Crónica de una vacunación inconclusa
- Por Haydée Breslav
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Con lluvia, viento y frío, el otoño se anticipaba en la mañana del miércoles último, fecha que me había sido asignada por el Gobierno de la Ciudad para recibir la primera dosis de la vacuna Sputnik V.
El aviso había llegado telefónicamente en la mañana del domingo previo: la cita había sido fijada en la sede del club Comunicaciones de la avenida San Martín 5125 a las 9:15. Esa cita fue confirmada después a través de un correo electrónico.
Llegados al lugar, donde no advertimos aglomeraciones, trepé, con la ayuda de Silvia, por la rampa pintada de amarillo. Los asistentes, identificados con camperas del Gobierno de la Ciudad, notaron mis dificultades motrices, agravadas por un año de reclusión forzosa, y se apresuraron a ofrecerme una silla de ruedas. Y después de tomarnos la temperatura a Silvia, a Víctor y a mí, y mientras ella hacía los trámites correspondientes -muy sencillos por otra parte- y él iba a estacionar el auto, una voluntaria llamada María Florencia se ocupó de conducirme hasta la sala de vacunación, mientras disipaba, a fuerza de buen humor y de empatía, las dudas y temores que yo no trataba de disimular.
Porque, lo confieso, me sentía nerviosa e insegura. Tengo formación científica y el médico me había aconsejado vacunarme, pero todo un año signado por el miedo, la incertidumbre y la sensación de impotencia no había transcurrido en vano. Y acabo de nombrar a tres de los principales factores determinantes de las épocas oscuras en la historia del pensamiento humano.
No me es posible seguir esta crónica sin detenerme en ese año de encierro y desazón, sin sonrisas (ocultas por los barbijos) pero no sin lágrimas, pues quien más quien menos todos tenemos algún pariente, amigo o conocido que no pudo con el maldito virus. Así, abrumados por los alarmantes números de víctimas y zarandeados por los contradictorios mensajes oficiales, los viejos nos sumimos en un aislamiento que empezó por prudencia, siguió por temor y terminó instalándose por inercia.
Esa inercia se vio sacudida con la vehemencia de una bofetada por la ironía de un cuadro hecho al revés, como en el tango de Luis Rubinstein. Me refiero, claro está, al escándalo del vacunatorio VIP, donde ciertos funcionarios decidieron que la vida de un ex presidente, de otros funcionarios de mayor o menor cuantía, de burócratas sindicales y de sus respectivas familias, es más valiosa que la de cualquier ciudadano. Los pobres burócratas que tomaron esas decisiones debieron haberse sentido dioses al ejercer esta versión vernácula de darwinismo social, sintetizada y justificada por un cómico de la legua que sostuvo que “hay que privilegiar a los más jóvenes porque los viejos ya vivieron”.
Por su parte, el defensor de la Tercera Edad, Eugenio Semino, opinó que “los jóvenes que pusieron heroicamente su brazo a la luz del día o en la penumbra de la noche, que siguen siendo funcionarios insólitamente, firmaron la condena de muerte para un adulto mayor cada vez que lo hicieron”. Advirtió también que “hay 54.000 argentinos muertos, de los cuales el 83% son adultos mayores”, y que “además hay 3.500 personas en terapia intensiva y el 90% son adultos mayores”.
Pero dejemos estas tristes reflexiones y volvamos al club Comunicaciones donde, después de recorrer un camino exterior, María Florencia me hizo ingresar al salón de fiestas, acondicionado como vacunatorio. Según pudimos saber, el lugar funciona desde fines de febrero último pero no de modo ininterrumpido sino intermitente, en función de la disponibilidad de vacunas, cuyo aprovisionamiento y distribución, como se sabe, corresponden al Gobierno nacional. El horario de atención es de 8 a 16 y se vacuna a aproximadamente 450 personas por día.
Ya en el puesto de vacunación, la enfermera Gladys procedió con amabilidad y profesionalismo, previo interrogatorio sobre antecedentes de reacciones alérgicas graves. También recomendó tomar paracetamol en caso de fiebre.
Después de la aplicación, debí esperar treinta minutos en un sector habilitado a esos efectos para pacientes y acompañantes. Allí tuve oportunidad de dialogar con un médico, quien explicó que su función consistía, principalmente, en contestar las dudas de los pacientes y en el manejo clínico en el caso de que alguno sufriera complicaciones o se descompensara, y contó que, afortunadamente, “todo estuvo muy controlado” y “no hubo ninguna complicación”.
Y aclaró: “Prevenimos las complicaciones; si un paciente tuvo un edema de glotis o antecedentes de complicación respiratoria de cualquier tipo de alergia, no estrictamente de vacunas, reprogramamos el turno para que se vacune en un centro hospitalario”.
A su vez, Gladys, que forma parte de un equipo que trabaja en el área programática del hospital Tornú, destacó “lo significativo que resulta para los adultos mayores el hecho de recibir la vacuna que, dicen, es un paso hacia la libertad después de haber estado un año encerrados”, y señaló que “transmiten la emoción que sienten”. Entre las experiencias más conmovedoras, contó el caso de dos hermanas de edad avanzada cuya familia no fue a verlas por temor a exponerlas a un posible contagio. “Toda esa problemática a una la sensibiliza”, expresó.
Cumplida la media hora, fue un joven llamado Matías quien me condujo hacia la salida. Había comenzado a llover con fuerza y nos instaló a Silvia y a mí en una carpa cercana al portón, donde ya se encontraban otros pacientes. Matías se hizo cargo entonces de localizar a cada uno de los vehículos que debían trasladar a los que allí esperaban y de posibilitarles que estacionaran frente al portón y junto a la vereda.
En estos tiempos de tanto maltrato a los viejos, es importante destacar la corrección y el respeto puestos de manifiesto por los trabajadores del vacunatorio, quienes en ningún momento asumieron una actitud desconsiderada ni condescendiente.
Preciso es referir también que el sábado siguiente recibí una llamada de un médico del hospital Tornú, quien me preguntó si había tenido alguna complicación, a lo que contesté que los dos días anteriores había sufrido dolores musculares y articulares.
Todos los pacientes recibieron su correspondiente carnet de vacunación, en cuya parte impresa consta que “para lograr la máxima protección se debe completar el esquema de dos dosis”; en mi ejemplar consignaron que la próxima vacunación tendrá lugar a partir del 7 de abril.
Sin embargo, la escasez de vacunas, por todos conocida, no permite asegurar que ese plazo se cumpla. “En realidad tenemos solo un puñado de vacunas”, señaló Semino, quien predijo que “vamos a escuchar nuevamente lo de la vacuna light, lo de una sola dosis”.
El defensor de la Tercera Edad mencionó también la existencia de un apartheid etario, donde “alguien llegado a determinada edad pasa a ser una cosa distinta de la que fue toda la vida y ni tan siquiera se lo tiene relacionado al valor vida, parece un simple descarte social”.
Vienen entonces a la memoria los versos de Raúl Gustavo Aguirre: “No importa ser un objeto más o menos clasificable despreciable por los que deciden, / no importa ser superado, masacrado, tergiversado, desmentido / con todo eso se hace la verdad”.