Edición impresa julio 2011
EDITORIAL
Experiencias

Por Víctor Pais
“(…) lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de la realidad (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de las escalas y categorías de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de ‘estado límite’. Para empezar, la sensación de lo maravilloso presupone una fe”.
Extraído del prólogo de El reino de este mundo, de Alejo Carpentier
Con las inminentes elecciones porteñas tendremos la novedad de que quedarán constituidos los gobiernos comunales. Su entrada en funciones, de acuerdo a un calendario que se ajusta estrictamente al de la institucionalidad mayor del distrito, se hará efectiva en diciembre de este año.
La mayoría de las fuerzas involucradas en el impulso de esta nueva modalidad administrativa ha decidido sustentar su legitimidad a través del aparato político preexistente. La apuesta a la participación vecinal ha tenido un carácter más declamatorio que operativo. Sin embargo, tal vez no sea esta la razón principal del poco enamoramiento que han suscitado las comunas en el grueso de la ciudadanía, sino la percepción que esa ciudadanía tiene de ellas como algo vago, ajeno a sus necesidades primarias y circunscripto a los intereses de los políticos (que suelen verse como espurios).
Bueno es recordar que, pese a las mejores intenciones de quienes, desde el movimiento comunero, consideran al proceso de descentralización que estamos viviendo como una gran oportunidad para desplegar las banderas de la democracia participativa, esta última, en el curso de muchas décadas, ha tenido su máxima expresión ciudadana al margen de dicho proceso, en el marco de la experiencia asamblearia que atravesó a casi todos los barrios porteños en los meses posteriores al estallido social de diciembre de 2001.
De todos modos, el hecho de que pongamos énfasis en el recuerdo de esos acontecimientos no significa que desestimemos el entusiasmo y las razones de aquellos que, desde una verdadera vocación democrática y transformadora, quieren aprovechar los pequeños haces de luces que se filtran por las hendijas de la férrea institucionalidad de un sistema que no se caracteriza precisamente por promover la participación popular. Sólo que, en ese afán, no deben olvidar dónde es necesario abrevar para dar cauce y potencialidad a sus más sanos objetivos, pues, diciéndolo con palabras del escritor cubano Alejo Carpentier, “a fuerza de querer suscitar lo maravilloso a todo trance, los taumaturgos se hacen burócratas”.
La lucha por una nueva institucionalidad en el marco de las leyes que se conquistan y las manifestaciones de rebeldía popular que buscan romper sin miramientos las redes de la opresión deben alimentarse una de otra de manera constante. Es la única manera en que la primera no devenga en puro formulismo y puja por los cargos y que las segundas no se agoten en el desánimo y la frustración. Entonces sí, la sociedad muy probablemente sea capaz de suscitar con una fuerza inusitada en lo más profundo de sus entrañas aquello que Carpentier nombra y define como lo maravilloso.

