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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 24 de diciembre de  2025

Edición impresa julio 2010

NUESTRO LIBRO DEL MES: LA EDUCACIÓN PÚBLICA. DEL MUNICIPIO A LA NACIÓN (1857-1886)

La ciudad desde las aulas


 

Por Vanesa Kandel

En consonancia con la nota dedicada a la educación que publicamos en la sección “La ciudad y el bicentenario” de este número, incluimos aquí una reseña de La educación pública. Del Municipio a la Nación (1857-1886), una excelente publicación de la Dirección General de Patrimonio e Instituto Histórico, organismo dependiente del Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, realizada en 2009.

Elaborada por un equipo de investigadores dirigido por Estela Pagani, la obra reúne de modo organizado un conjunto de documentos de gestión administrativa pertenecientes a un período clave en la conformación del sistema educativo local. En la mayoría de los casos, se trata de transcripciones (que respetan la grafía original); en otros, de digitalizaciones de los propios documentos.
Además del prólogo y de tres textos introductorios escritos por los responsables del proyecto, el volumen consta de tres secciones en las cuales se presentan los documentos clasificados. Con espíritu didáctico, cada una comienza con una guía de lectura y una síntesis de los principales temas registrados en los materiales; sus títulos son: “Contenidos y actividades pedagógicas en el ámbito escolar”, “Financiamiento, administración y expansión de la educación pública” e “Infraestructura educativa, alumnos y maestros”.
El mérito principal de este trabajo reside en su valor testimonial y en su cuidada presentación. A través de la lectura directa de los documentos, pero ayudados (y mucho) por los títulos que los preceden y las guías y síntesis mencionadas en el párrafo anterior, los lectores de hoy –habituados en general a otros códigos culturales y lingüísticos– podemos conocer las acciones llevadas a cabo por el gobierno municipal (denominado en los textos “Corporación Municipal”) en materia de educación primaria en un tramo importante de la segunda mitad del siglo XIX; y, desde luego, podemos también enterarnos de las preocupaciones y prioridades de la clase dirigente, de las características de la población escolar y los cuerpos docentes, de los problemas y los debates pedagógicos de la época (¿cómo enseñar?, ¿qué materiales usar?, ¿cómo premiar a los alumnos sobresalientes?, etc.), y de la vinculación entre las instituciones públicas y los habitantes de la ciudad.
En el segundo de los textos introductorios, “El Estado de la Ciudad de Buenos Aires”, se apuntan algunos datos que vale la pena repasar para adentrarse luego en la lectura de los documentos. Citamos: “En 1854, el estado autónomo de la provincia de Buenos Aires dictó, junto con la Constitución, la Ley de Municipalidades donde se establecían, por primera vez, las características que debía asumir el Estado de la Ciudad. Como órgano ejecutivo se instauraba una Corporación Municipal integrada por 21 municipales y un vicepresidente, mientras que el cargo de presidente quedaba reservado para el ministro de gobierno de la provincia”. Seguimos leyendo y descubrimos que, en las primeras elecciones de autoridades realizadas en marzo de 1856, entre los elegidos por la Parroquia Catedral (recordemos que entonces no había “barrios” sino “parroquias”) se hallaba Domingo Faustino Sarmiento. Y más adelante encontramos referencias significativas sobre la población porteña de aquellos años, que “ya rondaba las 91.000 personas” aunque, según se aclara, “esa cantidad se multiplicó rápidamente a causa de las oleadas inmigratorias: mientras en 1869 la Ciudad alcanzaba los 187.346 habitantes, en 1887 ese número ascendía a 407.900 porteños”. 
