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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 28 de octubre de  2025

Edición impresa febrero 2011

EN EL BICENTENARIO DE SU NACIMIENTO

Sarmiento y Buenos Aires

 

Por Haydée Breslav y Miguel Ruffo

Con motivo de cumplirse el próximo 15 de febrero el bicentenario del nacimiento de Domingo Faustino Sarmiento, recordamos algunos pasajes de su vida pública durante la secesión del Estado de Buenos Aires, donde inició la puesta en práctica de proyectos que años después, desarrollados con mayor amplitud, cambiarían la fisonomía del país.

Domingo Faustino Sarmiento fue uno de los dos teóricos más importantes que tuvo el liberalismo argentino en la segunda mitad del siglo XIX; el otro fue Juan Bautista Alberdi. Destino disímil el de ambos: mientras que Alberdi se relacionó orgánicamente con la Confederación Argentina, Sarmiento lo hizo con el Estado de Buenos Aires. Fueron los años que la historiografía liberal tradicional pensó como los de la nación dividida. La nación que preexistía al Estado nacional, entre 1852 y 1859-1861, se vio dividida en dos estados: la Confederación Argentina (Urquiza) y el Estado de Buenos Aires. Sarmiento, que vio en Urquiza ciertas continuidades con el caudillismo y el rosismo, rompió con este y se vinculó al Estado de Buenos Aires (Pastor Obligado, Valentín Alsina y Bartolomé Mitre).
“La imagen de Sarmiento –dice Noé Jitrik– con que ahora nos manejamos de una manera casi espontánea surge tanto de lo que Sarmiento fue como de lo que se dijo o escribió sobre él. Ríos de obras y de palabras –o testimonios–, mares de juicios y de apologías hacen de este hombre ‘cegado y deslumbrado por la simultánea miseria y grandeza de su patria’ –como dice Borges– un punto caliente de las definiciones argentinas, todavía hay que absolverlo y condenarlo, todavía hay que rendirle homenajes o, eventualmente, arrojar bombas de alquitrán en sus estatuas”.
Sarmiento había nacido en San Juan el 15 de febrero de 1811. “La fecha –señala el mismo autor– no es insignificante: entre ella y el 25 de mayo de 1810 median nueve meses, lapso que le permitió posteriormente sentirse concebido por la Patria misma. El ‘mito’ patriótico, pues, está desde el comienzo y su núcleo consiste en la identificación de destino individual y destino colectivo (…) Su padre participa del proyecto (independentista) y su madre costea la supervivencia de los niños: historia de sacrificios y de templanza. Sarmiento se encargará de llevar esa situación a límites de ejemplo moral, de devoción casi religiosa: el culto a la madre argentina, así como su puntualidad a la escuela son dos mitos creados sin duda por él, como un aporte personal a un carácter nacional en ciernes o en blanco”.
Para la época del Estado de Buenos Aires (1852-1859/1861) Sarmiento ya ha constituido gran parte de su ideario político. Fue un miembro de la generación del 37. Su adscripción al romanticismo lo llevó a conceptuar los años de la independencia como una época de la emancipación por medio de la espada, pero la pesada herencia social y cultural española continuaba vigente en las tierras del Plata. Los grandes espacios rurales “vacíos” y dominados por el latifundio no habían contribuido al desarrollo de hábitos de policía (de polis) y fueron el germen del caudillismo y de las montoneras. La barbarie rural fagocitó a la civilización urbana. La España medieval presente en la América del siglo XIX, el pasado “feudal”, coexistía con la modernidad burguesa urbana, y esta contradicción entre el siglo XII y el siglo XIX sólo podía resolverse superando la herencia española y europeizando al Río de la Plata. Para Sarmiento, España y sus espacios coloniales habían permanecido al margen de las transformaciones y progresos europeos, en particular los de Francia. Inicialmente, el país de la revolución del siglo XVIII era el paradigma del progreso social; pero cuando conozca París verá que en Francia, por debajo de los cambios revolucionarios, ha pervivido todavía el mundo campesino propio del Antiguo Régimen. Posteriormente, cuando conozca los Estados Unidos, la gran república del norte, esta se convertirá en el nuevo paradigma del progreso. Sarmiento ve en este país a un Estado asentado en un dinámico mercado interno que ha aglutinado sus espacios geográficos y a una sociedad basada en el municipio, como célula del sistema democrático, en la educación pública, como instrumento para la formación de los ciudadanos, y en la prensa libre, como vehículo de difusión de las ideas. Una sociedad con distribución de tierras, con una miríada de pequeñas y medianas propiedades rurales (economía de tipo farmers) que producían los alimentos y materias primas que necesitaban las ciudades, cuyas industrias a su vez manufacturaban los productos para el mercado interno. Sarmiento intentará reproducir esta dinámica en la Argentina, pero chocará con el latifundio y la ausencia de una burguesía industrial.

