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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 28 de octubre de  2025

Edición impresa febrero 2011

ECOS DE LOS SUCESOS DEL PARQUE INDOAMERICANO: HABLA LUCIANO NARDULLI, “EL TANO”

"La necesidad de vivienda sigue existiendo"

 

Por Haydée Breslav

En su carácter de coordinador de la Corriente Clasista y Combativa en Villa Soldati, el histórico referente Luciano Nardulli, más conocido como “el Tano”, desempeñó un rol protagónico en la reciente ocupación del Parque Indoamericano, que motivó la presente entrevista. Presentamos los puntos más salientes de su relato, donde los dramáticos hechos se manifiestan con todo su vigor.


A eso de las 11 de la noche del 6 de diciembre, yo venía de una reunión en el barrio La Esperanza cuando me llama el compañero Diosnel Pérez, de la Villa 20, y me dice: “Tano, venite porque están ocupando tierras acá en el Indoamericano”; me encuentro con él y vemos un montón de lucecitas: estaban haciendo fogatas con yuyos. Y me dice: “Bueno, vamos a tener que ir a ayudar a la gente”.
Y con Diosnel, que está en el Frente Darío Santillán, nos fuimos metiendo porque se fue metiendo la gente; no nos quedó otra que jugar con todo, más allá de lo que dijo [Sergio] Schoklender en su momento; y esto es importante dejarlo en claro. Habló de un conflicto entre narcotraficantes, y yo quiero aclarar que el señor Schoklender no puede hablar de barras que están en la droga, porque él se ha nutrido de toda esa gente; al momento del conflicto yo mismo he visto entrar en su obrador tipos de la mafia, que son los que le prestan “seguridad”.
Fue la ocupación de tierras más importante en mis casi cincuenta años de militancia: eran miles y miles de personas que venían de alquilar en una villa, por 500 o 600 pesos, piezas de 4 x 4 en las que vivían familias enteras; hubo mujeres que ocuparon y no pudieron decirles nada a los maridos, que estaban trabajando de noche.
El día siguiente, en una franja de 200 metros, ya había muchos compañeros de la Corriente y, si bien éramos una fuerza importante, parecíamos un botoncito en medio de un océano. Empezamos a sacar asambleas con nuestros compañeros y con la gente que vino por las suyas, que era la mayoría –más allá de alguna instrumentación que pudo haber de inicio– y que participaba de nuestras reuniones, que eran de centenares de personas. Así nos fuimos instalando y, si bien no dirigimos la ocupación, estuvimos metidos en su centro, por posiciones políticas y por el hecho de consultar todas las actividades, negociaciones y decisiones con todos los compañeros y la gente que participaba, en un ejercicio de democracia directa.