En el siguiente apartado, titulado “La educación pública en la Ciudad”, se explicita el marco político en el cual se inserta el primitivo sistema de educación pública de Buenos Aires y se subraya que sus características “se encuentran, en parte, determinadas por las disposiciones, leyes y reglamentos dictados con el objetivo de restituir y consolidar la presencia de los establecimientos de enseñanza pública, notoriamente debilitada durante el gobierno de Rosas”. En esta sección se consigna, asimismo, que a partir de su sanción en octubre de 1854 la Ley de Municipalidades encargó a estas dependencias “el mantenimiento (financiamiento) y la vigilancia de la instrucción pública”; que en febrero del siguiente año “el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Pastor Obligado, creó el Consejo de Instrucción Pública bajo la presidencia del rector de la Universidad”, y que exactamente el 7 de junio de 1856 “Sarmiento asumió el cargo de jefe del Departamento General de Escuelas, con la función de fomentar la educación pública en toda la provincia”, cargo que ejerció hasta su renuncia en 1862. En relación con los cambios de políticas y autoridades, el texto recupera otros dos hitos importantes en la evolución del sistema educativo porteño: en primer lugar, la sanción de la Ley de Educación de la provincia de Buenos Aires en 1875, la cual “definió nuevas autoridades educativas junto con la creación de un Consejo Escolar”, dispuso que “la administración local y el gobierno inmediato de las escuelas comunes estuvieran a cargo de consejos electivos de vecinos pertenecientes a cada distrito en los que se dividió la provincia”, y estableció la educación común, gratuita y obligatoria, antecedente directo de la hoy conocida Ley de Educación Común N° 1420, dictada por el gobierno nacional en 1884. El segundo hito se vincula con la federalización de la ciudad, hecho ocurrido el 20 de septiembre de 1880 y en virtud del cual las escuelas ubicadas dentro de su jurisdicción pasaron a depender del Estado nacional.
En cuanto al corpus central del libro, es decir, el archivo documental, creemos que si bien su primer destinatario “natural” es seguramente el investigador en educación, los documentos contienen informaciones y comentarios que pueden atraer la curiosidad de públicos más amplios. Por ejemplo, en el “Informe sobre día de examen. Parroquia Catedral al Norte” sus autores señalan, como prueba de “su imparcialidad y justicia en la repartición de premios”, que “el primero y unico premio de oro, lo ha adjudicado a un niño de color hijo de una morena planchadora y qe a mas de este hai dos morenitos mas tambien premiados a pesar qe los niños de color son minoria en dicha escuela” [se respeta la grafía original]. Y puesto que este documento hace referencia a un “premio”, es interesante conocer qué se premiaba en los escolares de aquella época y en qué orden de prioridades: 1) “la buena conducta”, 2) “la instrucción religiosa”, 3) “la lectura correcta”, 4) “la gramática del idioma nacional”, 5) “la escritura” y 6) “la aritmética practica” [grafía original]. ¿Y cuáles eran los premios? Según consta en los documentos, en un principio se otorgaban “medallas” (de oro o plata), pero en diciembre de 1864 las autoridades propusieron reemplazarlas por libros, y lo hicieron con estos argumentos: “El Concejo de Instruccion Pública teniendo en consideracion la importancia moral de repartir entre los niños, con motivo de la proxima distribucion de premios, como estímulo á la aplicacion, objetos útiles, y que por su índole no hagan nacer en su ánimo ideas de vanidad, ni tampoco los induzcan á confundir el valor de un metal con el verdadero premio al mérito; ha juzgado conveniente sustituir á la medalla el libro. La primera hablaria en delante cuando mas á su memoria, mientras que el segundo, sin dejar de recordarle en todo tiempo un suceso honroso de sus primeros años, un inocente triunfo sobre sus compañeros, le proporciona al par de una satisfaccion grata esparcimiento y lecciones provechosas” [grafía original].
Por último, y a fin de ilustrarnos sobre la situación de los docentes, rescatamos unas líneas de la “Solicitud de aumento salarial por parte de los maestros”, suscripta en 1860 por doce preceptores (así se denominaba a los responsables de grado), en la cual los firmantes piden a las autoridades municipales una actualización de sus ingresos por considerarlos retrasados en relación con el costo de vida: “(...) hoy que los articulos de alimentos de primera necesidad han encarecido, advertimos un gran déficit en nuestra subsistencia y nos es imposible alimentarnos, ni presentarnos con aquella moderada decencia que demanda el puesto que ocupamos” [grafía original].

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