De guías, zapallos y otras yerbas

El hombre a quien Borges calificó como “figura extraordinaria, de las más grandes que ha producido América como escritor, como educador y como gobernante” fue, como representante de la Parroquia de Catedral al Norte, uno de los 22 primeros miembros del Concejo Municipal que empezó a sesionar en abril de 1856.
Del mismo modo que otras cuestiones, la municipal le mereció precisas y contundentes opiniones, que manifestó en un artículo titulado justamente “Atribuciones Municipales”, y publicado en El Nacional el 10 de abril de ese año: “Puede la Municipalidad ser, según se resuelva, una cuarta Cámara de deliberaciones, un segundo Consejo Consultivo, ocupado en discutir, proponer, desbarrar, y no arribar a nada constructivo. Puede ser una reunión de agencias administrativas de los grandes intereses de la ciudad más rica y progresiva de la América española, obrando en su especialidad en lo administrativo, y coordinando su acción en lo dispositivo y reglamentario. Puede anularse el espíritu municipal de sus miembros, quitándoles toda espontaneidad y reduciendo su celo, sus conocimientos locales, su estudio y patriotismo a meros informantes para debates sin fin. Puede, por último, erigirse una Municipalidad activa que traiga a su seno por vías separadas y sin confundirlos, todos los ramos de administración que hoy obran dispersos, serenos, policía, empedrado, monumentos, paseos, escuelas, beneficencia, etc.”.
No tardó en llegar la ocasión para expresar esas opiniones en el recinto deliberativo: en una sesión presidida por el ministro de Gobierno Valentín Alsina, este y los concejales (o municipales, como se los llamaba entonces) José Mármol y Lorenzo Torres lucían sus brillantes dotes oratorias extendiéndose en temas ajenos a los vecinales, y el debate se prolongaba sin llegar a ninguna conclusión concreta acerca de aquellos.
Concedida la palabra a Sarmiento, esto dijo: “No debemos salir de nuestro humilde terreno: cuando el señor Alsina se haya sentado en el Congreso propondrá leyes para honrar la memoria de los héroes de la Independencia; cuando el señor Mármol escriba la historia nos pintará esas escenas grandiosas; cuando el señor Torres esté en la Legislatura dirá esas cosas al gobierno; pero aquí estamos encargados, como municipales, del barrido de las calles y de sacar las basuras, y todas esas grandezas y retóricas amplificaciones están fuera de lugar. Hagamos algo útil para que no se nos aplique la observación taimada del paisano, al ver la lozanía de ciertas plantas: muchas guías... y zapallos nada”.

Entre luminarias y sabandijas

Sin embargo, no fueron pocas las obras que impulsó, y concretó, la flamante Municipalidad; entre otras, la introducción del  ferrocarril: el 30 de agosto de 1857 se inauguró el primero que circuló en el país.
De la labor edilicia de Sarmiento, Ricardo Rojas subraya “la arremetida contra esos postes que obstruían las veredas y que sólo eran palenques para las cabalgaduras, y las ordenanzas sobre ochavas y ensanche de las calles”.
Tuvo asimismo destacada participación en los debates vinculados con la construcción de los “Mercados de Frutos” del Oeste y del Sur, en los que se concentraron las numerosas carretas que traían del campo, entonces muy próximo, mercaderías y “frutos del país”; con la plantación de paraísos que inició la arborización de Buenos Aires, y con la introducción del alumbrado a gas: su intervención fue decisiva para que en 1856 se instalaran 500 faroles en el centro de la ciudad.
Pero fue en el ámbito educativo donde desarrolló una labor más intensa y entusiasta, que se vio entorpecida por distintos obstáculos, algunos de los cuales hoy nos parecen incomprensibles. Su denodada lucha por la educación común le valió muchos y poderosos adversarios, y sus esfuerzos para obtener los recursos necesarios cosecharon no pocas decepciones. Así y todo, logró que se construyeran las escuelas modelo de Catedral al Norte –esta, actualmente Escuela Juan Manuel Estrada, fue proyectada por Miguel Barabino y constituyó el primer exponente específico de arquitectura escolar– y la de Catedral al Sur, instalada en una casa refaccionada; ambas contaron con equipamiento especialmente elegido y dispuesto por Sarmiento.
Rojas refiere que “durante su representación en la Legislatura fue también jefe del Departamento de Escuelas, cargo que hizo crear para aplicar sus ideas, apartando de la enseñanza primaria a la Universidad y a la Sociedad de Beneficencia. No creía en la capacidad de esos doctores y matronas para estos asuntos”.
Dice también que “como preconizaba una enseñanza popular sin privilegios, común, para todos, algún estanciero le objetó que Buenos Aires jamás le aceptaría eso, por ser ‘una sociedad muy aristocrática’, a lo que respondió ‘sí, una aristocracia con olor a bosta’”.
Su conflicto con la Sociedad de Beneficencia, que quería conservar la dirección de la educación de las mujeres, se hizo célebre. “Les enseñaremos moral y religión”, aducían las damas, según relata María Duarte. Y Sarmiento replicó: “Ahí está el error. La moral  no se produce con rezos, sino con la educación y la aptitud para el trabajo. Van ustedes a crear sabandijas devotas”.

