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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 24 de diciembre de  2025

Edición impresa noviembre 2010

EDITORIAL

Agendas

 

Por Víctor Pais

Néstor Kirchner se va con la década que, en términos de política doméstica, estuvo signada por su figura.

En 2009 falleció Raúl Alfonsín, otro ex presidente. Su muerte, si bien impactó a la sociedad, fue más fácil de digerir, probablemente porque la influencia del caudillo radical ya se encontraba ceñida sólo a la vida interna de su partido y por su edad avanzada y su ostensible enfermedad. De más está decir que no es el caso del santacruceño que, si bien había culminado su mandato en 2007, de hecho era parte fundamental del gobierno que encabeza su esposa y tanto su actividad política como el peso de sus decisiones eran de gran relevancia. A lo que hay que agregar que apenas tenía 60 años.
Desde este periódico hemos mantenido una línea editorial opositora al proyecto impulsado por el ex presidente recientemente fallecido, porque más allá de las autovaloraciones declamadas, nunca creímos que en él se expresaran contenidos que representaran de un modo genuino las necesidades de los sectores populares en su conjunto.
Sería necio, de todos modos, desconocer que buena parte de nuestro pueblo ha encontrado un referente y se siente contenida por el proyecto kirchnerista, así como no se puede dejar de reconocer que esa muestra popular de dolor y de agradecimiento que tuvo lugar en su ceremonia fúnebre no la obtendrán ni un Menem ni un De la Rúa cuando les toque irse de este mundo. Y esta diferencia radica en que el ex presidente supo leer que, después de la crisis de 2001, después de la gran revuelta en la que desembocó esa crisis y con la que tambalearon todas las instituciones que rigen nuestro sistema político, ya no se podía seguir gobernando de la misma manera. Era necesario cambiar.
Para muchos, Kirchner recuperó viejas banderas del peronismo histórico porque confundieron el enfrentamiento con el heterogéneo y mal llamado “campo” con las antiguas querellas que Perón sostuvo con la vieja oligarquía de mitad del siglo XX, encarnada principalmente en una Sociedad Rural bastante distinta de la actual; para otros, en cambio, Kirchner revitalizó (e incluso superó) a ese mismo peronismo histórico porque supo conquistar a una parte significativa de las capas medias preocupadas por la memoria de los desaparecidos, los monopolios mediáticos y los derechos igualitarios.
Indiscutiblemente, para todos aquellos que aborrecemos la situación de impunidad en la que todavía se encuentran tantos asesinos de la última dictadura, Kirchner jugó un papel positivo en la derogación de las leyes de obediencia debida y punto final; así también valoramos la consiguiente habilitación y el apoyo de su gobierno para llevar adelante los juicios contra los implicados en tan aberrantes hechos. Pero su política en torno a los derechos humanos ha tenido un carácter sesgado. Frecuentes episodios de represión contra trabajadores y movimientos sociales a manos de policías provinciales, en algunos casos con trágicos resultados, no fueron objeto de clara condena. Amenazas y procesamientos a dirigentes de diversas luchas reivindicativas son también parte de la herencia que nos deja.
Nos recordarán –y es cierto– la facilitación de mecanismos para impulsar nuevamente las discusiones salariales, congeladas en la década anterior; la contención de amplias franjas de los sectores más vulnerables de la población a través de planes de asistencia (una acción concreta iniciada, valga decirlo, por el gobierno de Eduardo Duhalde); la mejora de los haberes jubilatorios; la creación de la Unasur y la reivindicación de un latinoamericanismo inédito para sus contemporáneos.
Pero en el mismo paquete vienen la continuidad del modelo agroexportador dependiente y subordinado a un mercado internacional cambiante y dinámico, con nuevos y viejos actores (aunque muchos militantes kirchneristas se empeñen en ver sólo a los viejos); el pago de una deuda externa ilegítima y usuraria (pago, simplemente pago, no desendeudamiento); el incremento de la concentración y extranjerización de la tierra y del saqueo de los recursos naturales; el ajuste inflacionario; la continuidad de la precarización laboral y de un modelo sindical excluyente, que niega la democracia en nombre de una supuestamente necesaria unidad de los trabajadores (¿necesaria para qué, para quién?), alejado de las bases y tolerante con la explotación y la injusticia social; una continuidad de la cual el asesinato del joven militante de izquierda Mariano Ferreyra es su consecuencia más palpable y más siniestra.
Sí. Mariano Ferreyra. Néstor Kirchner. Dos muertes muy distintas dejaron sus marcas en el pasado octubre. No es tiempo de apurar balances y proclamas, sino de pensar: las dos, a su manera, abren la agenda del pasado y del futuro.

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