Vocaciones
Dicen vino y saben que sólo se trata de agua coloreada. Prometen pan pero no tienen previsto ni siquiera conformarnos con migajas. En medio de la sangría que provocan quieren endulzar nuestros oídos con discursos rimbombantes y acallar nuestras conciencias con mucho fútbol en directo por la caja boba. Profundizan su pelea con algunas corporaciones y lo vociferan para que nos deslumbremos con tanta “combatividad” antimonopólica y, a la vez, calladamente, recomponen y ajustan los vínculos con otras tan o aun más perniciosas para los intereses nacionales. Así son los K. Hábiles para leer la orfandad política de gran parte del pueblo y actuar con velocidad.
¿Y qué leen? Que en las elecciones fueron derrotados más por la bronca que por candidatos opositores que, salvo algunas excepciones muy regionalizadas, bastante poco enamoran, y que, en aras de la “santa” gobernabilidad y de la inconfesable convicción de que en este contexto de crisis severa que avanza no tienen nada cualitativamente distinto para ofrecer, por lo menos, por ahora, actúan como si fueran los vencidos.
¿Habrá encontrado el Gobierno nacional la causa de la estrepitosa caída de su popularidad en la hostilidad mediática, y, en consecuencia, con inteligencia científica y sin desánimo, decide retomar la iniciativa golpeando a los grupos que encarnan esa conducta a través de la tan promocionada Ley de Servicios Audiovisuales? ¿Será el incremento de la pobreza y el hambre en los grandes conglomerados urbanos un invento de la televisión? ¿Será el ahogo de los productores agropecuarios y el de los pueblos cuya economía está vinculada a la actividad rural un caprichoso solipsismo aprovechado con perversidad por la gran prensa?
El Gobierno sabe que los grandes medios hacen su juego. Y sabe que, si bien no los controla a todos, ha recibido bastante oxígeno por parte de ellos en la dura tarea de restablecer la quebrada institucionalidad de este Estado oligárquico y de continuar garantizando los negocios de los pocos que se enriquecen a costa de los muchos. Ahora entra en puja con un sector concentrado como el grupo Clarín, después de haberle agradecido sus servicios con el otorgamiento de largas prórrogas a sus licencias. Entonces, vemos cómo se apedrean entre ellos y se refriegan las mutuas miserias por la cara.
Somos periodistas y por lo tanto somos conscientes de la necesidad de superar la vetusta Ley de Radiodifusión sancionada por la dictadura y empeorada por los gobiernos constitucionales que la sucedieron. No podemos dejar de aprobar la discusión. Pero tampoco podemos dejar de manifestar que si esta discusión no se enmarca en una verdadera vocación antimonopólica (que proyecte, entre otras cosas, recuperar la gran cantidad de riquezas enajenadas que hay en el país), el instrumento legal comenzará a renguear apenas salga de las puertas del Congreso y habremos asistido al espectáculo de una nueva trampa.
Ilustración: María Lea Steirensis