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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 24 de diciembre de  2025

Edición impresa julio 2010

EDITORIAL

Nacionalismos

 

Por Víctor Pais

Si la Argentina sufriera una guerra por defender su soberanía territorial –y tenemos una experiencia de la que aún no se cumplieron tres décadas de ocurrida– el sentimiento nacional se expresaría inmediatamente de manera masiva para repudiar al país invasor y organizar la defensa.

Las especulaciones acerca de si tendría sentido tal conducta no pasarían de ser objeto de una minoría que, seguramente, se cuidaría mucho de hacer público su punto de vista para no quedar expuesta a ser señalada como cómplice del país enemigo.
Tal como está organizado el mundo de hoy, con su conglomerado de países oprimidos (como el nuestro) y países opresores, y también con las manipulaciones promovidas por los segundos para generar o alimentar discordias, divisiones y enfrentamientos entre los primeros, la expresión colectiva del sentimiento nacional puede revestir diversos y hasta contrapuestos significados políticos.
Volvamos a ejemplificar con nuestra historia reciente. Hicimos en el primer párrafo referencia implícita a la guerra de Malvinas. Todo argentino de mediana edad para arriba recordará que poco antes de desatarse tal conflicto bélico estuvimos a punto de encontrarnos involucrados en una guerra con Chile. Llegaron, incluso, a producirse movimiento de tropas y alguna escaramuza. Para tal caso, casi habría representado una anécdota cuál de los dos países hubiera penetrado primero en el territorio del otro. La extensa frontera común y los fuertes intereses de las superpotencias que estaban detrás de uno y de otro les hubieran dado a ambos contendientes de esa guerra fratricida el doble carácter de agresores y agredidos.
Lo vivimos recientemente: en los festejos del Bicentenario y más cerca aún con el mundial de fútbol. El sentimiento nacional continúa vigente como una fuerza latente, vigorosa y concreta en nuestro pueblo. Y es su presencia un factor indispensable para la tarea de liberarnos de nuestra condición de nación oprimida. Pero no alcanza por sí solo: el sentimiento nacional desvinculado del compromiso con un proyecto de sociedad en la que todos puedan comer, trabajar con dignidad y disponer de la opción real de estudiar y capacitarse sólo sirve, en el mejor de los casos, para celebrar los triunfos o lamentar las derrotas de una selección de fútbol. Y eso en el mejor de los casos. En tanto no logre ser capitalizado por falsos profetas de la argentinidad, como lo fueron los dictadores que se entronizaron entre 1976 y 1983, y como lo fueron y lo son los gobernantes que, amparados por el glamour constitucionalista todos y hasta “progresista” algunos, han sido, desde 1983 en adelante, gerenciadores y agentes tanto de la continuidad y la intensificación del saqueo de nuestras riquezas naturales como de negocios espurios, manejos financieros y mecanismos de usura que limitan severamente nuestra potencialidad productiva.

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