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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 23 de abril de  2025
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“Todavía me siento contenido por el rock”

“Todavía me siento  contenido por el rock”

Ineludible referente de una generación de cantautores que animaron los comienzos del rock en la Argentina e inagotable creador que fue tramando su rica trayectoria tanto con una búsqueda constante de nuevas sonoridades para su música y su poética como con su incursión en la escritura de ensayos y de una novela, Miguel Cantilo, con esa sencillez desmitificadora que lo hace tan amigable, habló con Tras Cartón de su historia, de su presente y de un movimiento cultural que a los 67 años, como en aquellos tiempos del legendario dúo Pedro y Pablo, lo sigue teniendo como protagonista.

Sorprende la intensa actividad que despliega Miguel Cantilo por estos días. Prepara un nuevo disco con su primer compañero de ruta, Jorge Durietz; realiza conciertos con Miguel Cantilo & Punch, su banda de los años 80; se presenta como solista, o acompañado a lo sumo por dos músicos, por los lugares más lejanos del interior del país; viaja frecuentemente a España, donde también proyecta trabajos con colegas argentinos establecidos allí; y paralelamente a la música se dedica también a hacer literatura no cantada. Pero este camino que hoy recorre tuvo un punto de partida y a él nos remontamos.

–Tus comienzos como músico están íntimamente vinculados a Pedro y Pablo. ¿Qué recordás de esa experiencia?
–Yo empecé como cualquier músico, en el barrio, con los vecinos que tocaban la guitarra. Y uno de esos vecinos era [Jorge] Durietz. Primero éramos un trío. Era más bien de interpretación de música que en ese momento estaba en boga, como los Beatles u otros grupos internacionales. Cantábamos en inglés la mayoría de las canciones pero teníamos nuestro repertorio en castellano también. Cuando el tercero se fue, intentamos seguir la línea de Simon & Garfunkel, un dúo que nos gustaba mucho. O la línea que acá en la Argentina hacía el Dúo Salteño…

–¿Y por qué Pedro y Pablo?
–Había una necesidad de buscar un nombre que fuera fácil de retener para la gente. Entonces decidimos buscar un nombre histórico. Pedro y Pablo por la Biblia. También porque esos son nombres que se asocian. Por ejemplo, en ese entonces escuchábamos a un trío de folk americano que se llamaba Peter, Paul & Mary. Después había una novela francesa que se llamaba Pierre y Paul, y estaban Pedro y Pablo Picapiedras.

–¿Pedro y Pablo se puede considerar como punto de inflexión en tu carrera?
–Fundamental, porque fue el contacto con el gran público. Después, mis actividades artísticas siempre fueron acompañadas por un público muy fiel pero no tan numeroso como el que acompañó a Pedro y Pablo. Pedro y Pablo logró convocatorias multitudinarias, giras por todo el país, a pesar de que no trascendió las fronteras; lo más lejos que fuimos fue Uruguay, Chile y Paraguay. Como solista fui mucho más lejos. Recorrí gran parte del mundo cantando.

–Antes mencionaste al Dúo Salteño, una formación identificada con el folclore, como una de las fundamentales influencias para Pedro y Pablo. ¿Era común en los rockeros de la primera ola esa apertura hacia otros géneros y en particular hacia la música de raíz nativa?
–Todos los rockeros aprendieron a tocar la guitarra con el folclore. Algunos, como el caso de Charly, con una historia más clásica con el piano. Pero, en general, todos pasaron por el folclore. De hecho, Santaolla con Arco Iris tiene una impronta folclórica muy fuerte. Vox Dei también: las primeras canciones, a pesar de que se separan de lo netamente folclórico, tienen mucha influencia. Los rockeros, a los diez u once años, fuimos testigos de lo que se llamó el boom folclórico: una invasión de grupos folclóricos que venían de Salta, de Santiago, de Córdoba, y en las casas de todos, cuando se hacían fiestas, siempre había un grupo de folclore invitado. Atahualpa, Los Fronterizos, Los Chalchaleros, todo eso fue muy influyente para la formación sobre todo guitarrística. Aprendimos a tocar el instrumento sacando las zambas y eso aparece a lo largo del repertorio. Siempre aparece alguna presencia de esa escuela folclórica.

