Edición impreza marzo 2011
EN EL BICENTENARIO DE SU MUERTE
Mariano Moreno y un óleo evocativo

Por María Inés Rodríguez Aguilar y Miguel Ruffo
El 4 de marzo se cumplieron doscientos años de la muerte de Mariano Moreno. Evocamos la figura del gran hombre de Mayo tomando como eje un óleo evocativo realizado hace exactamente cien años.
No puedo verlo, no, sino en su triste lecho,
ya cerca de la espuma y las profundas algas.
¡Dejad que el mar apague su fiebre poderosa!
La mañana flotante recogerá su lámpara.
Raúl González Tuñón
En 1911, en ocasión del centenario del fallecimiento de Mariano Moreno, el Director y fundador del Museo Histórico Nacional, Adolfo P. Carranza, le comisionó al pintor italiano, radicado en Buenos Aires, Egidio Querciola, la realización de Últimos momentos de Mariano Moreno, un óleo evocativo de la muerte del prócer en marzo de 1811. En el Diario Personal de Adolfo P. Carranza encontramos que este óleo fue encargado por él, pero no encontramos ninguna referencia a la forma en que se pretendía representar los últimos instantes de Mariano Moreno; lo que sí sabemos es que Carranza es el comitente y que la base documental más inmediata que describe la muerte de Moreno es la Vida y Memorias de Mariano Moreno, de su hermano Manuel Moreno, siendo esta, por consiguiente, la fuente escrita del óleo.
Nos ha parecido conveniente contextualizar la obra de Querciola, señalando la lectura e imagen literaria e historiográfica de la muerte de Moreno hacia 1911, para trazar las semejanzas entre la imagen visual y la anterior.
En sus efemérides del 4 de marzo de 1911, decía La Nación: “1811. Muerte de Moreno. En viaje a Inglaterra, a donde iba en calidad de ministro argentino, muere el Dr. Mariano Moreno, alma y genio de la Revolución de Mayo. Con motivo de la muerte de este patriota, dijo Saavedra, presidente de la Junta de Gobierno de las Provincias del Río de la Plata, esta frase que se ha hecho histórica: ‘Tanta agua era menester para apagar tanto fuego’”.
Destacamos en esta pequeña efemérides que Moreno era pensado como “el alma y genio de la Revolución de Mayo”.
Por su parte La Prensa, hacia la misma fecha, en un extenso artículo donde reseñaba la vida y obra de Mariano Moreno, indicaba entre otros conceptos: “Moreno ya entonces había sido considerado como el alma de la Junta de patricios que cargó con la responsabilidad de iniciar la emancipación del Virreinato del Río de la Plata y fundar los poderes políticos y administrativos del concebido Estado nuevo y positivamente fue el cerebro mejor preparado, el pensamiento más claro puesto al servicio de la causa argentina y la energía más notoria de la época”.
Consecuentemente, Moreno es pensado como “el alma de la Junta”, como “el cerebro mejor preparado”, como el poseedor del “pensamiento más claro”.
La Razón, en un artículo titulado “Mariano Moreno, primer centenario de su muerte”, ilustrado por un dibujo de Fortuny, indicaba:
“Comprendió aquella alma grande que era necesario retirarse y, suavizando el ardor con que sus amigos le rogaban que no se fuera, les impuso y se impuso a sí mismo el sacrificio de su separación que, ¡Ay! Debía ser eterna” [sic]. Seguía La Razón, en la descripción de las circunstancias de la muerte de Moreno, a la biografía escrita por su hermano; ya hemos indicado que esta es la base documental del óleo de Querciola. Seguiremos a Manuel Moreno en sus conceptos fundamentales, en su descripción de la agonía de Moreno, para descubrir los elementos constitutivos de la imagen visual a partir de la narración histórica.
