Octubre 2012
EDITORIAL
El fantasma del estallido
Por Víctor Pais

Aunque lo haya mencionado de un modo hipotético, el fantasma del estallido social sobrevoló en la mente y en las palabras de la presidenta Cristina Kirchner. Nada menos ni más que en la controvertida conferencia de prensa que ofreció en la Universidad de Harvard.
“Si la inflación fuera el 25%, el país estallaría por el aire”, señaló a los estudiantes de esa institución educativa tan bien posicionada en su escala de valores (por lo menos, bastante mejor que la Universidad de la Matanza).
Un gesto clave e imprescindible: negarse a reconocer una realidad evidente y construir con el discurso una realidad ficticia que se ajuste a la penetrante aunque cada vez más desgastada idea de que el país está encaminado por el accionar de un gobierno muy nacional y muy popular.
Al partir de esta premisa, todo lo que se le opone a esta gestión despediría un tufillo a oligarquía apátrida. Cualquier reacción frente a las innumerables situaciones injustas generadas por la política gubernamental será susceptible, en el mejor de los casos, de ser descalificada por desestabilizadora. Incluso pueden llegar a merecer ese trato las reacciones frente a flagrantes violaciones a los derechos humanos que padece la sociedad aquí y ahora, como secuestros y asesinatos de diversa índole o las muertes provocadas por complicidades del Estado con concesionarias privadas que no garantizan las mínimas condiciones de seguridad en un servicio público como el tren.
Nos gobiernan progresistas de opereta. Individuos que dicen sin empacho no tener nada que ver con lo malo que le pasa al país y que se autoproclaman como los elegidos para conducir al pueblo por el camino correcto. A ellos, sin embargo, les caben perfectamente los atributos que les endilgan a quienes ubican como sus enemigos, ya que son en sus lineamientos esenciales continuadores de una política económica basada en la concentración monopólica de la tierra y el capital que, con el golpe de 1976, se plantó con una determinación irreductible. Haber contribuido relativamente, veinte años después de finalizada la dictadura que implantó ese golpe, con la exhumación de sus crímenes y los procedimientos judiciales contra los altos mandos y algunos de sus subalternos no echa por tierra esa verdad, por más que se esfuercen en esconderla bajo la alfombra.
Aunque el país aún no haya estallado por los aires esa idea sobrevuela en la cabeza de la presidenta porque ella sabe que la realidad no es como la que nos cuenta, que las protestas de un arco social y sectorial cada vez mayor tienden a incrementarse y que el relato pronto no será útil ni para dormir a los niños.