–¿Y qué fue lo que generó que, a pesar de esa fuerte influencia del folclore, surgiera la necesidad de hacer algo distinto, que devino en la aparición del movimiento rockero?
–Yo creo que así como el tango y el folclore fueron una corriente autoral muy fuerte, el rock argentino apareció con el gran movimiento mundial que forjaron grupos como Los Beatles o los Rolling Stone. Entonces creamos un mundo paralelo de canciones y de grupos. Una versión local de lo que estaba pasando en el mundo con esos grupos. Nosotros teníamos 17, 18 años y estaba ocurriendo el Mayo Francés, los hippies en Inglaterra y Estados Unidos, la canción y la poesía francesa, un montón de situaciones que influyeron en que se formara un movimiento local, por ejemplo, de la canción de protesta, que en Estados Unidos tenía un líder como Bob Dylan, o en España a Serrat. Canciones con contenido. Nosotros hicimos nuestra versión de ese movimiento. Lo nacionalizamos en el sentido de que aquí había razones muy claras como para protestar, porque había dictadura y represión. Entonces, hicimos nuestra versión de muchas corrientes internacionales. Una de ellas, la protesta; otra de ellas, el hippismo; otra de ellas, la canción política.

–¿Y cómo ves hoy al rock? ¿Te sentís contenido dentro de la categoría “rock nacional”?
–A mí no me gusta mucho el rótulo “rock nacional”. Me gusta sentirme contenido por el rock como anti-ideología, como forma de vida, una forma de expresión… Hay muchas formas de rock. Yo lo he escrito en libros en los que me he dedicado a analizarlo. Tengo un libro que se llama ¡Qué circo! y es una historia del medio siglo de rock argentino. Creo que el rock es un movimiento internacional que a partir de la música crea una estética, y la estética se va dispersando hacia la plástica, hacia la poesía, hacia la danza, pero es una estética que con el paso de los años va tomando diferentes formas. Cada generación lo adopta de una manera distinta, pero sigue siendo un monosílabo que resume una actitud frente a la sociedad, que es una actitud generalmente rebelde, una actitud opositora al cercenamiento de las libertades, a las injusticias. Yo todavía me siento contenido por el rock. En cuanto a lo de “rock nacional”, tiene connotaciones nacionalistas. Yo prefiero hablar de rock argentino, como lo dice Miguel Grinberg. Pone el énfasis en eso: el tema de “rock nacional” es como decir rock localista y el rock es un movimiento internacional, y yo me siento contenido no solo por los grupos que hay aquí sino por lo que permanentemente se hace en distintas partes del mundo.

–Hablemos entonces de rock argentino, ¿perduran como características del género la rebeldía y la intensa búsqueda lírica con que nació?
–Básicamente lo que pasó es que creció cuantitativamente. Creció en la cantidad de grupos, en la cantidad de propuestas. De todo hay. Entonces al haber tanto crecimiento, encontrar dentro de ese crecimiento aquello que mantiene el espíritu original del rock nacional, de las letras de Almendra y de Manal, es complicado, porque hay una gran cantidad, una especie de pátina superficial de un rock que es indefinido artísticamente y que busca más que nada el provecho económico. Como todo lo que ocurre en la sociedad, predomina el interés lucrativo. Entonces, detrás de esa gran cantidad de grupos comerciales, que tienen un rock lavado que no tiene contenido y que apunta a llenar salas y a hacer negocio, detrás de todo eso, hay grupos que mantienen el espíritu original del movimiento, pero hay que buscarlo desde la capacidad de la inquietud investigativa que pueda tener alguien sobre lo que pasa con el rock. En ese sentido, hoy en día todos los parámetros cambiaron.

–¿A qué cambios te referís?
–Ahora con las redes sociales, las plataformas digitales, uno puede buscar con más libertad lo que le gusta y al mismo tiempo descarta toda esa superficie banal que hay de música lucrativa. Creo que eso es una ventaja, por un lado, y por otro lado son las reglas de juego de hoy en día. Hay tanta cantidad de grupos… No te puedo explicar la cantidad de discos que me regalan los músicos jóvenes para que yo les dé una opinión. Todos sacan su disco, porque la tecnología permite grabar hoy en la casa de uno. Pero de esos todos son realmente muy pocos los que uno ve que tienen posibilidades de evolucionar, y eso es lo mismo que pasaba en nuestra época cuando alguien venía con un casete o con un demo y te decía: “Mirá, escuchá esto”, con la diferencia de que hoy en día viene ya presentado con tapa y con foto como si fuera un producto del mercado, pero son proyectos de la gente joven que está empezando a hacer esto. Son miles de grupos y entonces es muy difícil catalogar al rock argentino de ahora con propiedad porque es una cosa tan amplia y tan variada que uno lo único que puede hacer es buscar.