La represión policial

A eso de las 4 de la tarde, empezaron a concentrarse sobre la avenida Escalada y donde termina la avenida Argentina, en la rotonda cercana a la Escuela Ramón Falcón, centenas de efectivos de fuerzas represivas, con la Federal de pecho amarillo por un lado, por el medio guardias de Infantería y, sobre la izquierda, la Policía Metropolitana. Los chicos se pusieron a juntar palos, troncos y todo lo que encontraban para impedir que entraran; yo me comunico con compañeros abogados, y vamos a encarar al jefe del operativo: cuando estábamos a unos 50 metros, empieza el despliegue represivo, que fue muy intenso, con muchos gases y balas de goma, hidrantes y demás.
Hubo resistencia, pero poco a poco la gente se fue retirando, y la única salida masiva estaba a la altura de las vías del ferrocarril; arriba está el puente, por donde pasa la calle Escalada. Cuando logramos llegar, nos apedrean y desde arriba otro contingente muy grande, constituido fundamentalmente por la Guardia de Infantería y la Metropolitana, empieza a tirarnos; y uno toma conciencia de que ya no es con balas de goma cuando a un costado encuentra un muchacho al que un proyectil le ha atravesado el muslo y sangra por los dos orificios. Pasa una pareja con una bebita en brazos, y escuchamos “le dieron a la nena”; al ratito, a un metro y medio de donde yo estaba, le pegan un tiro, también en el muslo, a una chica de unos 13 años.                
Todo fue muy rápido; a poco corre la voz de que le pegaron en la boca del estómago a [Bernardo] Salgueiro; lo llevaron entre cuatro o cinco, lo metieron en una casa y falleció camino al hospital. Y quiero destacar que todas las ambulancias estaban arriba, sobre la calle Escalada; abajo, sobre la villa y las vías, no había ninguna. El operativo del SAME, del que el doctor [Alberto] Crescenti dijo estar tan orgulloso, fue desplegado solamente para atender a los policías heridos por las pedradas con que los pibes contestaban a la represión; abajo no había más que la solidaridad de la gente.
Me llamó la atención el gran ensañamiento represivo, porque cuando el predio ya había sido desalojado y la gente estaba en la villa, la policía seguía tirando, incluso con balas de plomo. Y también me llamó la atención que, a cada impacto de bala, los pibes se lanzaran a pelear contra la infantería a pecho y a pedrada  limpios. Y mientras esto pasaba, a pocos metros de ahí la mataron a Rosmery Chura Puña.
Hubo muchos heridos y detenidos; una vecina me dijo “por Crónica TV vimos cómo lo lastimaban muy mal a mi sobrino”. Ríos, que así se llama, apareció en televisión con la cabeza ensangrentada, y lo tiraron contra un guardarraíl; se lo estuvo buscando en todas las comisarías, y al día siguiente apareció en un hospital de la provincia. Había estado en la 48; yo estuve ahí, con los abogados, y lo negaron. Y pese a la represión, los muertos y los heridos, la gente volvió a ocupar el predio.
El día 8, después de la represión, diputados de Nación y de Ciudad exhortaron al Gobierno metropolitano a sentarse con nosotros. Nos invitaron a la Jefatura de Gobierno, y yo propuse que viniesen ellos a Escalada y Cruz, donde funciona una oficina de la Unidad de Gestión e Integración Social. A media tarde, allí estaban funcionarios y legisladores; empezamos a discutir cuando aparece [Marcelo] Chancalay, un tipo que fue “dirigente vecinal” y tuvo que ver con el turismo en las villas, la prostitución infantil y muchas cosas más; en una actitud provocadora para romper la reunión, intenta agarrarlo a piñas a[l ex legislador Facundo] Di Filippo, que había sacado la ley para democratizar la villa. No la pudo romper, pero tampoco se avanzó mucho.

Ataque de barras bravas y patotas
 
Después de la segunda toma empezaron, no sé quiénes, a lotear las canchas de fútbol; nosotros recorrimos todo el parque y vimos cómo estaban fraccionadas, sin que hubiera nadie ocupándolas. Era como para que los “vecinos normales” dijeran “tenemos derecho al fútbol y a la recreación” y se usara el loteo como pretexto para el armado de una operación gangsteril y criminal que contó con las barras bravas de Boca y de Huracán y con la patota de Datarmini y Genta.
En las últimas horas de la tarde del jueves 9 empiezan a tirar con armas de fuego desde los edificios nuevos que están enfrente, sobre Castañares, y que son habitados por gendarmes y efectivos de Prefectura; después entran los “vecinos”. Les digo a los compañeros que están ahí que se mantengan todos juntos y que, si hay muchos problemas, atraviesen todo el parque y vengan adonde estamos nosotros. A los 10 minutos, en ese mismo lugar lo matan a Canaviri (Quispe); y si no mataron a más es porque hubo gente nuestra que frenó la agresión con lo que tenía a mano, si no, hubiera sido una matanza.
Mientras pasa esto lo llamo a Juan Carlos Alderete, le digo: “Negro, nos están matando”; él se comunica con [Sergio] Berni, la mano derecha de Alicia Kirchner, y le dice: “Se tienen que hacer cargo, hagan algo porque no vamos a permitir que nos maten a los compañeros, mañana te cortamos todo el país”.
A la noche siguiente llaman del Gobierno nacional. A Alderete le dicen: “Venite urgente, en media hora estate” y él dice: “Estoy en González Catán, voy a tardar lo menos dos horas”, y entonces lo pasan a buscar con un helicóptero. Yo estaba en el centro del parque, donde teníamos una cocina para todos los ocupantes, y sacamos una asamblea para llevar una propuesta, aclarando que no representábamos a toda la gente que estaba en el lugar.

