Edición impresa abril 2010
ESCUELA REPÚBLICA DE HONDURAS
Contra viento y marea
Por Víctor Pais
La Escuela República de Honduras no las lleva todas consigo. Un reciente asalto, informado en nuestro número pasado, amplió su variado menú de problemas. Lo funcionarios no resuelven ni ofrecen explicaciones por su inercia. Sólo dan testimonios padres de alumnos, docentes y autoridades escolares, quienes, a los ponchazos y con limitados recursos, le ponen el pecho a la adversidad.
En nuestro número pasado informamos, a través de una breve nota realizada sobre el cierre de la edición, que la Escuela República de Honduras, ubicada en Elcano 4861, había sufrido un asalto el 26 de febrero último y que, debido a las pesquisas policiales, el día de comienzo del ciclo lectivo no pudo abrir sus puertas.
También, la nota daba cuenta de la protesta que impulsó la cooperadora de la escuela ese mismo día, ante esas puertas cerradas, a la temprana hora en que suelen ingresar los alumnos. En esa concentración de padres se responsabilizaba a los funcionarios del Gobierno de la Ciudad por no haber tomado medidas preventivas, tal como lo habían solicitado formalmente las autoridades escolares, para garantizar la seguridad hasta tanto no hubiera una casera, puesto que se encuentra vacante desde hace dos años. Además, se les endilgaba a esos mismos funcionarios el no aportar soluciones rápidas y efectivas a ese y otros problemas que padece la institución, como la falta de gas y el deficiente mantenimiento edilicio.
Para más, después de publicado el número se supo que los asaltantes también se habían llevado las computadoras, con lo que ahora se generó la necesidad de reequipar la sala de informática, sobre todo considerando que se trata de una escuela que se especializa en TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) desde hace más de cinco años.
Adriana Silvia Marcé, vicedirectora, que estuvo a cargo de la dirección desde el 19 de febrero último, fecha en que comenzó a trabajar en la escuela, hasta el 10 de marzo, no esperaba encontrarse con este panorama. Con enojo, manifiesta a Tras Cartón: “Los funcionarios vienen ante una situación que se hace muy pública a través de los medios o de la queja muy directa de los padres, pero la forma de solución no es rápida porque es muy burocrática”. En las palabras de Andrea Diano, secretaria de la cooperadora, también hay indignación: “Desde que se fue la casera que estamos reclamando, porque sabíamos que iba a pasar esto del robo”.
Dentro de toda la gama de dificultades que afronta la escuela, entre ellas el desastroso estado de la vivienda destinada a la eventual casera, se logró concretar la impermeabilización de los techos del salón de actos y de tres aulas que estaban clausuradas por las filtraciones. Pero esto no se efectivizó por intervención gubernamental sino por obra y voluntad de la comunidad escolar: “Durante más de un año estuvimos reclamando para que se hiciera el arreglo como correspondía y nada. Entonces buscamos obtener fondos de donde fuera. Con el dinero que juntamos, así, a pulmón, en los festivales, y todo el dinero de mantenimiento de cooperadora arreglamos esa parte nada más”, señala Luján Balbi, maestra bibliotecaria que desde hace doce años trabaja en la escuela.
En cuanto atañe a la instalación de gas, hubo alegría cuando a fines del año pasado comenzaron las obras, pero con su interrupción en febrero volvió la desazón y la bronca: “La empresa ServiGas nos dijo que hasta que el Gobierno de la Ciudad no le pagara no iba a venir a la escuela a terminar la obra. Falta colocar las estufas y terminar de tapar agujeros y de arreglar todo para que quede en condiciones”, cuenta Elizabeth Reyes, vocal de la cooperadora.
La falta de gas, además de preanunciar un invierno duro, es la causa de que los alumnos se tengan que alimentar con viandas. Marcé apunta: “No se puede tener comida que se elabore en la escuela, que eso es mucho mejor para los chicos, porque se puede controlar más el condimento, la cantidad que se da, el descanso del personal que cocina, que si no se tiene que ir muy temprano a preparar al establecimiento del concesionario la comida, cosa que también produce todo un desgaste y un cansancio en todos que, en realidad, termina perjudicando el funcionamiento normal de la escuela”.
Son significativos algunos datos que surgen del testimonio de Balbi, quien, por su trayectoria en la escuela, puede ofrecer un cuadro comparativo entre el presente y un pasado reciente: “La población escolar no varió. Veinte alumnos por aula. No ha sufrido baja de matrícula. Hay entre 130 y 150 alumnos. Lo que ha variado mucho es la cantidad de chicos que asisten al comedor: pasaron de 60 a 90 en los últimos años. Otro cambio es que el edificio era excelente, era una escuela que siempre estaba pintada y de una construcción muy sólida. Lo que pasa es que, en un momento, se decide hacer una obra de un gimnasio y se comienza a maltratar el edificio al dejarlo en manos de empresas constructoras que no respetan la calidad de material que deben usar y nunca se sabe cómo entran, si por acomodo o qué”.
Pero la docente mira sobre todo hacia delante: “La particularidad de esta escuela es esta movida que hemos podido hacer; de que todos, padres y docentes, vayamos a trabajar un sábado sin pensar en ninguna retribución. Cooperadora compra los materiales, se arreglan las sillas, participa todo el barrio, participa el presidente del Círculo La Paternal, que nos presta su lugar para hacer reuniones, nos presta material y nos donó juguetes para hacer rifas”.
También Diano, a partir de rememorar esa jornada de trabajo en la que “un abuelo soldó una cantidad impresionante de sillas y entre los docentes y los padres pintamos pizarrones, contratamos una volqueta y la llenamos de porquerías que había en la terraza para poder después hacer la impermeabilización”, remata con una sabia y edificante conclusión: “Es una manera de educar a nuestros hijos en que la escuela es un bien público que entre todos tenemos que construir y cuidar”.