–Y en concreto, ¿a quiénes rescatás tanto en el rock como en otros géneros?
–Por ejemplo, entre los grupos que me gustan que fusionan el rock con el folclore está Arbolito. Está [Lisandro] Aristimuño o Gabo Ferro u otros que se salen un poco del esquema del rock, como Cecilia Zabala. Después, a nivel bandas, me gustan Los tipitos. Es un grupazo. Hay un grupo que se llama Las manos de Filippi, tremendamente crítico, que vendría a ser hoy en día la canción de protesta. Ya el género protesta es una cosa antigua. Hoy día hay otro tipo de contenidos, pero no es que se haya abandonado el contenido literario. A lo mejor no hay tanta elaboración poética pero hay contenidos claros. Las manos de Filippi es un grupo muy frontal y muy politizado y me gusta. De hecho, yo hago shows con ellos.

–Además del folclore, otros géneros como el tango influenciaron sobre el rock en su desarrollo…
–Sí. Es imposible que un argentino haciendo música no se sienta influenciado por el tango, porque el tango, en un segmento de tiempo que va desde el principio del siglo XX –o tal vez antes– hasta mediados del siglo XX, ha sido una música rectora, una música identificada con el pueblo. En gran medida fue también perseguida. Cierto sector de la sociedad lo veía mal, tanto en el principio como en la época de Perón. El tango, después de Perón, cuando estuvo la Revolución Libertadora, fue perseguido, raleado, y un poco eso fue lo que a mí me hizo no prestarle mucha atención, porque yo empecé a escuchar música a la caída del peronismo, cuando tenía 5 años. Y el tango no se escuchaba porque, de alguna manera, se identificaba con el peronismo. Los grandes compositores del tango murieron poco tiempo después. Al tango se lo fue marginando y recién lo descubrí cuando empecé a trabajar en locales con Pedro y Pablo. Se me dio la posibilidad de tocar junto con Osvaldo Piro cuando acompañaba a Susana Rinaldi y hacían todo un repertorio de Discépolo; nosotros éramos teloneros de un boliche que se llamaba La Fusa y descubrir a Discépolo viéndola cantar a Susana Rinaldi en vivo todas las noches era un mundo. Entonces yo no sabía quién era Discépolo. Había escuchado algunos tangos perdidos, pero yo ya tenía 21 años y sin embargo ahí descubrí el tango. Como no pertenecía a una familia tanguera, no escuché mucho tango de chico. No tenía esa impronta como sí tuve la del folclore, pero creo que la influencia del tango es enorme en el rock y mucha gente me señala que mi obra tiene mucho que ver con el tango, por las letras. Lo que ocurre es que yo no conocía mucho las letras de tango, pero sí leía mucha poesía de poetas que a su vez influyeron mucho en el tango.

–¿Qué leías, por ejemplo?
–Ruben Darío, Amado Nervo, Pablo Neruda, Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Baldomero Fernández Moreno...

–¿Y narrativa también leías?
–Sí. Me agarró a la salida del secundario el tema del boom de la literatura sudamericana o latinoamericana. Empecé a leer Cortázar, Vargas Llosa, Juan Rulfo, Borges, Benedetti, García Márquez... Cien años de soledad, el Mayo Francés, todo iba en el mismo combo... Y sí, yo ahí leí mucho. De hecho, empecé a estudiar Filosofía y Letras…

–¿En la UBA?
–No. Empecé en la Católica. La UBA no me atraía porque era demasiado politizada en ese momento. Yo tenía una novia que estudiaba en la UBA y era…

–¿Un polvorín?
–Claro… Era muy complicado. Tampoco me gustó la Católica y me fui enseguida. No tuve formación universitaria, pero sí una autodidáctica que me hizo leer muchísimo y la narrativa me captó a tal punto que hasta yo mismo publiqué una novela y sigo escribiendo.

–¿Cómo se llama tu novela?
–Jardines del origen. Está publicada por Colihue hace dos años. Yo la había empezado a escribir hace veinte. La terminé y la dejé frenada ahí, y con el tiempo la retomé, la reescribí, la corregí y la publiqué prologada por un amigo, que es Eduardo Berti, un periodista de rock que también derivó en un literato y publicó varias novelas. Bueno, él me prologó el libro y me entusiasmó para publicarlo.

