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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 23 de abril de  2025
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Una invitación a la magia

Una invitación a la magia

Amenidad y erudición: estos son los rasgos salientes de El cerebro mágico. Cómo los grandes magos potencian el pensamiento y la creatividad, libro de Federico Ludueña, mago y psicoanalista argentino, recientemente publicado por el sello Aguilar.

Escrito por un mago y concebido, según sus propias palabras, “desde el punto de vista de la magia”, con un lenguaje claro y accesible para el lego, apoyado en ejemplos, datos curiosos, gráficos, instrucciones minuciosas y una gran variedad de reflexiones de científicos, cineastas, literatos, filósofos y, por supuesto, magos de renombre internacional, El cerebro mágico se propone dos objetivos y, en nuestra opinión, logra cumplirlos con éxito: por un lado, divulgar los fundamentos de una práctica a la vez milenaria y moderna, que indudablemente es parte del acervo cultural de la humanidad; y por el otro promover su aprendizaje y su uso –sí, leyeron bien, su uso– en diferentes esferas de la vida social, sin conexión directa con el glamour de los escenarios y el espectáculo.

En sintonía con esta caracterización, el libro está organizado en dos partes y ambas están atravesadas por la doble filiación que mencionamos. Así, “En la mente”, título de la primera parte, desarrolla los conceptos básicos que sustentan la magia teatral, la cual, explica Ludueña, se define como una “forma de entretenimiento que se basa en producir la ilusión de lo imposible en los espectadores”, jugando con la percepción y la memoria como sus principales recursos; mientras que “En el mundo”, la segunda parte, se ocupa de explorar la presencia y sobre todo la incidencia de la magia en distintos campos de saberes y actividades, tales como el cine, la rehabilitación física, la política, el espionaje, la jurisprudencia, la cosmología, la sociabilidad… Y la lista puede continuar.

“Lo ilusorio no es volar sobre el firmamento, sino estar parados enhiestos sobre el suelo, con el cielo encima”, afirma Ludueña en uno de los pasajes finales de su recorrido, subrayando una vez más, con belleza poética, que la ilusión está en la base de todas –o al menos casi todas– nuestras experiencias perceptivas. Por eso es posible la magia. Y de eso se trata: no del truco, que por supuesto depende enteramente de la destreza del mago, sino del espectador, que lo hace posible en su mente. “El show tiene lugar, básicamente, en la cabeza del espectador”, enseña Henry Hay, uno de los tantos magos teóricos generosamente citados por Ludueña, dirigiéndose a sus discípulos; y agrega a modo de recomendación: “Dejas que el público haga su propia magia, teniéndote como guía en ese camino”.   

Amenidad y erudición son entonces, como señalamos al principio de este breve comentario, los rasgos que se destacan en la lectura de El cerebro mágico. Y añadimos un tercero: optimismo, una fuerte dosis de optimismo, expresado en la convicción de que, con interés y trabajo, todos podemos recrear trucos y crear para otros, y en primer lugar para nosotros mismos, el momento del asombro, es decir, un momento mágico.

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