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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 24 de diciembre de  2025

Edición impresa febrero 2010
EDITORIAL

Plataformas

Por Víctor Pais
“No hay manera de hablar de deuda ilegítima”, señala la presidenta Cristina Kirchner y define a rajatabla de qué lado se encuentra en esta encrucijada de la historia nacional marcada por el avance de capitales extranjeros y locales sin escrúpulos que, a veces de manera conjunta y a veces procurando aventajarse entre sí, recurren a las más deleznables operatorias para apoderarse de recursos del Estado.

El cinismo resulta un gesto inevitable en el que deben incurrir los gobiernos que pretenden hacer pasar por populares medidas que, por donde se las mire, son todo lo contrario. De ahí la insistencia en el cinismo por parte de los K, manifestada ahora en la pretensión de hacernos creer que la deuda no es ilegítima, que por lo tanto hay que pagarla, y que este criterio, además de ser el más razonable desde el punto de vista de la “buena inserción” de la Argentina en el mundo, va a tener efectos saludables para la economía doméstica. Y como corolario el verso que siempre acostumbran a refregarnos acerca de que, si crece la economía, automáticamente crecemos todos.
El Congreso, ahora con su sesgo pretendidamente opositor, es absolutamente funcional a este objetivo, pues la gran mayoría de sus miembros acuerdan con la frase de la presidenta arriba citada y, en todo caso, discuten, por un lado, de dónde debe salir el dinero –si a través de más endeudamiento o recortando directamente el gasto público (siempre, en última instancia, será de nuestro bolsillo)– y, por otro, acerca de cuáles son los mecanismos institucionales más apropiados para ejecutar los pagos.
Cinco años atrás, con gesto ampuloso, Néstor Kirchner cancelaba una deuda de diez millones de dólares con el Fondo Monetario Internacional, la cual había sido generada de un modo absolutamente fraudulento por ese organismo con la complicidad de nuestros gobernantes durante los años de la llamada “convertibilidad”. Diez millones de dólares que en lugar de volver al bolsillo de los millones que lo produjeron a costa de sus energías y su sudor fueron a engordar las arcas de los usureros. “Como en tantos otros temas, mientras se incrementan las penurias del pueblo, este gobierno procura que confundamos gato con liebre, y nos quiere hacer pasar lo que es entreguismo y miserabilidad por honorable patriotismo”, decía pocos meses después el editorial del suplemento Contrarresto, producido por el Equipo de Estudio sobre la Deuda Externa de La Paternal y que aparecía junto con esta publicación. Ahora, en 2010, los K otra vez entonan el mismo estribillo para justificar su manotazo al Banco Central, pero no advierten, o no quieren advertir, que cada vez son menos creíbles.
A los capitales monopólicos no hay manera de controlarlos, frenarlos ni regularlos en el marco de la negociación y del buen entendimiento. Son por naturaleza voraces y la única convivencia posible con ellos se da en términos de sometimiento, con todo lo que eso implica de miseria, dolor y postergación para millones y millones de personas que sólo cuentan para subsistir con su fuerza de trabajo. Dado que, entonces, el sistema por el cual se rigen los capitales monopólicos tiene en los perversos mecanismos de endeudamiento de las naciones oprimidas como la nuestra uno de sus pilares fundamentales, mientras éste siga en pie será difícil, prácticamente improbable, avizorar el día en que aquellos desaparezcan definitivamente para dejar de ensombrecer nuestro horizonte.
 Sí: ensombrecen nuestro horizonte, y no en el sentido que lo hace la fresca sombra de un frondoso árbol que tanto aprecia el fatigado caminante, sino en el peor de los sentidos. Por eso, cuando sólo faltan tres meses para que se cumpla el bicentenario de la Revolución de Mayo, nos resulta aborrecible advertir cómo, muy cómodos en sus poltronas, los figurones del oficialismo y de toda esa oposición que no quiere romper, sino por el contrario, sacarle nuevo brillo a las cadenas que atan la Argentina a los monopolios se llenan la boca hablando de su celebración, a través de un mensaje donde queda, por lógica, diluido lo esencial del acontecimiento conmemorado: que se trata del bicentenario de una revolución, y de una revolución con un programa que no pudo ser llevado hasta las últimas consecuencias, con muchas reivindicaciones que aún hoy podrían contribuir a superar muchas lacras de la sociedad en que vivimos.
Creemos, por lo tanto, que la celebración del bicentenario tiene que ser abordada desde la perspectiva de recuperar su verdadero sentido, y esto, entre otras cosas, supone asumir como plataforma la necesidad imperiosa de luchar para que se concrete a la mayor brevedad posible el cese del pago de la deuda externa hasta tanto se investigue qué es lo que realmente corresponde pagar, si es que corresponde algo, como lo ordena un fallo de la Justicia de hace más de diez años que la mayoría de los profesionales de la política ha preferido ignorar. Un punto de partida prácticamente inverso al que propone nuestra benemérita presidenta pero que nos pone en profunda sintonía con la ideología de los hombres más avanzados de aquel mayo tan lejano en el tiempo y tan cercano en cuanto a las circunstancias y las tensiones por las que estuvo atravesado.

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