La reunión en la Casa de Gobierno

En el medio estaba [Florencio] Randazzo; hacia la izquierda, Aníbal Fernández; después estaban Berni, un compañero nuestro, Diosnel y yo. Del otro lado, a la izquierda de Randazzo, estaba Macri; después [Horacio] Rodríguez Larreta y los ministros María Eugenia Vidal y [Guillermo] Montenegro. También estaban Marcelo Ramal, del Partido Obrero, y otros compañeros. Lo primero que digo es que no somos representativos de todos, que hay una situación de represión, que antes había sido policial y después encubierta a través de patotas con zonas liberadas, y que venimos a parar la mano esa y para ver qué solución se le da al problema de la vivienda.                                                                                                                                                                                       
“No podemos poner de vuelta a la Guardia de Infantería porque ya la gente le tiene idea”, dice Aníbal Fernández, y le digo yo: “Pongan a los pechos naranja sin armas, haciendo una valla entre los ‘vecinos’ y los ocupantes”. Entonces Macri dice: “Están locos, eso no se puede hacer, no pueden no tener armas”. “Pero si están armados y pasa un despelote esto va a ser una guerra, va a haber un montón de muertos”, le dice Aníbal Fernández, que con el Gobierno nacional hasta ese día la venía jugando de progre.
Fue una discusión intensa, y a eso de las tres de la mañana del sábado se pasó a cuarto intermedio; la reunión había empezado a las diez de la noche del viernes. Antes de irnos, proponemos que, además de las tres organizaciones que estábamos, participen compañeros de todas las otras, y si había algún delegado, traerlo también. Y a la mañana lo hicieron jugar al “Pitu” [Alejandro] Salvatierra.
Estuvimos esperando más de 40 minutos y, cuando entramos, en los lugares que habíamos ocupado por la noche ya estaba sentado ese hombre con los “delegados”, eran unas diez personas. Lo primero que dice es: “Acá estamos los que pusimos el pecho a las balas”; la verdad es que yo no lo había visto hasta que apareció en televisión.
Ahí se arregló que iban a poner a la Gendarmería y a ver la forma de hacer un censo, de lo que nos iban a avisar; lo hicieron sin avisarnos. Independientemente de eso, todo el mundo fue poniendo el centro en Macri, diciéndole que tenía que pedir perdón a la colectividad boliviana, que esto y que lo otro, hasta que se levantó y no apareció más.
Después se pasó a una conferencia de prensa, que fue cuando habló Salvatierra y pidió perdón a las capas medias por haber ocupado el parque; era un discurso para buscar votos que sirvieran a la candidatura de [Daniel] Filmus, porque él es parte de ese elenco.

El censo

En definitiva, al atardecer empezaron a caer la Gendarmería, que tomó posición sobre la calle Escalada, y la Prefectura, sobre Castañares. El Gobierno nacional se había comprometido a hacer el censo, que lo empieza en poco más de 24 horas, y el metropolitano a asegurar la alimentación y los servicios básicos. Las ambulancias estaban a seis cuadras y, de haber tenido una dentro del parque, un parto que se tuvo que resolver esa noche se hubiera resuelto en las mejores condiciones, y no fue así.
El censo se hizo al día siguiente, el más caluroso del año: no dejaban entrar ni salir a nadie, la alimentación era poca y el agua, que tenía que haber estado a las ocho de la mañana, llegó recién a eso de las seis de la tarde, cuando ya la gente estaba deshidratada e insolada.