“El doctor Moreno –señala– vio venir su muerte con la serenidad de Sócrates. Ya a los principios de la navegación le pronosticó su corazón este terrible lance. No sé qué cosa funesta se me anuncia en mi viaje, nos decía con una seguridad que nos consternaba. No pudiendo proporcionarse a sus padecimientos ninguno de los remedios del arte, ya no nos quedaba otra esperanza de conservar sus preciosos días, que en la prontitud de la navegación; mas por desgracia tuvimos esta extraordinariamente morosa y todas las instancias hechas al capitán para que arribase al Janeiro o al Cabo de Buena Esperanza no fueron escuchadas. Después de estos, el doctor Moreno se entregó tranquilamente a su duro destino. A las cuidadosas atenciones que le pagaba nuestra amistad y respeto, correspondía con una suavidad admirable, pero con el triste desengaño de que serían sin efecto (...) Su último accidente fue precipitado por la administración de un emético que el capitán de la embarcación le suministró imprudentemente y sin nuestro conocimiento.
A esto siguió una terrible convulsión que apenas le dio tiempo para despedirse de su patria, de su familia y de sus amigos. Aunque quisimos estorbarlo, desamparó su cama ya en este estado y con visos de mucha agitación, acostado sobre el piso solo de la cámara, se esforzó en hacernos una exhortación admirable de nuestros deberes en el país que íbamos a entrar y nos dio instrucciones del modo como debíamos cumplir los encargos de la comisión, en su falta. Pidió perdón a sus amigos y enemigos de todas sus faltas; llamó al capitán y le recomendó nuestras personas; a mí en particular me encomendó, con el más vivo encarecimiento, el cuidado de su esposa inocente; con este dictado la llamó muchas veces. El último concepto que pudo traducir fueron las siguientes palabras: ¡Viva mi patria, aunque yo perezca! Ya no pudo articular más. Tres días estuvo en esta situación lamentable: murió el 4 de marzo de 1811, al amanecer, a los veintiocho grados, veintisiete minutos sur de la línea, a los 31 años, 6 meses y un día de edad”.
Murió “con la serenidad de Sócrates”, dice su biógrafo. Fijémonos que el óleo de Querciola no lo representa en el momento de la convulsión; esta ya ha transcurrido. Moreno se encuentra en sus últimos instantes, tal vez en algún momento de esos tres días últimos de su vida. Ya se ha despedido de sus amigos y de su patria.
Mariano Moreno agonizando. Lo asisten dos amigos. Seguramente Manuel Moreno y Tomás Guido. Uno de ellos, con sus dos manos, toma la mano derecha de Moreno y, como interrogándolo, dirige su mirada al moribundo. El otro, al pie de la cama, se inclina levemente sollozando la muerte del amigo.
La luz se concentra sobre un Moreno extenuado, que está viviendo sus últimos momentos y que parece querer transmitir sus pensamientos con su aguda mirada.
El color blanco de las sábanas, de la almohada y la camisa de Moreno, por contraste con lo oscuro y las sombras en oposición a él, refuerzan el sentido de la composición. Todo se centra en un último mensaje transmitido por Moreno a su patria.
La luz como símbolo de su pensamiento, de la razón iluminista, del pensamiento que descorre las tinieblas, se concentra en el pensador, en el alma más esclarecida de la generación que protagonizó la Revolución de Mayo.
La intelectualidad de Moreno está reforzada por los libros y papeles que como manifestación del trabajo intelectual lo acompañaron, incluso en los últimos días de su vida. Y nos recuerda su hermano que, después de embarcarse “y para entretener el ocio de una navegación larga y aburrida, se dedicó a traducir del inglés “Los Viajes del Joven Anacharsis””.
Últimos momentos de Mariano Moreno parece estar teatralmente compuesto. La escena que se deja ver, tras la cortina recogida, está acotada a un rústico camarote. Parecería ser la instantánea de una fotografía especialmente preparada, en la disposición de los personajes, para ser contemplada por el espectador.
No hay un solo gesto de más en cada uno de los personajes del óleo. Todo en ellos se encuentra contenido por la muerte. La mirada, el requerimiento y el llanto son los contenidos de este continente del óleo que es la muerte como radical finitud del hombre.
Querciola representó la muerte de Mariano Moreno no en el momento de las convulsiones, sino cuando este, ya extenuado, espera serenamente la muerte, en su cama del camarote de la nave “Fama”. Como una anticipación del porvenir, el nombre del navío presagiaba la interpretación que muchas corrientes historiográficas hicieron de su pensamiento y acción, convirtiéndolo en el hombre por antonomasia de la Revolución de Mayo, en quien, sin lugar a dudas, fue su intelectual más esclarecido y revolucionario.

