Edición impresa diciembre 2009
SUSANA UNDERWOOD, REFERENTE DEL CENTRO DE TERAPIA ASISTIDA CON ANIMALES DE LA FACULTAD DE CIENCIAS VETERINARIAS DE LA UBA
“Es importante trabajar con lo que la gente necesita”
Por Haydée Breslav
El pasado 5 de diciembre, miembros del Centro de Terapia Asistida con Animales (TACA) de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad de Buenos Aires (Chorroarín 280) iniciaron la puesta en práctica de un proyecto de trabajo con perros en el centro de día Senderos, de la ciudad bonaerense de Vicente López, dedicado a la atención de jóvenes con discapacidad. La actividad se suma a otras que el TACA viene desarrollando en distintas instituciones asistenciales, y que apuntan a objetivos terapéuticos o de mejoría en la calidad de vida. En procura de más información, entrevistamos a la doctora Susana Underwood, médica veterinaria, referente de TACA y titular de la Subsecretaría de Promoción para la Igualdad de Oportunidades, dependiente de la Secretaría de Extensión Universitaria de la referida casa de altos estudios.
-¿Cuándo se inició este tipo de prácticas?
–Esto empezó a funcionar de manera informal, con algunas experiencias aisladas, allá por el año 97, para formalizarse en el 2003 con la creación, dentro de la Secretaría de Extensión Universitaria, del Centro de Terapias Asistidas con Animales. Está coordinado por un veterinario, el doctor Jorge Puente, y cuenta con un equipo integrado por una licenciada en Terapia Ocupacional, un veterinario que tiene a su cargo el área de comportamiento animal, una entrenadora de perros, un entrenador de caballos y varios voluntarios, en general alumnos de la Facultad o personas que han asistido a los cursos de terapia con animales que aquí se dictan.
–¿En qué consisten las tareas que cumplen y a quién están destinadas?
–Las prácticas pueden ser de dos tipos: unas son las terapias asistidas con animales y otras las actividades asistidas con animales. Cuando hablamos de las primeras, nos referimos al procedimiento que tiene un objetivo en particular para un paciente en particular, y donde se sigue un protocolo que establece una serie de acciones destinadas a una finalidad terapéutica. Una persona que presenta una dificultad de movilidad como secuela de un accidente, por ejemplo, podría, para mejorar el movimiento del brazo, hacer determinado tipo de ejercicio con un caballo, como cepillarlo. Y en el caso de las actividades asistidas con animales ya no hay un objetivo terapéutico: se trata, más que nada, de cuestiones emocionales –que en las terapias también están presentes, por supuesto–; pero las actividades ya no tienen que ver con un tratamiento sino con encontrar un espacio donde la persona pueda sentirse mejor. Muchas veces, quienes presentan algún tipo de dificultad son cuidados por alguien; lo que se busca aquí, en cambio, es una actividad donde sean ellos quienes cuidan y hacen algo por otro, como ocuparse del perro o darle la comida al caballo. Una de las cosas buenas que tienen, tanto las terapias como las actividades con animales, es que uno se vincula con otro ser vivo, con todo lo que ello implica.
–¿A qué patologías están orientadas las terapias?
–Es un abanico muy amplio: puede haber desde dificultades motoras hasta problemas de aprendizaje, e incluso hemos tenido experiencias con niños y jóvenes con autismo y otros trastornos emocionales. Cada caso se trata en particular; si viene un niño con autismo, por ejemplo, se conversa con el profesional que lo atiende y con la familia, y se busca el animal más adecuado a la circunstancia: no hay un ejemplar asignado a esto, y otro a aquello, sino que se eligen caso por caso. Para nosotros es muy importante que haya un profesional o una institución que traten al paciente, porque no estamos habilitados para indicar a ese paciente lo que debe hacer. No se trata de que una mamá pueda venir y decirnos “necesito que le hagan esto a mi chiquito”.
–¿De cuántos animales se dispone?
–La cifra es variable, porque depende de algunas características particulares: en lo que hace a caballos, la Facultad tiene varios ejemplares que destina específicamente a estas tareas, pero en estos momentos los que más están trabajando son cinco o seis; otros están en preparación, y eso lleva un tiempo considerable. Por eso es tan importante contar en el equipo con un entrenador de caballos, y quiero destacar la labor del nuestro, Santiago Buiatti. No cualquier equino puede participar en los trabajos y se requiere un entrenamiento determinado porque se trata de un animal grande, y tiene que ser dócil y muy previsible para que la persona pueda sentirse segura y confiada. La idea es que ambos, animal y persona, sientan bienestar. El caso de los perros es diferente: no podríamos tenerlos encerrados en la Facultad, porque para que tengan un estado de bienestar deben estar en casas y vivir con una familia. La cantidad depende entonces de los voluntarios que haya: cada uno tiene uno o dos perros, y se los va llamando de acuerdo con las tareas que se presentan.
