Edición impresa octubre 2010
PARA MERCEDES SIMONE
Veinte años no es nada

Por Roberto Selles
Mercedes Celia Simone, “La Negra” o “La Dama del Tango” o, como la llamaron en Brasil, “El Alma Cancionera de América”, era una cantante diferente; sorprendió con su registro grave –en una época de voces femeninas agudas–, pero también con su color y caudal de voz, su comunicatividad, su delicada mesura y su exacta afinación.
También sorprendió con su belleza, como para que su presencia no desentonara con sus demás cualidades.El 2 de octubre de 1990 ponía el acorde final al tango de su vida la inmensa Mercedes Simone. Hace veinte años, según los cómputos del tiempo. Aunque, en realidad, sigue estando entre nosotros y sigue cantando para nosotros; sus discos no nos dejan mentir.
Había nacido en la bonaerense Villa Elisa el 21 de abril de 1904. Fueron sus padres José Simone y Matilde Suárez. “Me eduqué en un colegio de monjas –recordó alguna vez– donde tomé el canto como una de las actividades naturales que se desarrollaban allí”. Es que el canto era para ella, precisamente, una actividad natural.
Después, llegó la adolescencia. Hubo, por supuesto, estudios de corte y confección –como se estilaba– y luego su paso, como encuadernadora, por la Imprenta Benavídez, donde dos años más tarde se empleó Pablo Rodríguez, que, como ella, cantaba y tocaba la guitarra. Flecha de Cupido mediante, ambos terminaron ante el altar.
Y vinieron los hijos, Dora Matilde y Oscar Alberto. Pero entre la mayor y el menor, tuvo lugar una gira del dúo Rodríguez-Longo, y Mercedes viajó con ellos, llevando a su pequeña hija. En Bahía Blanca, Longo enfermó repentinamente y Pablo le propuso a Mercedes reemplazarlo. Nació así el dúo Rodríguez-Simone, que terminó por convertirse en Mercedes Simone, acompañada por las guitarras de Pablo Rodríguez y Reinaldo Baudino.
Como solista debutó el 12 de octubre de 1926 en el café El Nacional, continuó en teatros y cines capitalinos y se inició en la radiofonía (Nacional). En 1927, fue oída en el Chantecler por Rosita Quiroga, que, impactada por su voz y en uno de sus acostumbrados actos de generosidad, la llevó a grabar en la RCA Victor. Registró su disco inicial (Estampa rea y El morito) el 15 de diciembre de ese mismo año. A lo largo de su carrera, completaría su maravillosa discografía en Odeón, la Victor mexicana, TK, H&R y algunas grabaciones realizadas en Colombia.
Ya era famosa cuando decidió tomar lecciones de canto. Ella misma lo develó: “Después de ser ‘Mercedes Simone’, de ganarme un nombre, me di cuenta de lo que necesitaba. Hacia 1934 acudí al barítono lírico Aldo Rossi. Con el tiempo noté una mejoría, obviamente. Permanecí con él durante varios años”. He aquí una prueba de la responsabilidad profesional de nuestra homenajeada; ella, como también lo hizo Gardel, no dudó en tomar clases para perfeccionar su voz, a pesar de tratarse, en ambos casos, de las cumbres del canto tanguero.
La magnitud de su voz relegó a la compositora y letrista que había en ella. De todos modos, nos dejó un clásico, Cantando. Otros tangos de su autoría son Incertidumbre, Inocencia, Oiga, agente, Tu llegada, Gracias a Dios, Zapatos blancos y Te quedás pa’ vestir santos. También le pertenecen el triste Angustias y el vals Ríe, payaso, ríe. Colaboró, asimismo, con su esposo en obras de las que no han quedado partituras impresas o manuscritas de ellas, según nos refirió su hija.
El cine plasmó su figura y su voz en Tango (nuestro primer largometraje sonoro, 1933), Sombras porteñas (1935), La Vuelta de Rocha (1937), Ambición (1939), La otra y yo (1949) y solamente su voz en La Parda Flora (1951), donde puso canto a la mímica de Amelia Bence. y La simuladora (1955) y Pecadora (1956), en las que dobló el canto de Olga Zubarry.
En 1967, luego de haber recorrido América hasta México y haber abierto su propia tanguería, Cantando, en Cangallo 1185, se despidió de su público en el popular espacio televisivo Sábados Circulares, que conducía Nicolás “Pipo” Mancera. Dos años más tarde, se la homenajeó en la Academia Porteña del Lunfardo; en marzo de 1990, la Asociación Mexicana de Estudios Fonográficos rescataba algunas versiones poco conocidas de su discografía en el larga duración Mercedes Simone, la Primera Dama del Tango, y el siguiente 29 de junio se la nombraba académica de honor de la recién fundada Academia Nacional del Tango.
Fue el último de los merecidos homenajes que se le rindieron en vida; el siguiente 2 de octubre –el año, recordemos, era 1990–, se marchaba para siempre. Pero nos dejaba, en la magia del disco, la belleza de su voz inconmensurable. Esa voz que Mercedes anduvo regalándonos a lo largo de su vida y que ahora, que no la tenemos, sigue empecinada en no dejar de acompañarnos. Felizmente.

