulo dedicado a cultura, artes y letras, Perla Zayas de Lima se ocupa de “cómo la inserción de numerosos artistas italianos en el campo de las artes escénicas, a lo largo de dos siglos, contribuyó a diseñar el itinerario que seguiría el teatro nacional”. Y a continuación menciona a artistas circenses, titiriteros, pintores escenógrafos y directores que fueron llegando de Italia desde 1790 hasta bien entrado el siglo XX, trayendo sus tradiciones, como las marionetas sicilianas (muchas de las cuales se instalaron en La Boca), y sus ímpetus de renovación. 
En otro trabajo iluminador, Alicia Bernasconi y Federica Bertagna exploran “la relación entre los italianos y Buenos Aires en el cine: como realizadores, como protagonistas, como personajes”, y descubren que, paradójicamente, mientras por un lado los italianos han estado muy presentes en la cinematografía argentina –baste mencionar a dos figuras decisivas en su etapa formativa: Mario Soffici y Luis César Amadori–, por el otro, “como sujetos del relato, sólo muy excepcionalmente han tenido el papel protagónico (...). Su rol era el de ser laderos, acompañantes de argentinos que ocupan el centro de la escena, componentes, por otra parte indispensables, del paisaje urbano (por eso están detrás de mostradores, tocando el organito o vendiendo en las calles, etc.)”. 
Por último, y descontados ya los merecidos elogios a los autores, no podemos dejar de señalar, con sorpresa y tristeza a la vez, el contraste entre el altísimo valor adjudicado por los funcionarios comunales al tópico que aborda el libro y las limitaciones de su soporte gráfico: un cuerpo de letra pequeñísimo, ausencia casi absoluta de imágenes (fundamentales para ubicar al lector, por ejemplo, en los trabajos referidos a las artes plásticas) y algunos descuidos que denotan falta de revisión. La Buenos Aires italiana merecía una edición más generosa. Una lástima. 

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