–Parecería que se tiene muy en cuenta el bienestar de los animales…
–Es muy importante que el animal tenga un estado de bienestar, porque sólo así puede interactuar adecuadamente con una persona. No es el caso de una máquina, con la cual, aun si marcha más o menos, quizás se pueda hacer igual el ejercicio. Si bien el trabajo que realiza es bastante relajado, se lo interrumpe no bien el animal empieza a mostrar señales de cansancio.
–¿Qué tareas está cumpliendo el Centro en estos momentos?
–Hace poco empezamos a desarrollar con el Instituto de Rehabilitación Psicofísica (REP) un proyecto de trabajo con caballos, orientado específicamente a la rehabilitación de pacientes que han sufrido accidentes cardiovasculares. Las cosas son distintas en el hospital Tornú, porque allí se está colaborando con la Unidad de Cuidados Paliativos: estamos hablando de pacientes que están transitando el último tramo de sus vidas, y el objetivo es que pueda ser, de alguna manera, un poco más llevadero. Se trabaja con perros y un equipo de varios voluntarios concurre junto con la entrenadora todos los miércoles por la tarde; la tarea es muy dura, porque puede darse el caso de que en la siguiente visita el paciente ya no esté. Sin embargo, la primera etapa resultó positiva en cuanto a ciertas mediciones de parámetros de bienestar que se hicieron.
–¿Trabajan con otras instituciones del barrio?
–De entre los distintos proyectos de voluntariado que tiene la Facultad, uno tiene que ver con ocuparse de los gatos de los residentes del Hogar de Ancianos General San Martín. En ese lugar hay una gran cantidad de felinos: algunos reconocen dueño y otros no. Lo que se hizo entonces fue concurrir al Hogar y comenzar a prestar una especie de atención primaria de esos gatos; el proyecto prevé también, en una nueva etapa, organizar alguna actividad destinada a las personas que allí residen, que no sería necesariamente terapéutica, sino que apuntaría a los vínculos que esas personas establecen con sus animales. En estos hogares los residentes están muchas veces solos y reciben pocas visitas, si es que las reciben; entonces, su único vínculo de afecto es con un animal, y por eso es tan importante que ese animal esté en buen estado.
–¿Cómo se originan los distintos proyectos?
–Te voy a contar cómo se generó el que vamos a realizar en Vicente López. La gente del centro de día, que nos conocía, se acercó a preguntarnos si podría hacerse algún proyecto de trabajo con animales: nos sentamos, pensamos, discutimos mucho y charlamos más; nos reunimos también con Nora Chiesa, la entrenadora de perros. Finalmente, se elaboró un proyecto que resultó seleccionado por el Ministerio de Educación de la Nación en su convocatoria anual a proyectos de voluntariado universitario en todo el país, y en consecuencia será financiado. Muchas de las cosas que hacemos tienen que ver con lo que la comunidad nos plantea: es importante trabajar con lo que la gente necesita, y no con lo que nosotros creemos que necesita. Por eso sugerimos que los que tengan ideas o propuestas relacionadas con nuestra tarea se acerquen a la Facultad, donde pueden hablar directamente conmigo.
–¿Cuál sería un ejemplo de proyecto surgido de la iniciativa vecinal?
–Esto no tiene que ver con terapia con animales, pero es parte de los voluntariados de la Facultad: hace ya varios años, se apersonaron varios vecinos del barrio Los Piletones y contaron que tenían en las calles una gran cantidad de perros que no estaban en buen estado de salud. La Facultad confeccionó entonces un proyecto de voluntariado para la atención primaria de esos animales, que contemplaba la concurrencia al lugar una vez por mes; al principio, se disponía de un espacio muy reducido, pero ahora se puede trabajar mejor porque los vecinos construyeron un par de consultorios. La gente del barrio comenta que desde que va la Facultad, como ellos dicen, hay menos perros sarnosos en la calle, lo cual ya es un cambio.
–¿Este tipo de tareas cuenta siempre con la supervisión de un veterinario?
–Nosotros creemos que en todas partes en que se trabaja con animales debe haber veterinarios. Desde hace bastante estamos trabajando con otras universidades –como la del Litoral, la de Rosario y la Católica de Córdoba– para que las terapias y las actividades asistidas con animales se realicen de modo responsable y sin vulnerar a la gente –tanto en su estado de salud como en su buena fe– ni, por supuesto, a los animales. No es cuestión de que cualquiera tenga cualquier animal y haga lo que se le ocurre, de buena voluntad no más, porque puede terminar generando más problemas que beneficios, y sin hablar de los pícaros que se aprovechan de la buena fe de la gente prometiendo milagros. Es por eso que estamos haciendo gestiones, tanto a nivel de la Legislatura de la Ciudad como del Congreso de la Nación, para poder obtener un marco legal que regule este tipo de tareas.