Resuelven el desalojo

No recuerdo exactamente en qué momento aparecen las primeras ocupaciones en el Gran Buenos Aires, y como el problema ya afecta al Gobierno nacional, el discurso de Aníbal Fernández deja de ser progresista y, aunque sin xenofobia, se unifica con el de Macri. Y para el desalojo ambos gobiernos acordaron todo, no sólo el discurso.
Cuando deciden resolver el tema, inventan un papel que lo único que decía era que los que habían sido censados y firmaban tenían la oportunidad de inscribirse en un plan social que iba a aparecer en su momento; no decía en qué momento, ni qué plan, ni nada.                                                                                                                                                                                                   
Y ahí aparece Salvatierra jugando con todo, hablando de defender al gobierno de Cristina Kirchner, de que teníamos que levantar porque si no levantábamos le hacíamos el juego a la derecha de Macri y Duhalde, y aparte de eso iba a haber represión de parte de la Gendarmería. Se le cruza un compañero nuestro y le dice: “La Gendarmería depende del Gobierno nacional y popular que vos defendés; yo no estoy de acuerdo con que se firme algo que la gente no sabe lo que es y no se acordó en ninguna mesa de negociación; lo que hay que hacer es sentarse a discutir concretamente qué plan es, qué es lo que propone y recién después decidir si nos retiramos o no, si no, nosotros nos quedamos acá”. El compañero fue apedreado, una parte de la gente lo acompañó, pero otra parte creyó en el discurso de Salvatierra.                             
Con toda la gente que no firmaba, nos fuimos metiendo en la franja donde estábamos nosotros, y ahí se sacó una asamblea de más de 150 personas, que después llegaron a ser casi 200. Ahí resolvemos quedarnos y, así como hizo Salvatierra, que fue con los gendarmes carpa por carpa a decir que se retiraran, ir nosotros a decir que no firmaran y plantear que nos acompañaran en una resistencia pacífica. Y cuando salgo de la fila de los que estaban firmando, adonde me había metido a explicarles por qué no tenían que firmar, y que si lo hacían se fijaran en lo que decía, me encuentro con Carlos Chile, de la CTA, y le digo: “Nosotros vamos a resistir”.

La retirada

Cuando estoy llegando al lugar donde estábamos nosotros, veo que ya nos habían rodeado los gendarmes, que les prendían fuego a las carpas de aquellas personas que empezaban a retirarse. Los paramos, hablamos con el jefe del operativo y le dijimos que nos íbamos a retirar, no porque quisiéramos, sino porque nos estaban expulsando ellos. Y les dijimos: “Ustedes son tan morochos como los que estamos acá; esta gente podrían ser ustedes, o sus familiares; a la Gendarmería se supone que la hicieron para defender la frontera, y acá la única frontera defendida es la que está entre los ricos y los pobres”.
Previo a eso, a los compañeros extranjeros que venían siendo hostigados por la xenofobia y el racismo, les decimos que hay una parte del Himno Nacional que los oligarcas la sacaron, pero que existe; se la recitamos para que vieran que no solamente la bandera argentina los cobijaba; nuestro himno, ignorado por mucha gente, también los tenía en cuenta. Y después de haber parado a los gendarmes y de haberles dicho lo que les dijimos, nos fuimos retirando cantando todo el Himno, con mucha bronca, la frente alta y sabiendo que habíamos sido derrotados, pero que no fuimos aplastados.
Porque la necesidad de vivienda sigue existiendo, y más allá de que el Gobierno nacional, el metropolitano y los provinciales piensen que el capítulo se cerró, tarde o temprano se va a seguir extendiendo. Si acá no hay tierra para el que la trabaja y para el que quiera habitarla, si lo único que nos dejan de la tierra es la tumba de nuestros muertos, entonces el pueblo va a tomar en sus manos lo que tenga que hacer para resolver sus propios problemas.        

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