Del sistema métrico a la distribución de tierras

En 1857 Sarmiento pasó de la Municipalidad al Senado de Buenos Aires como representante de San Nicolás de los Arroyos, y por reelección perteneció a ese cuerpo hasta 1861. Entre las numerosísimas iniciativas presentadas y defendidas ante ese cuerpo, señala Leopoldo Lugones que “inicia la  adopción del sistema métrico decimal, que sólo sería ley de la Nación veintiséis años después” y que “presenta tres proyectos para constituir el tesoro escolar de la provincia, fundar escuelas en Buenos Aires y jubilar a los maestros”.
En cierta sesión propuso una serie de importantes reformas educativas, que la mayoría no quiso votar. Así lo cuenta María Duarte: “Y después de debatirlas brevemente, de haber dejado a Sarmiento hablar y de haberle contestado con pocas razones, triunfaron por el número. Y Sarmiento, que tenía un genio de aguantar pocas pulgas, dijo con su vozarrón: ‘¡Me han derrotado con las asentaderas!’”. 
Por su parte, acota Rojas: “Iniciativas suyas de trascendencia democrática fueron las relativas a las islas del Delta y sus ocupantes; a las tierras de Chivilcoy y sus pobladores; al amojonamiento de las estancias, colonización de tierras fiscales con los nativos que las cultivaban, y a los primeros ferrocarriles al Oeste y a San Fernando, obras argentinas”.
La iniciativa de Chivilcoy resultó en una ley que disponía la distribución de tierras entre tres mil colonos de esa localidad, y  marcó el inicio de lo que pudo haber sido una política progresista en ese sentido.
Así, poco antes de asumir la presidencia de la Nación, pronunció en Chivilcoy su histórico discurso en el que, entre otros conceptos, proclamó: “Digo pues a todos los pueblos de la República que Chivilcoy es el programa de gobierno del presidente Domingo Faustino Sarmiento (...) Les prometo hacer cien Chivilcoy en los seis años de mi gobierno, con tierra para cada padre de familia, con escuelas para sus hijos. He aquí mi programa de gobierno y si el éxito corona mi esfuerzo, Chivilcoy tendrá parte en ello, por haber sido el pionero que ensayó con mejor espíritu la nueva ley de tierras, y ha estado demostrando que la pampa no está condenada, como se pretende, a dar exclusivamente pasto a los animales, sino que en pocos años, aquí como en todo el territorio argentino, ha de ser luego asiento de pueblos libres, trabajadores y felices”.
Al respecto, comenta Héctor Félix Bravo: “Para que tal pronóstico se cumpliese era necesario no sólo poblar el desierto, sino también modificar el régimen de la tenencia de la tierra, combatiendo el latifundio (...) La transformación agraria fue, pues, un tema fundamental de su programa civilizador (...) Lamentablemente, una empresa de tan alto vuelo no pudo prosperar por la oposición de sórdidos intereses coligados que, entonces como ahora, presentan una resistencia irreductible”.
Tan así es que, a poco de cumplirse doscientos años del nacimiento de Sarmiento, el problema de la tierra se sigue cobrando víctimas.

Con los puños llenos de verdades

La brillante actuación de Sarmiento en el Estado de Buenos Aires tuvo digno broche en 1860, con el papel que cumplió en la Convención Revisora de la Constitución, que precedió al final de la secesión; “porteño en las provincias, provinciano en Buenos Aires y argentino en todas partes”, era entonces su divisa. Si bien participó en importantes debates, fue en la clausura donde su intervención resultó fundamental. Después de anunciar que traía “los puños llenos de verdades”, propuso que la designación oficial de la República integrada fuera la misma del Congreso de 1816: Provincias Unidas del Río de la Plata. Y, poniéndose de pie, clamó: “¡Queremos unirnos, queremos volver a ser las Provincias Unidas del Río de la Plata!”. Entonces, la Convención se puso de pie en masa y prorrumpió en gritos de “¡Vivan las Provincias Unidas del Río de la Plata!”, en lo que constituyó, como explica Lugones, “una ratificación histórica de la unidad nacional”.

FUENTES
Bravo, Héctor Félix: “Domingo Faustino Sarmiento”, en Revista trimestral de educación comparada, UNESCO, París, Vol. XXIII, Nº 3-4, 1993.
Duarte, María P. de: Anecdotario Sarmiento, Buenos Aires, Peuser, 1927.
Lugones, Leopoldo: Historia de Sarmiento, Buenos Aires, EUDEBA, 1961.
Rojas, Ricardo: El profeta de la pampa, Buenos Aires, Kraft, 1962.

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