–¿Cómo fue tu experiencia de vida en comunidad en el sur y cómo influyó eso en tu música?
–Hay específicamente un libro que yo escribí para responder esa pregunta que mucha gente me la ha hecho, muchos periodistas...

–No fuimos originales…
–No. Es normal. Lo que pasa es que mi respuesta ahora puede ser muy reducida y es mucho más nutritivo el libro porque explica todo, con pelos y señales. Es un libro que se llama Chau loco, que está editado por Galerna. Hace ya muchos años de eso, diez años más o menos. Cuenta por qué varios músicos, actores y plásticos nos retiramos a una zona patagónica a hacer una experiencia comunitaria. El libro es un poco anecdótico en cuanto a los personajes, en cuanto a lo vistoso de las historias, pero la realidad es que aquí se vivía una tensión provocada por el enfrentamiento entre militares y subversivos, o militares y guerrilleros, como quiera llamárselo, y nosotros nada teníamos que ver con ese enfrentamiento. Estábamos despolitizados y teníamos nuestra intención de hacer una vida creativa en la naturaleza.

–¿Vos no tenías ninguna simpatía política?
–Todos tenemos indudablemente alguna afinidad política. En ese momento Perón significa el regreso a la democracia. Había unas dictaduras ineficaces que tomaron el poder durante varios años y que después no supieron qué hacer y tuvieron que llamar de nuevo a Perón. Entonces, cuando volvió Perón en el año 73, todos nos sentimos un poco convocados por el regreso a la democracia.

–¿“Bronca con los dos dedos en V” no habla de una simpatía?
–No. Eso siempre da lugar a la confusión. Los dos dedos en V en el año 70 aproximadamente, o 69, era un signo que inventó John Lennon para identificar la lucha contra la guerra de Vietnam o la guerra en general. Un símbolo de paz. Un poco inspirado también en el de Churchill, pero él tomó este gesto como símbolo de paz. Entonces yo lo incluí en La marcha de la bronca. Por eso al final dice: “bronca con los dos dedos en V… sin fusiles y sin bombas”; pero aquí el regreso de Perón se identificó con la V de “Vuelve” y entonces el peronismo se apoderó de ese signo y se confundió el contenido de La marcha de la bronca. Yo nunca fui peronista declarado, pero sí me sentí convocado a apoyar el regreso de Perón como un regreso a la democracia después de tanta dictadura. Posteriormente, también tuve mis simpatías por el Partido Intransigente, con la izquierda, pero nunca fui militante ni adherí a ningún partido determinado. Creo que la política tiene un alcance que para mí es muy reducido. Muchísimos contenidos y temáticas me interesan más que la política. No le quito importancia, en el sentido de que me parece que bien orientada puede ser una solución para muchos problemas administrativos de la sociedad, pero está lejos de representar la importancia que pretenden darle los medios de difusión. Para mí un político es como un plomero. Yo llamo al plomero cuando tengo una pérdida en mi casa. Es un oficio, y el político debería desarrollar su oficio con la honestidad y la eficacia con que lo hace un carpintero, un músico, lo que sea… Los políticos lo que tienen es la administración de los bienes sociales del erario público y ahí se produce el desajuste del “cuánto hay para mí”, y de la corrupción y todo lo demás. Pero yo creo en la política bien aplicada, como por ejemplo lo hacen los políticos españoles nuevos que hay, Podemos, que son gente joven que ha estudiado ciencias políticas y son profesores universitarios y enseñan política en la universidad. Eso yo entiendo que puede ser un buen futuro para la política. Que la política esté en manos de gente autorizada, y no de abogados y de oportunistas, como suele estar en nuestro país.

