Agosto 2011
EDITORIAL
Jugadas
Por Víctor Pais

Como el jugador de fútbol de un equipo asediado, que aguanta el cero a cero sin una clara estrategia. Como ese jugador que patea la pelota a cualquier parte, lo más lejos posible, a la espera impaciente del pitazo final del referí. Así podría interpretarse la actitud de muchos de los porteños que votaron a Macri para prolongar cuatro años más su estadía en la jefatura de Gobierno de la Ciudad.
No han pensado en la gestión que viene realizando el Pro. No han puesto en la balanza aciertos y deficiencias. Menos han intentado un análisis político de la situación y una evaluación de cuál es el proyecto más apropiado para mejorar sus condiciones de vida. El voto ha sido instintivo. Un mecanismo de defensa como el del animal que se encrespa, ruge y muestra sus garras ante la mínima señal de peligro.
Y de eso se trataba: cualquier cosa antes que el cristinismo coloque a sus declarados lugartenientes en el Palacio Municipal. Cualquier cosa antes que el unicato K. Preferible este tilingo que la juega de bonachón para seguir haciendo sus negocios con la caja de la ciudad y apuntalar sus aspiraciones de presidenciable para el 2015 antes que aumentar el poder de un Gobierno nacional con mucha más capacidad e impunidad para robar en gran escala y ahogar a las fuerzas productivas, y al que, por otra parte, hay que soportarle el relato donde se pinta como todo lo contrario de lo que hace.
Con mucha hipocresía proceden los voceros del kirchnerismo cuando, desde el pedestal de sabiduría progresista al que por cuenta propia se subieron, lamentan la inclinación derechista de los porteños. Parece que ahora no les resulta conveniente recordar que, hace tan sólo diez años, esta ciudad fue la principal protagonista de la rebelión contra el estado de sitio impuesto por De la Rúa. Menos se les ocurre reflexionar sobre las decisiones electorales de nuestros compatriotas provincianos que se encuentran, por obra de sus votos, bajo la égida de gobernadores que, alineados con el “modelo nac&pop”, se comportan como verdaderos señores feudales y ante los cuales Macri, con todo su perfil conservador, puede pasar aún por republicano y demócrata.
No hay lugar a dudas. Era, la del balotaje, una opción poco feliz. Los intereses de la ciudadanía ya no tenían arte ni parte en esa coyuntura. Y el porteño, jugador mal entrenado y mal dirigido pero con un tosco instinto de supervivencia, votó a Macri: pateó a cualquier parte para aguantar el cero a cero hasta el pitazo final del referí. El problema es que, así como en el fútbol todas las semanas hay partido, la política tampoco se detiene, y a la larga –y a veces a la corta– es muy malo no tener en ella juego propio.

