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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 28 de octubre de  2025

Septiembre 2011

A MÁS DE SESENTA AÑOS DE LA APARICIÓN DE MISTERIOSA BUENOS AIRES

Una obra que ya es leyenda

Por Miguel Ruffo

Misteriosa Buenos Aires se nos presenta como una excelente realización de cuentos cuyas historias, en las que se mezclan la realidad con la ficción, nos hablan de la Buenos Aires de ayer. Aquí, una reseña de varios de los cuentos que integran este libro liminar para quienes amamos la ciudad.

 

En 1951, ManuelMujica Láinez publicaba su primera edición de Misteriosa Buenos Aires, un conjunto de cuarenta y dos cuentos cuyo común denominador es la ciudad de Buenos Aires, en la que transcurren otras tantas historias, desde su primera fundación por Pedro de Mendoza en 1536 hasta principios del siglo XX, cuando el antaño caserío se había vuelto la principal metrópoli sudamericana.

La serie se inicia con el cuento El hambre, situado en el año mencionado, cuyo título ya señala el estigma bajo el cual nació la ciudad del Plata. Pedro de Mendoza y sus hidalgos no venían a cultivar la tierra sino en busca de metales preciosos. El real fundado por don Pedro, cercado por los indios, se enfrentó al drama del hambre hasta tal punto que se llegó a la antropofagia. Entre los cantos guerreros de los indios, los espectros que asolaban la mente del enfermo fundador y el ajusticiamiento, mediante la horca, de tres españoles por haber dado muerte a un caballo, transcurre este primer cuento, cuyo protagonista, en una noche y aquejado por una situación rayana en el delirio, da muerte a un español, sin saber que era su propio hermano, para comer parte de su cuerpo, y al manifestársele la verdad atroz echa a correr hacia la hoguera de los indios.

El primer poeta transcurre un año después y refleja el contraste entre el primer canto poético de Buenos Aires, que es un canto de amargura, y la realidad de una microsociedad que se ve inundada de mercancías (vestidos, telas, zapatos, etc.) que la arribada forzosa de la nave del genovés León Pancaldo vuelcan sobre el diminuto caserío. Y Buenos Aires, que no había sido conquistada por los indios, fue conquistada por los mercaderes, lo que suena a una especie de precognición sobre el destino que tendría la ciudad puerto.

En 1541, Buenos Aires es despoblada, sus moradores se trasladan a Asunción, que ofrecía mayores ventajas para la búsqueda de la Sierra de la Plata, y el cuento La sirena nos presenta la contraposición entre el llamado de la tierra americana y el único y excluyente sueño metálico del conquistador. Las sirenas forman parte de la mitología griega, pero Mujica Láinez se vale de ellas para presentar al espíritu del río y más extensamente de la tierra que, con su canto de amor, trata de seducir al mascarón de proa de una nave española, confundiéndolo con un ser dotado de vida, para finalmente zozobrar ambos hundiéndose en el río, en el marco de un grito lastimero.

La fundadora nos presenta a la única mujer que, embarcada en la carabela San Cristóbal de la Buena Ventura, acompañó a Juan de Garay y sus sesenta expedicionarios para fundar nuevamente Buenos Aires en 1580. Esa mujer se llamaba Ana Díaz y asistió a la ceremonia de fundación de la ciudad. En el rito fundacional, minuciosamente descrito, se plantaba un rollo o árbol de la justicia, se cortaban hierbas y tiraban mandobles, y todo se hacía en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¿Cómo habrán sido las jornadas de Ana Díaz, considerando que fue la única mujer, privilegio que perdería con el arribo de los fundadores que, desde Santa Fe, bajaban por tierra hacia la nueva Buenos Aires? El cuento atisba algunas respuestas y siempre rescata, frente a la diversidad de situaciones, que Ana sonríe, y que esa sonrisa no la pierde al “perder su privilegio”.

El espejo desordenado, ya ambientado por 1643, nos presenta a Simón del Rey. Tres características reunía este personaje, capaces de sublevar el alma castellana: era portugués, judío y financista. La acción transcurre poco después de la separación de Portugal respecto de España. Los portugueses residentes en Buenos Aires debían presentarse ante las autoridades y desarmarse. Simón del Rey, acosado por la infidelidad de su esposa y por su negativa a admitir su condición de portugués, va a ser requerido por funcionarios de la colonia que acuden a su propio domicilio y, tras un altercado en que uno de estos últimos es herido, se lo conducirá detenido. Y mientras su esposa y el amante huyen a Chile, Simón del Rey quedará prisionero de los tribunales y la burocracia. El espejo, como una especie de reloj, había anticipado su destino aciago por la rotura de aquel al arrojarle un Cristo.