–Participaste recientemente en talleres de letras de canciones en Neuquén y Río Negro, ¿qué nos podés decir de esa experiencia?
–Esa experiencia tiene que ver con el Instituto Nacional de la Música, que es un ente no gubernamental, independiente, que se dedica a promover la actividad cultural del entorno del rock y de la música en general. Me convocaron para escribir un manual sobre las reglas más básicas que se utilizan para escribir canciones. Hice un acopio de las letras que a mí me influenciaron y la relación que tenían esos poetas con la música, con las canciones, y después fuimos a dar charlas a raíz de ese manual a esas provincias y tenemos todavía un cronograma de charlas. La historia es más que nada recibir la inquietud de los autores, que van con preguntas para solucionar temas prácticos. Desde cómo registrar una canción hasta cómo empezar, si por la música o por la letra. Cosas muy del oficio. Fue una experiencia muy buena porque había mucho interés por parte del colectivo autoral de lugares que uno considera remotos en relación a la Capital, como Comodoro Rivadavia. Sin embargo, uno ve que ahí hay mucha cantidad de gente que está inquieta y haciendo cosas. Y me regalaron discos muy buenos. Me sentí muy halagado de haber sido invitado a eso y espero poder seguir haciéndolo.

–En relación a lo que señalabas de si empezar por la música o por la letra, vos, como compositor de canciones, ¿por dónde empezás?
–No hay una regla concreta. Depende de la habilidad que uno desarrolle para ambas cosas. Hay gente a la que le es más fácil escribir una letra y después musicalizarla porque tiene más facilidad para la escritura o porque tiene, al contrario, más facilidad para adaptar una música al texto. En mi caso, puede ser de las dos maneras: arrancar de un texto que se me ocurre pero después va pasando por una serie de transformaciones, correcciones… A lo mejor a veces, milagrosamente, un texto coincide con una música que uno tiene aparte y hace funcionar las dos cosas juntas. Es exactamente una artesanía, como puede ser trabajar en cuero o trabajar en la ropa. Habitualmente, los que somos más propensos a escribir arrancamos de un texto. O, si queremos que ese texto sea más libre, empezamos por la música y adaptamos el texto a la música, porque cuando uno hace un texto para una canción lo hace como un poema: una cierta regularidad, una cierta métrica; en cambio, cuando uno arranca de una música, tiene que adaptarse a las líneas que le va ofreciendo esa música y ahí es como que hay que tener más habilidad para versificar y para poder acomodar el texto a la música.

–Las formas de acceder a la música tan libres de hoy generan, por un lado, la posibilidad del gran público de conectarse con un abanico de propuestas y, por el otro lado, contribuyen a reducir sensiblemente la circulación del disco, ¿qué reflexión podés hacer sobre esto?
–El tema de la subida a las plataformas digitales, que permiten que la gente escuche pagando una cuota mensual o semanal una cantidad ilimitada de música, como bien decís vos, favorece en el sentido de difusión, pero me parece perjudicial para la venta y el derecho de autor del músico. Si antes el músico ya ganaba poco vendiendo discos, ahora gana mucho menos vendiendo a través de las plataformas digitales. No así vendiendo a través de las tiendas que venden por Internet. Yo creo que la opción para el músico es: o preocuparse realmente por ese tema, meter la cabeza en cómo se administra o cómo se gana dinero con eso, o dejarlo en manos de alguien que puede ser un representante, un sello discográfico, lo que sea… Y ese es un error que suelen cometer los músicos: “Yo soy músico y no quiero hacer ningún trámite, no quiero preocuparme de nada”, y el resultado es que los músicos son uno de los objetivos más frecuentes de los oportunistas que hacen el dinero con los demás. Entonces son estafados. Hay muchas historias de músicos que terminan su carrera después de años de fama en la ruina porque han sido estafados por su mánager. Yo trato de influenciar a los músicos jóvenes para que se preocupen de sus derechos, para que hagan por sí mismos todos los trámites que hay que hacer, que no dejen en manos de nadie los derechos de autor.


El Premio Nobel a Bob Dylan
“No me sorprendió para nada porque ya escuché mencionar años anteriores que estaba entre los candidatos. Me parece que es un espaldarazo para la literatura cantada. La literatura cantada se consideraba un subgénero o algo que no podía aspirar a considerarse literatura, y esto le ha dado un viso legal. Pero yo también dudo mucho de la autenticidad de los premios Nobel. Me parece que son premios que están muchas veces influenciados por la política o por los intereses de las grandes empresas. No sé en el caso de Bob Dylan, pero sí en el caso de Obama, por ejemplo, en el caso de Kissinger, gente que se dedica a hacer guerras en el planeta y que se le da el Premio Nobel de la Paz… Entonces, también en otras disciplinas dudo mucho de su veracidad y autenticidad. Pero bueno, es indudable que Dylan se merece eso y mucho más porque tiene una obra muy rica y aparte es un trabajador infatigable de la canción”.

 

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