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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 28 de octubre de  2025

Edición impresa mayo 2011

EN EL BICENTENARIO DEL EMPLAZAMIENTO DE SU PRIMITIVA ARQUITECTURA

La Pirámide de Mayo

Por Miguel Ruffo

Uno de los monumentos más emblemáticos de nuestra ciudad y de nuestra nación. La tradición escultórica en la que se inscribió, su dimensión simbólica, el momento de su inauguración y su moderna metamorfosis.

El 25 de mayo de 1811, en ocasión del primer aniversario de la Revolución, se inauguró en la Plaza de la Victoria la Pirámide de Mayo con el objeto de conmemorar el acontecimiento liberador. Nos estamos refiriendo a la primitiva pirámide, distinta de la actual, y que hoy se encuentra en el interior de la misma.
En marzo de 1811, la Junta solicitó al Cabildo arbitrar los medios necesarios para celebrar la Revolución. En el cuerpo capitular se decidió levantar en el medio de la plaza una pirámide figurada con jeroglíficos relativos de la celebridad. Se resolvió construirla con materiales duraderos (ladrillos) y sus artífices fueron Francisco Cañete y Gaspar Hernández.
Debemos señalar, en primer término, que desde el punto de vista tipológico no se trata de una pirámide sino de un obelisco. ¿Y qué es un obelisco? Dice la Gran Enciclopedia Universal Espasa Calpe: “Monumento formado por un pilar muy alto, de cuatro caras iguales un poco convergentes, y terminado por una punta piramidal muy achatada. Es característico del arte del antiguo Egipto, donde aparece cubierto de inscripciones jeroglíficas y representaciones del faraón. Su función parece relacionada con los cultos solares. Los más sobresalientes pertenecen a la XVIII dinastía”.
El estilo de la pirámide es neoegipcio napoleónico. ¿Cómo explicar que se haya optado por este estilo escultórico? No nos asombremos. Una de las dimensiones de las campañas napoleónicas –contexto ineludible de la Revolución de Mayo– estuvo dada por el redescubrimiento del arte del antiguo Egipto. El sol de mayo, dimensión simbólica del sol de los Incas, encontraba en la pirámide-obelisco una escultura que lo convocaba y actualizaba. Pero si esto es válido desde un punto de vista general, en una dimensión más específica dice Jorge López Anaya: “La pirámide, en su diseño, era similar a la Aguja de Santo Domingo de Nápoles. No puede descartarse alguna influencia de los monumentos análogos existentes en esa época en Roma (Piazza del Popolo) y en otras ciudades europeas”.
Según afirmaciones de Julio Payró, “es posible que Cañete se haya inspirado en esos antecedentes, que pudo conocer a través de la documentación que poseía el arquitecto Tomás Toribio, quien fue su protector y quizá su maestro”. Estos paralelismos entre la pirámide y los obeliscos romanos no excluyen la influencia del antiguo Egipto, porque estos últimos reconocían en la tierra de los faraones su origen.
Juan Manuel Beruti, en sus Memorias curiosas, recuerda así el 25 de mayo de 1811: “En este mismo [24 de mayo] se construyó la gran pirámide que decora la Plaza Mayor de esta capital y recuerda los triunfos a la posteridad de esta ciudad, la que se principió a levantar sus cimientos el 6 de abril último; pero aunque no está adornada con los jeroglíficos, enrejado y adorno que debe de tener por la cortedad del tiempo que ha mediado, sin embargo a los cuatro frentes provisionalmente se le puso una décima en verso, alusiva a la obra y victorias que habían ganado las valerosas tropas de esta inmortal ciudad, y las que esperaban ganar en defensa de la patria, su libertad, y de las banderas que juraron defender; las que de todos los cuerpos se pusieron al efecto, cuyas banderas y estandartes estuvieron adornando dicha obra los cuatro días de las funciones, poniéndose desde las ocho de la mañana con sus correspondientes guardias por cada uno de sus cuerpos hasta las ocho de la noche que las retiraban a sus cuarteles; estando estas alumbradas para la vista del público, lo que era la noche por una porción de hachas de cera, que a sus cuatro frentes de la misma pirámide ardían”. En ese primer aniversario hubo iluminaciones urbanas, salvas de artillería, repiques de campanas, fuegos artificiales, músicas, arcos triunfales. Son los orígenes de las Fiestas Mayas que serían instituidas por la Asamblea del Año XIII. Las banderas a las que se refiere Beruti eran las de los Patricios, Arribeños, Pardos y Morenos y de otras milicias urbanas.
En 1883 Ángel Justiniano Carranza decía: “Hay una forma de monumento que viene de la antigüedad remota, que supone una forma rigurosamente geométrica, sin relación con la figura humana y sí con los principios más puros de la matemática y que, por singular coincidencia, fue producto de las más diversas civilizaciones. Se trata de la torre, el obelisco, el tótem, las pirámides. Acumulan en ellos, además de su simbología, una serie de circunstancias que iban desde las científicas y las emotivas, conmemorativas, de reconocimiento, etc. Lo curioso es que defienden la esencialidad arquitectónica a través del tiempo y es que en las nuevas etapas de la civilización, con ciudades tan distintas como las de aquella antigüedad, cada vez que se ha levantado un monumento similar a aquellos ha provocado una reacción no del todo favorable porque parecería que se tratara de formas arcaicas, anacrónicas para los nuevos conceptos y sentidos estéticos. Pero también es cierto que suelen vencer el rechazo y terminan por asimilarse a la ciudad como cosas que le son propias. Esto pasó con nuestro Obelisco”.
De esta forma rememoraba a la primitiva Pirámide de Mayo que fue modernizada en 1856, para darle un aspecto más imponente.

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