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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 28 de octubre de  2025

Edición impresa junio 2011 

EDITORIAL 

Democracias

Por Víctor Pais 

El torbellino electoral que recorre el país se aproxima raudamente a la ciudad. En las conversaciones de los porteños repiquetean los apellidos de los candidatos. Parece nomás que predomina la lógica de que hay que votar a uno o a otro. Es el sacrosanto mandato de una constitucionalidad que se precia de democrática.

Para más, en esta oportunidad está incluida la novedad de la descentralización en comunas y, por lo tanto, hay que elegir a quienes serán los integrantes de las juntas que las gobernarán. La ciudad, como vemos, redobla su apuesta como nunca y vuelve a rendirle loas al sufragio universal. ¿Pero la democracia que nos venden es acaso la democracia que necesitamos? ¿No merece abrirse un debate en torno a la legitimidad de cómo se construye el consenso con el que se gobierna la ciudad?

Un punto de partida para indagar en lo que proponen estas preguntas lo constituye otro interrogante: ¿Qué pasa con esa masa de millones de personas procedentes del conurbano bonaerense que duplica y a veces hasta triplica en número a la población con residencia en el distrito porteño? Gran parte de esa masa, por una cuestión tan básica como lo es el hecho de que en la ciudad se encuentra su fuente de trabajo, la visita con una frecuencia diaria y permanece muchas horas dentro de sus límites. Otros tantos lo hacen para valerse de los recursos del sistema público de salud porteño porque presumen o experimentan que es más confiable que el que ofrecen sus municipios. Y así, si nos proponemos buscarlos, podemos encontrar otros muchos y variados motivos que llevan a tantas otras personas domiciliadas más allá de la General Paz a deambular muy seguido por las calles de la ciudad. ¿No tiene acaso derecho esa masa de incidir de algún modo en la organización política de la urbe en la que deja jirones de su vida?

La pregunta, sin duda, nos lleva a un lugar incómodo y a la necesidad de debatir no sólo sobre la legitimidad de las formas sino sobre la propia sustancia sobre la cual se aplican esas formas. Porque nos pone por delante de nuestras narices la enorme magnitud del caos en que vivimos. Y abordar con honestidad el problema de la superación de ese caos nos obliga en primera instancia a pensar tanto a la ciudad y a los municipios del conurbano tal como los configura la tendencia que prevalece en la realidad social: como un área metropolitana que requiere de un plan que la considere un sistema urbano único y no como el rompecabezas de feudos inconexos que pretende cristalizar el vetusto sistema político administrativo que nos rige.

Una segunda instancia a la que somos llevados inmediatamente, en cuanto ubicamos nuestra reflexión dentro de la perspectiva de la construcción de un verdadero proyecto de Nación, la dispara el despropósito demográfico que representa que el 35% de la población total del país viva hacinado en un territorio –el referido área metropolitana– que ocupa la milésima parte de la superficie de la Argentina. A esta deformidad estructural, los gobiernos que hasta ahora supimos conseguir, salvo tibias excepciones ya lejanas en el tiempo, no han procurado corregirla. Menos atacar sus causas, entre las que despuntan el negocio que hacen unos pocos grupos con el comercio exterior y la renta terrateniente. He aquí el otro gran factor que hunde a millones de habitantes de esta macrociudad de los márgenes del Plata en el convulsionado mar del colapso ambiental.

Como dice un documento recientemente emitido por el espacio queremos buenos aires, alternativa para el Área Metropolitana en emergencia, la nuestra es “una ciudad en emergencia, en grave riesgo, que enferma, discapacita, excluye, que hace perder miles de horas hombre en su traslado diario, que irrita y produce inseguridad y que es en esencia desigual e injusta respecto a la calidad de vida de sus habitantes”. Cómo influirá la situación descripta en el resultado de las elecciones del próximo 10 de julio es algo que todavía está por verse. Pero para la clase de democracia que necesitamos los porteños y los contínuos frecuentadores de esta urbe, todavía habrá que trabajar mucho por otros aconteceres.

 

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