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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 24 de diciembre de  2025

Edición impresa abril 2010
EDITORIAL

Malvinizaciones

 

Por Víctor Pais
¿Por qué el gesto del 2 de abril de 1982 producido por Galtieri y sus secuaces generó un profundo estremecimiento popular? ¿Qué es lo que ponía en juego ese acto desesperado de una dictadura cuyo carácter genocida ya era un secreto a voces y que, tan sólo tres días atrás, había reprimido con saña una gran movilización obrera que repudiaba su política hambreadora?


Aquel archipiélago perdido en el Atlántico Sur, ¿qué importancia tenía en nuestra vida cotidiana? ¿Por qué su recuperación ordenada por quienes perseguían, torturaban y masacraban desató tantos sentimientos contenidos y encauzó la energía de muchísimos compatriotas en la dirección de sostener esa “aventura irresponsable”?
Hay que admitir que aquí el ”razonable” sentido común del “no te metás” se fue al carajo. La población que tanto tiempo permaneció ajena a toda manifestación política salió a la calle y protagonizó un hecho de dimensión ultrapolítica.
No podemos desconocer, es verdad, la superficialidad y eventualidad con que fue asumido por muchos, como si el conflicto que se nos venía encima fuera comparable con un partido de fútbol. Total, no eran ellos quienes iban a combatir. Tal contenido, precisamente, era el que querían imprimirle Galtieri y su entorno a la iniciativa, soñando con recrear entre la dictadura y el pueblo, para obtener consenso y perpetuarse en el poder, el “idilio” de las jornadas mundialistas de junio de 1978. Pero esa peligrosa estupidez constituye la perspectiva distorsionada de una justa, valiente, necesaria y vital reivindicación fáctica de nuestra nacionalidad oprimida, que iba mucho más allá de la mera recuperación de un pedazo de tierra.
Digámoslo claramente: enfrentarse a Inglaterra suponía mucho más que defender nuestros derechos soberanos en Malvinas. Un cúmulo de relaciones de sometimiento se ponían en tensión y en cuestión, ya que no eran pocos los intereses del capital inglés en la Argentina, particularmente en la Patagonia. Y del entuerto que se desató ya no se salía igual: avanzábamos o retrocedíamos. Ocurrió, como ya sabemos, lo segundo.
Ciertamente, los vastos sectores populares que, de buena fe, se sumaron a la gesta estaban poseídos por una gran dosis de ingenuidad cuando pensaban que con esa dirección la guerra podía llegar a buen puerto; pero no estaba escrito en ninguna parte que, al calor de la experiencia, esa ingenuidad no pudiera trocar en ingeniosidad y lucidez, y que ese mismo pueblo no fuera capaz de advertir la falsa vocación patriótica de los uniformados que gobernaban el país para, en consecuencia, arrasar con ellos y con su juego cínico. Por eso, lejos estuvo de expresar un punto de vista superador la conducta de mucha intelectualidad “correcta” y de dirigentes partidarios que, por su naturaleza cipaya y no por su supuesta vocación antidictatorial, trabajaron para el fracaso de la lucha desde el vamos.
A veintiocho años de aquel abril de 1982, malvinizar la Nación de manera efectiva y no retórica, con medidas concretas contra el capital inglés es lo que nos debemos como argentinos. Entonces sí podremos hablar no sólo del Bicentenario de la Revolución sino también de la Revolución del Bicentenario, como hace poco leímos, no sin asombro, en un letrero de un acto gubernamental.

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