El imaginero, que transcurre a fines del siglo XVII, nos presenta la historia de Miguel Couto, también con ascendencia portuguesa y judía, que había conocido el peso de la condena del Tribunal de la Inquisición de Lima. Era imaginero; es decir, producía imágenes religiosas en una época en que la Iglesia era la principal comitente artística. Tiene una criada llamada Rosario, a la que un día obliga a desnudarse para realizar una talla. La pobre Rosario cree que se trata de una representación de Eva. Pero Miguel Couto, obsesionado por el recuerdo de las insistentes preguntas de los dominicos del Tribunal de la Inquisición acerca del alma, sólo piensa que su talla es la representación de una perdida a la que debe insuflarle el alma para que cobre vida. Y Rosario deberá pagar con su vida la locura del imaginero que terminará provocando accidentalmente un incendio, mientras se funde en un solo yo con la estatua.

El embrujo del rey nos ubica en la época de Carlos II, el Hechizado. Desde Buenos Aires, un enano de la corte que ha emigrado le remite al monarca un brebaje de las Indias para liberarlo del embrujo (que abruma tanto a Carlos como a sus reinos), mientras solicita a los bufones de la corte que le gestionen una recompensa por su servicio.

La ciudad encantada oscila entre la epopeya y la grandeza de la España que conquista y coloniza el territorio americano en el siglo XVI y la España burocrática y somnolienta que lo administra en el siglo XVII. El primer momento está aludido por la búsqueda de la ciudad de los césares y sus fabulosas riquezas; el segundo, por la rutina oficinesca de la Real Hacienda y la contabilización de los ingresos aportados por las vaquerías realizadas en los campos ubicados al sur de la ciudad, donde don Bruno cree que se localiza la mítica ciudad.

El ilustre amor nos ubica en los funerales realizados en honor del virrey Pedro Melo de Portugal y Villena (1795-1797) y la ficticia historia de Magdalena, una solterona para la época, que acompaña al cortejo inundada por el llanto. ¿Qué le pasará a Magdalena? Es la pregunta que se hacen sus hermanas, todas ellas casadas, y surge así la idea de que fue la amante del virrey. Magdalena volverá a encerrarse en su casa, pero ya no será la mujer sin amor, sino la amante secreta del virrey. La protagonista de un ilustre amor.

La casa cerrada transcurre en la época de la segunda invasión inglesa; en el “barrio” de Santo Domingo, en una casa cerrada ubicada en la entonces calle que llevaba el nombre de la iglesia y que hoy conocemos como Defensa. La casa cerrada estaba habitada por una madre y dos bellas hijas que permanecían siempre encerradas en la casa, cuyas ventanas nunca se abrían. A esa casa llega la lucha contra los ingleses: un miembro del tercio de Galicia penetra en ella y en la búsqueda de ingleses, en una sala de los interiores, se encuentra con un ser deforme y monstruoso. Era el hermano de las jóvenes enclaustradas. El miliciano resuelve matarlo. Cree liberar a las mujeres. Despierta el alarido desgarrador de la madre, pero está convencido de que había arrancado las puertas de esa casa.

El vagamundo, que transcurre en la época de Rosas, nos presenta el arquetipo del “judío errante”. En la Edad Media el pueblo judío fue pensado como el pueblo deicida: el pueblo que había asesinado a Dios. Y el judío sobre el que pesaba tamaño acontecimiento debía vagar eternamente por el mundo corporizando la maldición que Yahveh había pronunciado contra Caín.

Un granadero presenta la historia del indio Tamay, que había servido como granadero en el ejército de San Martín. La acción transcurre en 1850, cuando fallece el Libertador. Tamay no puede creer en su muerte ante la indiferencia de la sociedad. ¿Cómo es posible que no repiquen las campanas, que no se escuchen los cañonazos? ¿Será posible que Juan Manuel de Rosas, que siempre habla de San Martín en la legislatura, no haya dispuesto honras especiales? En una pulpería gritará “¡Viva el general San Martín!”, mientras los parroquianos contestarán “¡Viva el Restaurador de las Leyes!”. Y cuando se lo lleven a prisión, al escuchar el repique de campanas y el clarín, se cuadrará como corresponde a un granadero.

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